Dirigida por Francis Lawrence, conocido por su trabajo en Los Juegos del Hambre, llega Camina o muere (título original: The Long Walk), una de esas películas que combinan el suspenso psicológico con la brutalidad física de manera hipnótica. Basada en la novela homónima de Stephen King, la historia nos transporta a un futuro distópico donde la supervivencia se mide en pasos, y detenerse significa la muerte.
El punto de partida es tan sencillo como perturbador: cien adolescentes son seleccionados para participar en una caminata sin meta. Si se detienen o reducen el paso, reciben una advertencia; tres advertencias, y la consecuencia es fatal. A partir de ahí, Lawrence construye una experiencia asfixiante, donde cada metro recorrido se convierte en una carga emocional y cada disparo resuena como un recordatorio de lo inevitable.
Sin embargo, Camina o muere no se limita a la tensión ni al espectáculo del dolor. En medio del horror, emergen momentos de solidaridad y camaradería que revelan la otra cara del ser humano: la capacidad de empatizar incluso cuando todo está perdido. Es precisamente en esos instantes donde la película encuentra su fuerza y profundidad, mostrando que, en el límite de la desesperación, aún puede nacer la compasión.
Visualmente intensa y emocionalmente devastadora.