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Conservación de la Amazonía: se acaba el tiempo

Representantes de ocho países, reunidos en Belém do Pará, Brasil, acordaron reforzar su cooperación para salvar el último pulmón del planeta. ¿Lograrán los objetivos, ahora que se acaban las últimas oportunidades de evitar una catástrofe ambiental irremediable?

Por Carlos Gutiérrez*

La Amazonía es un territorio inmenso, desafiante e inconmensurable. Ahí se encuentra “más de la mitad del bosque húmedo tropical del planeta y es la mayor floresta tropical del mundo”, describe la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA).

Este gigantesco territorio de 7,4 millones de kilómetros cuadrados representa el 4,9% del área continental del planeta, según cifras de la CEPAL. Abarca ocho países –Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela– y su cuenca es la más grande del mundo. En el Amazonas se encuentra un 20% del agua dulce global. 

La extensión boscosa de la Amazonía es un filtro natural para limpiar el aire que respiramos en la Tierra. Es “importantísimo para la captación del dióxido de carbono que está en la atmósfera como producto de las múltiples emisiones de diferentes sectores a nivel global”, explica Carmen Josse, directora ejecutiva de EcoCiencia, Ecuador. En este sitio también se producen al día muchos millones de metros cúbicos de agua que llegan a la atmósfera y provocan la mayor cantidad de lluvias que caen en el sur del continente.

A pesar de ser semejante maravilla natural, la Amazonía vive la más severa crisis de su historia, que la pone entre conservar la salud de su bioma o presenciar su destrucción irremediable, lo que traería consecuencias severas para todo el planeta.

La Amazonía es un ecosistema “supremamente importante” y se está acercando a lo que se conoce como punto de inflexión o punto de no retorno. “Este es un momento irreversible en el que, si se llegan a perder más del 20% de los bosques amazónicos, el ecosistema perderá su capacidad de regular el clima y de regenerarse a sí mismo”, dice Maritza Florian, especialista en cambio climático y servicios ecosistémicos de WWF Colombia. Alerta que actualmente, en términos de degradación y deforestación, ya está alcanzando el 17%.

Al llegar al punto de no retorno, explica el periodista holandés Bram Ebus, especialista en conflictos socio-ambientales, “ya no va a poder abastecer suficiente vaporización de agua para mantener su propio ciclo de lluvia y se va a autodestruir. Así la región, con toda la capa vegetal que va a morir, puede convertirse en un ecosistema que no podrá absorber el dióxido de carbono”. En este escenario, subraya Ebus, “la Amazonía se va a convertir en nuestro enemigo”.

El signo más visible del deterioro es la deforestación. En el sur de la Amazonía brasileña se ha perdido tanta zona verde que se ha instalado un proceso de desertificación de graves consecuencias. Incluso está dejando de ser un pulmón verde, para convertirse en una emisora neta de carbono. 

Del lado peruano, el escenario no es menos grave, describe el investigador de la Universidad Nacional Agraria La Molina, Marc J. Dourojeanni, en un trabajo académico titulado “¿Es posible detener la deforestación en la Amazonía peruana?”. La evidente destrucción de bosques “implica sequías e inundaciones cada vez más imprevisibles y violentas en la selva baja”. Para este académico, la agricultura y la minería ilegal son las principales causas de la deforestación en la Amazonía peruana.

El fenómeno no es nuevo. Se trata de un proceso de degradación que lleva décadas sin que los sucesivos gobiernos lo hayan atendido de manera eficaz. Desde la década de 1970, tan solo Brasil ha perdido un área total de bosque tropical tan grande como toda Francia, calcula Greenpeace. Esta organización apunta a la ganadería como la principal responsable, aunque también señala al cultivo de soja y la exploración forestal industrial, como factores determinantes para esta condición. 

En un informe publicado en 2022, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) coincide en que la principal amenaza es la deforestación, cuyo avance compromete la salud y supervivencia del bioma a largo plazo. Y lo peor, el problema se ha acelerado con extrema rapidez. Según sus cifras, la Amazonía brasileña perdió más de 8.700 kilómetros cuadrados de selva entre 2020 y 2021. Se trata del “segundo peor dato de los últimos 13 años”, informa.

Otras amenazas importantes provienen de las actividades mineras que, como es el caso de la minería informal e ilegal de oro, contaminan el agua, la tierra y el aire con sustancias tóxicas como el mercurio. Y este “va avanzando a lo largo de la cadena trófica desde los peces hasta el ser humano”, alerta WWF.

“Los países amazónicos han tenido una responsabilidad muy grande por abandonar grandes regiones amazónicas –señala Ebus–. No han cuidado sus territorios, ni a sus poblaciones y se ha dado una pérdida de gobernanza gigante. Por ejemplo, en Colombia los guardaparques ya no pueden entrar a los parques nacionales de la Amazonía porque la disidencia de las FARC se lo impide”. 

Para Greenpeace, no solo los países que comparten frontera amazónica tienen la responsabilidad de que la Amazonía se encuentre en esta delicada situación. Los intereses extractivistas del mundo desarrollado también han dañado al bosque tropical. La entidad acusa principalmente a empresas españolas por “la conflictividad que se vive” en esta región, debido a que empresas eléctricas y aseguradoras buscan hacer negocios con proyectos destructivos. España “es uno de los mayores importadores europeos de madera tropical amazónica”, se lee en su portal de internet.

