*Por Leonardo Oliva
“Black Mirror” es una de las series más celebradas de los últimos años. En el primer episodio de su nueva temporada, Salma Hayek interpreta a un personaje que es una versión de sí misma creada con inteligencia artificial, lo que le crea un conflicto con los productores. Curiosamente, una ficción grabada hace varios meses termina hoy superada por la realidad: al mismo tiempo de su estreno, Hollywood enfrenta una de las más duras huelgas de actores y guionistas. Y entre los reclamos de los artistas, justamente está el de la posibilidad de que la inteligencia artificial les empiece a quitar trabajo.
Pero esa industria es apenas un ejemplo. En 2023 irrumpieron en el mundo tecnologías como ChatGPT, basadas en inteligencia artificial (IA) generativa. Aunque el debate por la automatización del trabajo tiene varias décadas, la llegada de estas herramientas ha obligado a asumir un nuevo enfoque. En efecto, hoy hasta las actividades menos automatizadas —y por ende más creativas, como el cine— empiezan a estar en riesgo. Se dice que la IA generativa representa un proceso similar a la revolución industrial del siglo XVIII; que a la par de las soluciones que trae, miles de trabajadores van a perder sus empleos; y para los apocalípticos, que los robots dominarán a los humanos y tomarán el control de todo. Como si estuviéramos viviendo en un capítulo de “Black Mirror”.
Más allá de miedos y paranoias, es cierto que la IA está entrando con fuerza en el mundo laboral. Y los pronósticos pesimistas están a la orden del día, muchas veces sin considerar sus impactos positivos. Un reciente informe de Goldman Sachs destaca que unos 300 millones de puestos de trabajo están en riesgo, sobre todo en los países desarrollados. Estas cifras han rebotado por todo el planeta a modo de alerta, sin tener en cuenta que el mismo informe también dice que la IA puede aumentar la productividad y eficiencia en muchas industrias. Y, por supuesto, crear nuevos puestos laborales.
Mientras tanto, América Latina está rezagada en este debate, mientras arrastra sus altísimas tasas de desempleo e informalidad laboral en medio de un fuerte retraso tecnológico. En este contexto, la OCDE había previsto en 2020 que por la automatización podían estar en riesgo más del 25% de los empleos en esta región (una de las tasas más altas del mundo). Y eso antes de la popularización de la IA generativa.
Antes de la irrupción de ChatGPT había una coincidencia general en que los trabajos más amenazados eran los que requieren de labores repetitivas, como la industria manufacturera, el transporte y la atención al cliente. Pero otros como la abogacía, la medicina y la educación parecían a salvo, por su necesidad de aplicar pensamiento crítico y capacidad de gestión. Pero ahora las herramientas de IA generativa también pueden realizar muchas de sus labores.
En los países de América Latina los pronósticos en este nuevo contexto no son alentadores. Un reciente informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) le pone números al fenómeno: las máquinas pueden reemplazar más de la mitad de los empleos en varios países. Y en los casos más extremos, como en Guatemala y El Salvador, se estima que tres de cada cuatro puestos de trabajo podrían automatizarse.
Laura Ripani es jefa de Mercados Laborales del BID y una de las autoras de este informe. En diálogo con CONNECTAS, advierte que la IA generativa “ya está empezando a tener impacto en dos ámbitos del trabajo: la productividad y el empleo”. Pero aclara que en nuestra región aún “existen barreras importantes que hacen más difícil que América Latina y el Caribe puedan absorber tan rápido este tsunami tecnológico. Una es la falta de conectividad, ya que en la región aún hay 200 millones de personas sin acceso a Internet. Asimismo, en comparación con los países desarrollados, los niveles de preparación de la mano de obra suponen un freno para la adopción y uso de estas nuevas tecnologías. Además el hecho de que la mayoría de las firmas en la región son pequeñas, agrega restricciones a la innovación a nivel empresarial”.
Pero, tarde o temprano, la IA impactará en Latinoamérica porque, en un mundo globalizado, esta revolución no dejará sitio sin modificar. Por eso la UIT, el organismo especializado en telecomunicaciones de la ONU, pidió en junio a los países y a las empresas desarrolladoras avanzar en la regulación de esta tecnología. Algunos ya lo están haciendo: el Parlamento Europeo acaba de aprobar una ley al respecto; China tiene desde 2001 legislación para evitar su uso con fines ilícitos; en Estados Unidos hay un proyecto de Ley de Responsabilidad Algorítmica que, de ser aprobado, exigirá a esas empresas evaluar cómo sus sistemas automatizados podrían afectar derechos fundamentales.
