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Fentanilo: Washington se lava las manos

El subsecretario de Estado para las drogas, Todd Robinson, alborotó el avispero al señalar a Ecuador y a Colombia de exportar el fentanilo, algo que esos países niegan. Pero más allá de la controversia, ¿qué tanto avanza ese problema en América Latina?

Por Carlos Gutiérrez*

La llaman la droga zombi y está ocasionando una ola de pánico que se ha comenzado a extender del norte al sur del continente americano. Se trata del fentanilo, una sustancia que puede ser 50 veces más adictiva que la heroína. Su consumo se ha masificado tanto en Norteamérica que en las redes sociales hay cientos de imágenes apocalípticas en las que aparecen personas paralizadas en las calles, principalmente de Filadelfia. En calles sucias, totalmente fuera de sí, permanecen como autómatas, sin control de su movilidad ni de su mente.

El problema es tan grave en Estados Unidos, que en la última década las muertes derivadas por fentanilo mezclado con otros estimulantes pasaron de 235 a más de 34.000, según un estudio de la Universidad de California-Los Ángeles, difundido por la agencia EFE. Tan solo en Nueva York, el 81% de las muertes por sobredosis se deben al fentanilo, informa el Departamento de Salud de esa ciudad. Además, señala que en el último año los fallecimientos por consumo de drogas aumentaron un 12%.

“Desde hace más de cinco años, el fentanilo causa innumerables pérdidas de vidas y una gran destrucción en nuestras comunidades”, dijo Alejandro N. Mayorkas, secretario de Seguridad Nacional, en una nota de prensa publicada por el Departamento de Estado. Asimismo, subrayó que el Gobierno está “firmemente decidido a combatir este flagelo y proteger de él a las comunidades estadounidenses”.

Hacerle frente a este problema, no obstante, parece una tarea titánica. De acuerdo con un reporte del Southern Iowa Mental Health Center, las tasas de mayor mortalidad nacionales se registraron en personas de entre 25 y 44 años de edad. “Todas las razas estuvieron implicadas, pero los estadounidenses negros y los amerindios fueron afectados de manera particularmente dura”, indica el informe. En todos los grupos raciales y étnicos, “el fentanilo fue la principal causa de muertes por sobredosis”.

No es una casualidad que el drama del fentanilo haya explotado de esa manera en Estados Unidos. Fue justo en ese país en el que surgió, a partir de una empresa farmacéutica que promovió activamente su formulación, a pesar de que ese fármaco estaba indicado solo para enfermos terminales. De esa campaña surgió el consumo masivo que se salió del control de las autoridades, sin que los responsables pasaran un minuto en la cárcel.

Sin embargo, Todd Robinson, subsecretario de la Oficina de Asuntos Internacionales de Narcóticos y Aplicación de la Ley, del Departamento de Estado, ahora ha buscado responsabilizar a otros gobiernos de la situación que vive su país. Ha dicho que en China está el origen de la producción de los productos químicos necesarios para producir esta droga sintética y de ahí llega a manos de los cárteles mexicanos, los cuales se encargan de elaborar el fentanilo y distribuirlo en territorio norteamericano. A mediados de septiembre acusó a Colombia y Ecuador de también participar en esa cadena de suministro.

Ambos gobiernos respondieron inmediatamente a los señalamientos. “No tenemos evidencia que Ecuador tenga rutas específicamente de este tipo de droga sintética”, declaró el ministro del Interior, Juan Zapata. Por su parte, el mandatario colombiano Gustavo Petro descartó que Colombia se hubiera convertido en productor de fentanilo. “Es altamente probable que estos procesos industriales se hagan en los mismos Estados Unidos, quizás en la frontera de México, aprovechando un menor valor de la fuerza de trabajo”, afirmó.

Durante la reciente sesión de la Asamblea General de la ONU, Petro también criticó y responsabilizó a los países “del mayor poder económico y militar de la historia de la humanidad” por haber dado el paso a drogas de la muerte, como el fentanilo. 

