Por: Danniela Rodríguez
Por estos días millones de colombianos centran sus noches en una sola cosa, ver qué sucede dentro de La Casa de los Famosos Colombia. Un reality show que ha capturado la atención del país entero, polarizando opiniones, generando fanatismos y ocupando los titulares de redes sociales como si se tratara del futuro mismo de la nación.
Mientras tanto fuera de la casa, la realidad golpea con fuerza, protestas sociales, atentados contra líderes políticos, sociales y poblaciones enteras, violencia estructural y una profunda crisis de representatividad política que parece no tener fin. ¿Qué nos está diciendo este fenómeno televisivo sobre el estado actual de nuestra sociedad?
Lo que ocurre dentro de La Casa de los Famosos parecería a simple vista, una distracción inocente, pero no lo es, este programa no solo entretiene, también educa, moldea y representa. El problema surge cuando lo que representa está más cerca de la distorsión que de la reflexión, la casa se ha convertido en una suerte de “mini Colombia” donde se reproduce la toxicidad del debate público, las divisiones sin puentes de entendimiento, la manipulación emocional, la cultura del espectáculo y la espectacularización del conflicto y lo más grave, esa misma casa está funcionando como válvula de escape de una realidad nacional que cada vez parece más insoportable.
Una pantalla que divide

El país está dividido, pero no solo por el conflicto político, ni por las desigualdades sociales, ni por la violencia histórica que arrastramos desde hace décadas. Hoy Colombia también está dividida por un reality show, los fanáticos de ciertos participantes se enfrentan con una virulencia en redes que recuerda más a una lucha política que a una diferencia de gustos televisivos, se ha creado una polarización que reproduce las peores prácticas del país, cancelación, insultos, amenazas y una fe ciega en figuras que, lejos de representar valores edificantes, encarnan lo peor del espectáculo, la traición convertida en estrategia, la manipulación emocional como herramienta de juego, la vulgaridad como forma de expresión legítima.
Este fenómeno no es casual, en un país donde gran parte de la población ha perdido la fe en la política, en las instituciones y en los medios tradicionales, estos “nuevos ídolos” se convierten en referentes morales, emocionales y hasta ideológicos, se les sigue, se les defiende, se les imita y esto en medio de un contexto nacional donde se asesinan líderes sociales, se desplazan comunidades enteras por cuenta de la violencia y se desmantelan espacios de diálogo social, es profundamente preocupante.
El país en crisis mientras se grita por “votaciones”
Durante las semanas en que La Casa de los Famosos Colombia ha acaparado la atención del país, en Colombia han ocurrido hechos gravísimos, manifestaciones de estudiantes, indígenas y trabajadores han sido reprimidas con fuerza, se han presentado atentados contra precandidatos presidenciales, zonas rurales completas viven bajo el control de grupos armados sin que la institucionalidad dé una respuesta clara y mientras tanto, los hashtags más virales giran en torno a quién se va de la casa, quién traicionó a quién y cómo votar por determinado participante. ¿Qué tipo de anestesia colectiva es esta? ¿Cómo es posible que mientras el país se desangra, buena parte de la conversación nacional esté secuestrada por un programa que, además, reproduce dinámicas altamente tóxicas?
La respuesta puede estar en una combinación peligrosa, una sociedad agotada emocionalmente, con niveles altos de ansiedad, miedo y frustración, encuentra refugio en un espectáculo que promete entretenimiento, pero entrega fanatismo, en lugar de generar espacios de esparcimiento real, La Casa de los Famosos exacerba las divisiones y proyecta modelos de convivencia basados en la manipulación, la mentira y la traición y lo más grave es que al estar patrocinado y reproducido por grandes medios, estas formas de interacción se legitiman, se normalizan y se convierten en parte del tejido cultural del país.
No se trata de satanizar el entretenimiento, el ocio es parte fundamental de la vida humana, pero el problema radica en qué tipo de ocio estamos consumiendo y qué nos está enseñando, lo que vemos en La Casa de los Famosos no es simplemente un juego, es una pedagogía emocional y social, se enseña que para ganar hay que dividir, que para sobresalir hay que traicionar, que para sobrevivir hay que construir alianzas falsas y que para ser popular basta con generar polémica.

En un país con una frágil cultura democrática, con décadas de violencia política, con una juventud que ha crecido en medio de la desconfianza, este tipo de mensajes no son inocentes, alimentan la desesperanza, fortalecen los comportamientos tóxicos y consolidan la idea de que “el fin justifica los medios”. ¿Qué le estamos diciendo a las nuevas generaciones cuando celebramos este tipo de modelos? ¿Qué tipo de país estamos construyendo cuando aplaudimos la mentira como estrategia y la humillación como espectáculo?
No se puede ignorar tampoco el uso político que puede tener este tipo de fenómenos, en momentos donde la gobernabilidad está en crisis, donde las protestas sociales aumentan y donde la crítica ciudadana se hace cada vez más fuerte, distraer al pueblo con un espectáculo de alto impacto emocional puede ser funcional al poder, la cortina de humo mediática no es nueva, se ha utilizado históricamente para desviar la atención de los verdaderos problemas del país, pero lo que preocupa hoy es la intensidad con la que se está dando y el nivel de implicación emocional que genera.
No es casualidad que los medios más poderosos promuevan con tanta fuerza este tipo de programas, lo que está en juego no es solo el rating, es la agenda pública, es la conversación nacional, es la construcción del imaginario colectivo y en esa batalla simbólica estamos perdiendo.
Colombia ha tenido momentos brillantes en su historia televisiva, desde telenovelas que retrataron con sensibilidad la realidad nacional, hasta programas de análisis que invitaron al pensamiento crítico, hoy más que nunca necesitamos una televisión que acompañe, que cuestione, que eduque, que inspire, una televisión que sin dejar de entretener, no renuncie a su responsabilidad social.
Los realities no son malos en sí mismos, pero necesitamos realities que nos conecten con lo mejor de nosotros, no con lo peor, que promuevan el trabajo en equipo, la empatía, la solidaridad, la creatividad, que representen la complejidad del país sin convertirla en circo, que permitan escapar un rato, sí, pero para regresar con más preguntas, no con más fanatismo.
Colombia está en un momento crítico, nos enfrentamos a una encrucijada histórica donde se define si seguimos reproduciendo el ciclo de violencia, corrupción y desesperanza o si apostamos por construir un nuevo pacto social basado en el respeto, la justicia y la inclusión.
En ese camino, la cultura, los medios y el entretenimiento juegan un papel fundamental, no podemos seguir validando espectáculos que alimentan la división, que premian el engaño y que nos desconectan de la realidad.
La Casa de los Famosos no es solo un programa, es un síntoma, pero también puede ser una oportunidad para preguntarnos qué estamos consumiendo, por qué lo hacemos y qué efectos tiene en nuestra vida personal y colectiva, la casa puede ser un espejo, pero depende de nosotros decidir si queremos mirarnos ahí o si preferimos construir un reflejo más digno, más justo y más humano.