¿Y en América Latina? Mientras se prepara para octubre en la capital de Chile la Cumbre de Autoridades para la Ética de la Inteligencia Artificial, el primer encuentro gubernamental de la región sobre este tema, ya hay algunos avances. Perú se convirtió en pionero en la región al promulgar el 5 de julio una ley que promueve el uso de la IA “en favor del desarrollo económico y social del país”. Por su parte, Brasil tiene un proyecto similar en marcha y Chile cuenta desde 2021 con una “Política Nacional de Inteligencia Artificial”.
Esas iniciativas marcan un camino al resto de los países y van en el sentido de lo que recomendó la Unesco en 2021 en cuanto a los usos éticos de la IA, cuando ChatGPT aún era un proyecto de laboratorio. También la CAF publicó hace poco un documento con recomendaciones a los gobiernos latinoamericanos sobre tecnologías de IA generativa. En él, los autores Armando Guio Español y Elisabeth Sylvan proponen seis medidas, entre las cuales está “acelerar la experimentación normativa y elaborar un primer proyecto de legislación sobre IA para la región”. Y adaptar las normas a las necesidades latinoamericanas, como “centrarse en cuestiones de derechos humanos más que en cuestiones técnicas”.
A esto, Ripani le suma otra recomendación clave: educar a la ciudadanía para prepararla para un mundo laboral que convivirá con la IA. “Estudiar solamente en la escuela no es una solución viable, ya que la demanda de habilidades está cambiando rápidamente y debemos aprender a aprovechar las nuevas tecnologías. En este sentido, es crucial que los gobiernos inviertan en programas de educación y de formación que desarrollen habilidades relevantes para el trabajo en la era de la inteligencia artificial. Por ejemplo, que las personas aprendan habilidades digitales básicas y avanzadas pero que a la vez adquieran habilidades de resolución de problemas, creatividad, pensamiento crítico y trabajo en equipo, habilidades que son difíciles de automatizar y qué van a ser siempre necesarias en el mundo laboral”.
Sebastián Hacher es un periodista argentino especializado en crónica narrativa. Esa experiencia lo llevó a incursionar en una nueva disciplina: el diseño conversacional. ¿De qué se trata?: de enseñarle a los chatbots que hablan con las personas en los servicios de atención al cliente a ser más “humanos”. Él dice que no se ha reinventado en su profesión, sino que es una evolución lógica: “Básicamente amplié un poco mi vínculo con el lenguaje. Lo que hacemos en esa disciplina es diseñar con palabras y yo toda mi vida me dediqué a escribir y diseñar relatos, entonces el salto fue como como bastante natural”.
Si bien él no lo admite, dio su salto profesional justo en una era en la que Ia IA viene a reemplazar trabajos (como el de periodista) mientras crea otros nuevos. Sebastián, en vez de combatir a los robots, se unió a ellos; o mejor dicho, los usa como herramientas. Y en esa experiencia, advierte que si los gobiernos van a regular esta tecnología, deben apuntar a cómo se usa nuestra información personal: “Cómo se alimentan esas inteligencias, quiénes están detrás, qué se hace con nuestros datos, de dónde se saca la información para entrenarlas”, dice. Y argumenta: “Ahí hay una opacidad que tendría que salir a la luz; básicamente son nuestros datos, nuestra privacidad en nuestro vínculo con la información. Eso tendría que estar regulado en el sentido de que tendría que ser visible y auditable”.
Ripani coincide en que hay que “establecer regulaciones que aseguren la privacidad de los datos y minimicen la posibilidad de que se tomen decisiones basadas en datos ficticios”. Y agrega que hay que incluir la “equidad en el acceso a las oportunidades laborales” para evitar la “discriminación algorítmica”. Esto porque cada vez más servicios de empleo utilizan herramientas de IA para seleccionar a los candidatos, lo que puede generar sesgos en esas decisiones automatizadas.
Por esta y otras razones, la experta del BID considera que en la regulación de la IA los gobiernos y los países deben aprovechar esta revolucionaria herramienta minimizando sus riesgos y maximizando sus virtudes. Y “conciliar políticas que promuevan la transformación digital y el acceso a la tecnología con políticas laborales y de formación”. Sobre todo en una América Latina donde millones de personas sufren día a día con trabajos precarizados y con el fantasma del desempleo.
Cada semana, la plataforma latinoamericana de periodismo CONNECTAS publica análisis sobre hechos de coyuntura de las Américas. Si le interesa leer más información como esta puede ingresar a este enlace.
*Periodista argentino. Miembro de la Mesa Editorial de CONNECTAS. Licenciado en Comunicación Social. Integró la primera promoción del Programa de Formación Intensiva Editores CONNECTAS.