La United States Drug Enforcement Administration (DEA) describe al fentanilo como un fármaco opiáceo sintético que se utiliza como analgésico y anestésico de último recurso. En ese sentido, resulta muy útil porque es 100 veces más potente que la morfina. El problema radica en que ya no solo se está usando masivamente para fines médicos, sino que se procesa en laboratorios clandestinos y se ofrece en el mercado ilegal. En Latinoamérica, apunta la DEA, incluso se le conoce como heroína blanca o sintética.

Según el National Institute on Drug Abuse (NIDA), el fentanilo que se consume ilegalmente es el que se relaciona “con más frecuencia con las sobredosis recientes”. Se vende “en forma de polvo, vertido en gotas sobre papel secante, en envases de gotas para los ojos o rociadores nasales o en pastillas parecidas a las de otros opioides recetados”. 

Sin embargo, es frecuente que se mezcle con otras drogas, como la heroína, la cocaína, con metanfetaminas y 3,4-metilendioxi-metanfetamina o MDMA. “Lo hacen porque una cantidad muy pequeña de fentanilo causa un colocón o high, lo que lo convierte en una opción más económica. Esto es especialmente riesgoso cuando las personas que consumen drogas no saben que la sustancia que están consumiendo puede contener fentanilo como un agregado de poco costo, pero peligroso”, señala el NIDA.

Por otro lado, por las redes sociales y algunos medios de comunicación se ha extendido el temor de que el consumo del fentanilo esté comenzando a ser tan grave en Latinoamérica como en Estados Unidos. Pero expertos consultados por CONNECTAS coinciden en que se trata de contextos muy distintos. 

“El fentanilo no es una droga de alta prevalencia de consumo en América Latina. Incluso en los países donde se habla de una epidemia de los opioides sintéticos, entre ellos el fentanilo, como Canadá y los Estados Unidos, no es una de las drogas más consumidas”, explica Adam Namm, secretario ejecutivo de la Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas (CICAD), órgano consultivo y asesor de la Organización de Estados Americanos en tema de narcóticos.

Namm también comparte que, desde sus inicios, la epidemia de opioides en Estados Unidos y Canadá ha estado asociada a un importante consumo de heroína. En América Latina, hay “una diferencia importante”, debido a que el consumo de esta droga es muy bajo. Por lo tanto, insiste en que “el uso indebido de fentanilo no es ni de cerca de las dimensiones de lo que se observa en América del Norte”.

Desde Ecuador, Carlos Vallejo, coordinador técnico del Centro Especializado de Tratamiento a Personas con Consumos Problemáticos de Alcohol y Otras Drogas ‘Carlos Díaz Guerra’, afirma que no se ha reportado un solo caso de consumo de fentanilo en el centro que él coordina ni tiene noticias de que colegas suyos hayan reportado alguno. Tampoco sabe de que se hayan realizado decomisos de fentanilo en Ecuador, salvo siete ampolletas. 

“No hay suficientes alertas”, subraya Vallejo. Su Gobierno, dice, debería de “tener una posición firme” y pedirle a Estados Unidos compartir  las evidencias que Robinson dice que tienen. “Ojalá el Gobierno de Ecuador, como todos los otros gobiernos de Latinoamérica, ante estas declaraciones, que suenan a acusación, respondan desde la evidencia”.

Por su parte, Namm recupera datos del Sistema de Alerta Temprana sobre Nuevas Sustancias Psicoactivas de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés) entre 2016 y 2022. Basado en su revisión, asegura que “no hubo denuncias por presencia de fentanilo en América Central. Hubo una sola denuncia desde México y 11 denuncias desde cuatro países de América del Sur (Argentina, Brasil, Colombia y Paraguay), es decir, 12 denuncias desde toda la subregión de América Latina en un período de seis años”.

