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Palabras de un aguafiestas. “A propósito de la celebración de los 480 años de la fundación de nuestra bella y caótica Bogotá”.

Vía 

Por Julián León

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A propósito de la celebración de los 480 años de la fundación de nuestra bella y caótica Bogotá, se presentan ante los ojos citadinos varios problemas que aquejan el buen vivir dentro de ella.

En entrevista con el diario El Tiempo, en 2015, el director ejecutivo de Corpovisionarios, Henry Murraín, expresaba con gran preocupación la manera como aquel término tan citado de Cultura Ciudadana, había encontrado grandes retrocesos en cuanto a su práctica cotidiana desde cuando terminó la gobernación distrital de Antanas Mockus. Este último se caracterizó por darle un especial lugar a la pedagogía ciudadana, el respeto por el otro y el seguimiento de las normas convencionales, estableciendo etapas significativas de no violencia y paz en la calle. ¿Cómo olvidar los mimos que mediante pitos denunciaban a aquellos ciudadanos que se pasaran las normas por la faja?

Pero como todo, aquel tiempo quedó atrás. La violencia, la inseguridad, el caos y el estrés descontrolado impregnan de nuevo la sociabilidad de esta gran urbe. A diario somos testigos de la denuncia mediática de casos tan retorcidos como el de parejas de jóvenes teniendo relaciones sexuales en plena vía, un conductor de taxi evacuando sus intestinos ante los ojos públicos, madrazos y golpes entre conductores particulares y de SITP, y un sinfín de otros espectáculos a los cuales nos vemos obligados a presenciar y a callar porque, por la típica agresión social, somos seres citadinos condenados a la censura.

Y es que, a partir de lo anterior, dicho retroceso se viene a ver tangible finalmente en el trato, por ejemplo, hacia los bienes públicos. Bien dice José Sánchez Parga que lo público encierra tres rasgos: lo visible, lo accesible y lo de interés general. A este último rasgo, el gran filósofo y político venezolano Andrés Bello le agrega la cualidad de ser utilizado por todos los habitantes, constituyendo parte de la propiedad estatal y dirigido al usufructo general. Pues bien, eso que disfrutamos todos y nos hace bien a todos, ha sido blanco constante de destrucción prolongada, olvidando que es un servicio que sale de los impuestos ciudadanos.

Transmilenio, por citar un ejemplo, es un bien que parte de un ente privado, pero dirigido al uso público. La agresividad pasiva; el supuesto anarquismo juvenil (que en la mayoría de casos carece de estructura teórica y, por lo tanto, es totalmente deslegitimado); y la política ancestral del vivo vive del bobo, moldean de forma violenta e irrazonable el trato ciudadano a los diferentes componentes del sistema de transporte. A propósito, el mismo sistema se enfrenta a la extinción la cultura ciudadana y sus repercusiones cotidianas y, por otro lado, a una cada vez mayor falla estructural que se resume en: Transmilenio le quedó chiquito a Bogotá.

Ni qué decir de la mayoría de parques, lagos, y demás bienes generales de carácter ambiental que, de no ser por la acción de terceros, recurrirían inmediatamente al estado de olvido social estandarizado. Bien decía Garret Hardin en su tesis de La tragedia de los bienes comunes, de 1968, que cuando los individuos actúan por separado, siguiendo únicamente sus intereses personales, el libre usufructo de un bien común deriva dramáticamente en su destrucción y agotamiento, pues la avaricia humana ciega completamente la solidaridad y la responsabilidad frente a lo que nos beneficia y utilizamos constantemente. Parece ser que en Bogotá la tesis está de moda.

Muy bonita la pompa, muy llamativos los festejos. Pero al hablar de cultura ciudadana, respeto al otro, cuidado del ambiente y de los bienes públicos, los bogotanos nos quedamos cortos. ¿Feliz cumpleaños, querida Bogotá?

 

| Nota del editor *

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