Por: Danniela Rodríguez
La película, estrenada en Colombia en agosto de 2025 tras recorrer festivales internacionales, se adentra en los días finales de la Guerra de los Mil Días, ocurrida entre 1899 y 1902.
No lo hace desde el discurso académico ni desde el relato oficial, sino desde la intimidad de un hombre común que, con la urgencia de encontrar a su hermano, se interna en las montañas, acompañado por un fotógrafo amateur. Entre el polvo, la risa amarga y la crudeza de la guerra, la historia se transforma en un wéstern a la colombiana, con acentos santandereanos, música campesina y la fuerza del paisaje como un personaje más.
Ubicar la narración en la Guerra de los Mil Días no es un capricho. Ese conflicto, de los más sangrientos de la historia colombiana, dejó cicatrices profundas en Santander y en el país.
Gaona lo sabe bien: nació en Güepsa, municipio marcado por la tradición oral y la memoria de esas violencias. Con Adiós al amigo propone mirar hacia atrás, no para romantizar la guerra, sino para entender cómo esos episodios moldearon la cultura popular y el carácter de una región.
“En estas dos últimas décadas de producción de cine colombiano que permitió la creación de la Ley de Cine de 2003, muchos de los autores tenemos como inquietud, desde nuestras esquinas del mundo, contar los demonios que tenemos por dentro y ver cómo después de estas dos décadas, hay una necesidad de reconectar y crear desde la dramaturgia y la emoción, y cómo llegar a esos públicos que merecen la atención para que el cine, sobre todo, dialogue”, menciona Gaona.

El guion, escrito por Gaona, explora cómo la violencia atraviesa la vida cotidiana y cómo, incluso en medio de la barbarie, persisten la ternura, el humor y la necesidad de contar historias.
La película no se plantea como una clase de historia, sino como una experiencia sensorial que entrelaza imágenes de cañones y ríos con diálogos sencillos y cargados de ironía.
La carrera de Iván Gaona no empezó en alfombras rojas, sino en las calles y montañas de Santander. Ingeniero civil de formación, encontró en el cine un modo de construir otras arquitecturas: las de la memoria. En 2004 fundó junto al músico Edson Velandia y otros colegas el colectivo Miles Broncas, un laboratorio de creación audiovisual que apostaba por el cortometraje y la experimentación en comunidad.
Esa experiencia dejó huella en su manera de hacer cine para trabajar con actores no profesionales, rescatar los ritmos y dialectos locales, y rodar en escenarios naturales que no necesitan decorado porque narran por sí mismos.
En Adiós al amigo el elenco está compuesto en su mayoría por personas de la región, la música tiene la impronta de Velandia y los paisajes del Cañón del Chicamocha aportan una autenticidad que pocas producciones logran.

“El Cañón del Chicamocha es una montaña agradecida, y estar abajo es hermoso. Es una especie de tazón rodeado por montañas, junto a vientos muy fuertes y un calor abrasivo. Hay una sensación bella de esta geografía que ofrece el cañón, que mengua cualquier reto físico que pueda presentarse. En una filmación, se está dispuesto a poner el pecho para lo que haga falta”, indica Gaona sobre su experiencia en el Cañón.
Adiós al amigo es una película profundamente santandereana, y profundamente universal. Una obra que demuestra que el cine colombiano puede ser local sin ser pequeño, y que desde un cañón en Santander se pueden contar historias capaces de conmover a públicos de Tokio, Varsovia o Bogotá.
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