Por: Isabela Gonzáles
El gran telón azul se levantó, acompañado del sonido de una sinfonía perfecta ejecutada por la grandiosa Orquesta Sinfónica de Bogotá. La ovación del público resonó en las paredes del Teatro Cafam, el cual abrió sus puertas para formar un jardín sonoro donde los cinco boyacenses de Nasa Histoires florecieron con su arte.
Afuera, desde antes de que el primer violín afinara, el espectáculo ya había comenzado. Los fans, organizados y emocionados, entregaban pulseras neón a cada asistente: verdes, moradas, amarillas, blancas… los mismos tonos que evocan las canciones de Flora, su más reciente álbum. Era una forma simbólica de hacer que el público también formara parte del espectáculo de forma interactiva.
Cuando los músicos aparecieron en escena, no solo lo hicieron con instrumentos en mano, sino ensayos, preparación y hasta coreografía, que le dio el toque adicional a los músicos. Su música no fue simple melodía: fue relato y catarsis. Para su apertura, decidieron iniciar con “Cactus”, una canción fuerte y con letra directa y profunda, que podría generar sentimiento encontrados, pero la banda dio un mensaje liderado por el vocalista, pues, dejó claro que este tema era “desde el corazón” para quienes luchan contra la depresión y los pensamientos suicidas. No hubo silencio incómodo ni artificio; solo una sinceridad cruda que hizo que la tristeza se convirtiera en aplauso.
A su lado, Víctor, el saxofonista, parecía vivir un sueño. Conmovido, contó que de niño tocaba en la sinfónica de su pueblo y que compartir escenario con la Orquesta Sinfónica de Bogotá era, en sus palabras, “un sueño cumplido”. Fue uno de esos momentos en los que la música trasciende la técnica para volverse memoria.

La noche también tuvo imprevistos: el baterista, lesionado de un brazo, no pudo tocar. Pero eso no frenó al grupo. Con una admirable capacidad de adaptación, los demás miembros llevaron el pulso del espectáculo con una coordinación impecable, demostrando que el alma de Nasa Histoires no depende de un solo instrumento, sino del lazo invisible que los une como banda. Además, la organización del evento pareció buena, e ir coordinada con la preparación de los artistas
El concierto avanzó con una puesta en escena vibrante, que trajo invitados como Santiago (de Monsieur Periné), Pilar Cabrera y Maca y Gero, quienes se sumaron al espectáculo, cada uno aportando su propio color a ese lienzo musical que exploró temas tan humanos como la pérdida, la ansiedad o la búsqueda de esperanza.
Lo impresionante de todo, era poder ver el cruce generacional que había dentro del público, pues, desde niños hasta adultos mayores, disfrutaban de la música, cosa que presenta un gran panorama para la banda, al lograr unir varias generaciones a través de sus sonidos.
Conversando con algunos asistentes al final del evento, la sensación era unánime, pues se encontraban sorprendidos por el gran talento musical de los artistas en escena: “Hoy en día es muy raro encontrar artistas que realmente sepan de música y que sean tan buenos”, decía una espectadora. Y tenía razón. En tiempos donde la industria tiende a lo inmediato, Nasa Histoires se atreve a tomarse el tiempo de sentir, de componer, de contar.
La sinfonía de las flores no fue solo un concierto; fue un manifiesto. Una muestra de que la juventud puede hablar de salud mental sin miedo, que la tristeza también puede bailarse, y que la música, cuando se hace con el alma, sigue siendo el idioma más universal de todos.
                                    







