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[Reseña] Selva, la oda a una generación perdida

Selva está narrada desde la rutina de una Bogotá hostil, abarrotada, solitaria y asfixiante, que se toma licencias poéticas para acercar al público al conflicto interno del protagonista.

Por: Julieth Cicua

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“…Los que al recordarme alguna vez piensen en mi fracaso y se pregunten por qué no fui lo que pude haber sido, sepan que el destino implacable me desarraigó de la prosperidad incipiente y me lanzó a las pampas, para que ambulara vagabundo, como los vientos, y me extinguiera como ellos sin dejar más que ruido y desolación”.

Este fragmento de La Vorágine (1924) de José Eustasio Rivera, guía gran parte de Selva (2025), película de los directores Esteban Hoyos García y Juan Miguel Gelacio, que siguen a Julián, un joven productor musical, trabajador en un call center quien se ha desconectado emocionalmente de todo y todos, hasta que su agotadora monotonía es interrumpida por una llamada inusual en su trabajo.

Selva está narrada desde la rutina de una Bogotá hostil, abarrotada, solitaria y asfixiante, que se toma licencias poéticas para acercar al público al conflicto interno del protagonista. Por ejemplo, en la cinta hay una bandada de flamencos perdidos en la ciudad, que nadie sabe cómo llegaron o sobreviven en este lugar que no les pertenece. Julián, influenciado por la novela La Vorágine, se encuentra con algunos de sus fragmentos que le explican la pérdida de rumbo y lo inevitable del destino que le acecha.

La película retrata a una generación perdida y absorbida por la promesa de un futuro que nunca llegó, por la depresión de sentirse atrapada en la nostalgia y la incertidumbre del presente, mientras sobreviven en el lugar del fracaso para muchos jóvenes adultos bogotanos: los call centers, por lo que Selva no es un relato más desde Bogotá, es un llamado de atención a sus espectadores.

Este caos intimista está bien plasmado por el actor José Restrepo (Una Madre, Malcriados, Los Iniciados), que dota a Julián de un peso dramático importante, que al presentarse como un hombre de pocas palabras con un mundo interno que se cae a pedazos, potencia el relato con una penetrante mirada, aunque lejana y triste, mientras su cuerpo cansado pretende indiferencia.

Podría decirse que Selva de alguna manera es el Rodrigo D no futuro (1990) de Bogotá y de esta generación rota, aparentemente destinada al fracaso, a no tener sueños, ni expectativas, a sentirse sola a pesar de las redes de apoyo y no encontrar salida más allá de la fatalidad, salvo que Selva no huye de la violencia, ni de las drogas: escapa del peso de las expectativas que los demás ponen en los individuos, y deja una alerta sobre la depresión y los pensamientos intrusivos, que cuando ganan, como en Arturo Cova, son arrastrados por La vorágine.

| Nota del editor *

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