Frente a este escenario ya casi apocalíptico, el 9 de agosto se reunieron los líderes de los ocho países miembros de la OTCA en la ciudad de Belém do Pará, en Brasil. Plantearon una declaración de 113 puntos encaminados a hacer frente a la urgencia por “proteger la integralidad de la Amazonía”, así como para “combatir la pobreza y las desigualdades en la Región Amazónica”. Todo con –de acuerdo al texto– respeto por la democracia, la dignidad de los pueblos, el estado de derecho y los derechos humanos.

La llamada Declaración de Belém tiene aspectos destacables, como la intención de avanzar en una “nueva agenda común de cooperación” entre los gobiernos y, principalmente, llevar a cabo acciones urgentes con el fin de “evitar el punto de no retorno en la Amazonía”. También procurará la participación activa de los pueblos indígenas, de las comunidades locales y tradicionales, “con especial atención a poblaciones en situación de vulnerabilidad”. Además, se buscará establecer un mecanismo que permita fortalecer y promover el diálogo entre los gobiernos y los pueblos indígenas amazónicos.

Asimismo, se pretende institucionalizar el Observatorio Regional de la Amazonía, un instrumento permanente de monitoreo e información para los países. A esto se suma la creación del Panel Técnico Científico Intergubernamental de la Amazonía y del Foro de Ciudades Amazónicas, para fortalecer la cooperación entre las autoridades locales de los Estados Parte y el liderazgo de las mujeres, de los líderes indígenas, así como de comunidades locales y tradicionales.

Entre otras acciones más, propone monitorear la calidad del agua para consumo humano, sobre todo en cuanto a la exposición al mercurio y otras sustancias peligrosas derivadas de la actividad minera, “en particular la que afecta a los pueblos indígenas y las comunidades locales y tradicionales”.

El aspecto más mediático del acuerdo es la creación de la Alianza Amazónica de Combate a la Deforestación entre los Estados Parte, que tiene como objetivo “impulsar la cooperación regional en la lucha contra la deforestación”. Se trata de no llegar al punto de no retorno de la Amazonía, mediante diversas metas, incluidas aquellas encaminadas a alcanzar la “deforestación cero, a través de la eliminación de la tala ilegal, del fortalecimiento de la aplicación de la legislación forestal de los Estados Parte, del manejo forestal sostenible, del manejo integral del fuego”, entre otros.

La Declaración de Belém incluye un mensaje de urgencia a los países desarrollados para que cumplan “con sus compromisos de provisión y movilización de recursos, incluyendo la meta de movilizar 100 mil millones de dólares anuales en financiamiento climático”. También pretende impulsar “mecanismos innovadores de financiamiento de la acción climática”, entre los que señalan el canje, por parte de países desarrollados, “de deuda por acción climática”.

Para Margarita Florez, directora de la asociación Ambiente y Sociedad, resulta valioso que la Amazonía no sea entendida sólo como árboles, sino que haya “un reconocimiento al rostro humano y eso es una gran contribución”. Y es que, como señala la experta, “la región son culturas, son campesinos, son afrodescendientes y son pueblos”. 

De hecho, en la Amazonía vive una gran diversidad cultural, “resultado de un proceso histórico de ocupación del territorio e interacción entre grupos humanos de distinta procedencia étnica y geográfica”, comparte la OTCA. Es “una reserva genética de importancia mundial para el desarrollo de la humanidad”, debido a la gran cantidad de especies endémicas que pueden encontrarse únicamente ahí, dice la misma organización.

Otro aspecto “impresionó mucho, positivamente”, a Florez en la Declaración de Belén. “Las ciudades, como la gente, estaban invisibles y aquí ya se empieza a ver que se va a crear un foro de ciudades amazónicas, que ya existe en la academia, pero que se va a institucionalizar dentro de la OTCA. Me parece que el gran problema es seguir pensando que la Amazonía es únicamente la selva”.

Este documento también ha recibido muchas críticas. Algunas de ellas señalan que los asistentes debieron buscar una solución definitiva a la crisis que vive la Amazonía y establecer metas concretas, sobre todo frente a la deforestación. Josse considera que la cumbre de Belém resultó “bastante tibia”, debido a que “quedaron un poco corta la participación de la sociedad civil y de las distintas organizaciones”. Con ello, dice la experta, todo dependerá “de la voluntad de las entidades públicas que ya han estado a cargo de la Amazonía”.

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, no pudo quedarse callado y dio respuesta a estas voces. “No es fácil encontrar la solución definitiva, porque eso requiere de mucho trabajo, muchos años de trabajo”, dijo el mandatario brasileño.

Lo cierto es, como subrayan los expertos, que más allá de las diferencias ideológicas y políticas, este u otro acuerdo tiene que funcionar, porque la cuenta regresiva hacia la devastación ecológica amazónica está en sus últimos minutos. De no llevar a cabo acciones efectivas, la humanidad tendrá que despedirse de su más importante pulmón verde y no podrá evitar una catástrofe ambiental de consecuencias irremediables.

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*Periodista mexicano. Miembro de la Mesa Editorial de CONNECTAS. Doctor en Lenguajes y Manifestaciones Artísticas y Literarias, y Máster en Pensamiento Español e Iberoamericano por la Universidad Autónoma de Madrid. 

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