Por el contrario, en igual espacio de tiempo, hubo 108 denuncias desde Canadá y 443 desde los Estados Unidos, es decir, 551 desde ambos países, puntualiza Namm. “Efectivamente, Colombia formuló tres alertas sobre fentanilo entre 2016 y 2022. De igual modo, en la costa de Ecuador, particularmente en la Provincia del Guayas, ha ido en aumento el consumo de una droga conocida como ‘la H’, que en los análisis de laboratorio ha arrojado la presencia de heroína adulterada con un sinnúmero de otras sustancias”.

Pero, en respuesta a la pregunta de si hay nuevas rutas de tráfico de fentanilo en América Latina, Namm señala lo siguiente: “Hasta el momento, no se han identificado rutas de tráfico de fentanilo en otras subregiones de las Américas. En general, en estas subregiones el uso no médico de opioides sintéticos, incluido el fentanilo, es comparativamente bajo y las incautaciones que se han realizado en estos países indican que su origen es principalmente a partir del desvío de canales lícitos como, por ejemplo, el sector hospitalario”.

Estados Unidos está tratando de imponer una agenda de política pública que no necesariamente responde a las necesidades ni a las realidades de los países latinoamericanos, considera la investigadora mexicana Angélica Ospina-Escobar, analista del International Crisis Group-México. Cree que la estrategia de ese país es apelar al “pánico moral”, con intención de que la gente deje de usar drogas como el fentanilo. 

Dicho plan, asegura Ospina-Escobar, “es fallido y poco ético” debido a que genera “estigma y discriminación hacia las personas que consumen sustancias. Por ejemplo, esto de los zombis es mostrar a las personas sin control, como irresponsables, que solo piensan en drogarse y que quieren matarse. Y esa no necesariamente es la realidad”.

Para Vallejo, Estados Unidos está queriendo “culpar a su patio trasero de todos sus males”. Desde su perspectiva, “el tema de los opioides no es que Ecuador, México, Perú, China o quien sea los producen. El problema está también en quién consume, pero ahí no hay una responsabilidad compartida”.  

Lo que sí es cierto es que los mercados ilegales de las drogas “se están transformando a gran velocidad” y de manera drástica debido al “predominio cada vez mayor de las drogas sintéticas”, como apunta el Informe mundial sobre las drogas 2023, de la UNODC. Esto se debe a que fabricar estas drogas es barato, fácil y rápido. Entre esas sustancias, el fentanilo ocupa un lugar cada vez más preponderante, sobre todo en América del Norte.

Como explica Luis Fernando Tocora, autor del libro Política criminal global en América Latina, este no es sino un asunto geopolítico, donde se busca perseguir a los supuestos países productores pequeños, mientras que para los que consumen, trafican y lavan activos producto del narcotráfico no hay políticas que permitan contrarrestar “ese tipo de conductas de mercados que son los que, en gran parte, incitan la producción”. Piensa que hay que “atacar los eslabones más fuertes de la cadena”. Otra posibilidad es que los países del sur del continente “tengan una propia asociación para hablar en colectivo, para hablar en coro sobre sus situaciones, sobre sus perjuicios”.

Al final, los expertos coinciden en que se deben revisar con mucho cuidado las estrategias para hacer frente al alto consumo de drogas en la región, no solo al fentanilo. Hasta hoy, los esfuerzos se han enfocado en tratar de ganar una guerra  que parece  perdida contra las drogas conocidas. Y ahora una nueva epidemia, esta vez sintética, parece confirmar la necesidad de un nuevo enfoque. Por lo pronto, es urgente encontrar el camino para evitar que una sustancia como el fentanilo llegue masivamente a envenenar a los latinoamericanos, como ya hizo con tantos ciudadanos del país donde surgió originalmente el problema.

Cada semana, la plataforma latinoamericana de periodismo CONNECTAS publica análisis sobre hechos de coyuntura de las Américas. Si le interesa leer más información como esta puede ingresar a este enlace.

*Periodista mexicano. Miembro de la Mesa Editorial de CONNECTAS. Doctor en Lenguajes y Manifestaciones Artísticas y Literarias, y Máster en Pensamiento Español e Iberoamericano por la Universidad Autónoma de Madrid. 

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