Podría decirse que esta fiesta pagana, que inició como un ritual de la región anglosajona (Inglaterra, Escocia e Irlanda) con el transcurso del tiempo y la expansión de la tradición hacia los demás países del mundo perdió su esencia, convirtiéndose más en una celebración dedicada a los niños, con la participación de padres y adultos.
Es así como hoy en día, se conserva el uso de los disfraces pero los rituales de “alabanza” ya no se ponen en práctica. Únicamente se considera más como una diversión que como una invocación a la brujería o a los ritos satánicos.
En América Latina, se considera que tal vez el único país que procura conservar la naturaleza de estos festejos es la república mexicana, donde sus habitantes siguen fervorosamente la conexión por fecha existente entre Halloween, y el día de los difuntos.
Ahora bien, en países como Colombia, la tradición propiamente dicha de utilizar disfraces de tipo casero para salir por las calles de los barrios en busca de los confites, se deformó dando paso a que esta fecha sea considerada como un nuevo evento de tipo comercial. Ahora el disfraz es más elaborado y de marca, y prácticamente toda la celebración se concentra en los centros comerciales, donde a cambio de la entrega de dulces el comercio aprovecha para incrementar sus ventas.
Pasó de ser una celebración netamente infantil a convertirse en algo más para los adultos. Prueba de ello también es el que muchas de las empresas deciden que sus trabajadores asistan con sus respectivos disfraces, celebran eventos de integración y rematan con el consumo de alcohol y baile en centros de diversión que también se preparan para hacer sus respectivas celebraciones.
Sin embargo, este año parece que esta celebración toma un camino diferente debido a la pandemia que estamos viviendo, ya que como bien sabemos, las reuniones y eventos con alta concentración de personas está totalmente restringido.
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