Jeison López, quien actualmente trabaja como auxiliar de servicios en el Ejército (Octava Brigada) de Armenia, y tiene esposa y tres hijos “maravillosos”, como él mismo lo afirma, recuerda con nostalgia cómo hace 20 años, un terremoto le arrebató a su mamá, a sus dos hermanos y a su pequeño sobrino. Sí, fue él, el único sobreviviente en entorno familiar.

Él recuerda todo como si hubiese sido ayer, siente la misma incertidumbre, el mismo miedo, el mismo dolor. Momentos antes del sismo, Jeison estaba jugando con unos carros pequeños que le dieron como regalo en algún momento, pero su entretención fue interrumpida cuando se dio cuenta que el televisor, los cuadros, la mesa, las paredes, absolutamente todo se movía de manera abrupta. Aunque Jeison logró correr para encontrarse con sus familiares, ninguno pudo salir del apartamento, de un momento a otro, todo se oscureció y él quedó bajo los escombros.

“Todo pasó el lunes a la 1:20 de la tarde y lograron sacarme de los escombros, hasta el miércoles a las 3 de la mañana aproximadamente”.

Jeison llevaba dos días y medio atrapado en las ruinas de lo que había sido un edificio de 5 pisos (lugar donde vivía desde que nació). Estuvo en la oscuridad y bajo escombros, y aunque estaba inconsciente, le fue posible reconocer la luz de las linternas con la que los rescatistas de la Cruz Roja de Bogotá lo alumbraron, estos, en medio del agite le preguntaban a gritos:

–          ¡¿Ve la luz?!

–          ¡Sí, sí veo la luz!, respondió Jeison con el dolor producto de cientos de kilos de material en ruinas, ante el esfuerzo e incomodidad de su posición.

Cuando reconocieron al pequeño, los bomberos de Tuluá (que prestaban labores de salvamento y rescate en la tragedia), empezaron a excavar por un lado de la losa, puesto que no era conveniente hacerlo por encima ya que lo podían aplastar y poner en más riesgo su integridad.

“Me liberaron y me hablaban, me preguntaban cosas, pero al final tuvieron que hidratarme con suero”.


Jeison, en medio de los escombros dejó de escuchar los quejidos y lamentos de sus familiares, desde antes de que lo rescataran, sabía que sus familiares no se encontraban con vida, lo sentía desde lo más profundo del corazón, por ello, decidió no preguntar, ni recibir razón.

Igual que muchos armenitas, este joven agradece a Dios la oportunidad que le dio de seguir viviendo, y la fortaleza que le brindó para aceptar la realidad que lo acompaña hasta hoy. Reconoce también que, sin la ayuda humanitaria que prestaron las entidades de búsqueda y rescate, que lo atendió; y sin la solidaridad de sus más allegados, no le hubiese sido posible continuar con su vida.

Afirma que si tuviese la oportunidad de volver a ver a sus familiares fallecidos, en especial a su mamá, le diría que la quiere, que la extraña, que acepta que todo lo que pasó, fue tal vez por cosas de la vida, pero que desea con todo su corazón, que nunca se hubiesen separado.

“Les contaría de la linda familia que tengo, de todo lo que le ha pasado en estos 20 años de ausencia, y por último, les agradecería por todo”.

“Uno nunca se recupera de una catástrofe como esta, siempre se siente el temor de que vuelva a pasar. Uno aprende a vivir con el dolor de la pérdida. Hay días en los que yo amanezco triste, recordando todo, pero la verdad es que uno aprende a vivir con ese espacio vacío que dejan esas personas, familiares y amigos”.

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