Por: Cristian Lesmes.

Una corriente de viento helado arropa al macizo montañoso que rodea el complejo del Páramo de Santurbán, su agua fría y cristalina es la encargada de abastecer a casi 48 municipios entre Santander y Norte de Santander, la gran cantidad de musgos y vegetación del páramo también aprovecha las corrientes hídricas y se nutre con el agua que acoge al territorio.
Un sin número de aves como el cóndor de Los Andes y una variedad de águilas, animales terrestres como el oso de anteojos y venados, son los guardianes del páramo; su hogar, lleno de verde, frío, montañoso por donde se le mire y rebosante de espejos de agua. Es el lugar donde estas especies han vivido por siglos, donde se alimentan, donde procrean y donde se relacionan entre sí. El páramo es la casa de cientos de especies animales y de una variada vegetación; es un lugar lleno de vida y de tradición, los habitantes de los municipios cercanos lo cuidan y protegen de situaciones o entidades que puedan poner en peligro la vida de este ecosistema, porque es su hogar y su principal fuente de vida.
Tranquilo y despreocupado estaba Santurbán, aunque su paz fue interrumpida por algunos poderosos, explotadores extranjeros que, con espíritu conquistador, llegan a saquear y colonizar tierras que no les pertenecen, cual Cristóbal Colón descubriendo nuevas tierras y declarándolas suyas, sin importar la población que allí habita; llegan buscando recursos que no hay en su país, ponen en riesgo la fauna, la flora y el agua. El complejo de Páramos Jurisdicción Berlín y Santurbán, de casi cien mil hectáreas, ha frenado su desarrollo ambiental a causa de la inversión extranjera. Contrario a las multinacionales, los habitantes de los alrededores del páramo han ejercido la minería desde la tradición artesanal. Son conscientes con el ecosistema, y extraen los minerales sin fracturar el suelo, causante de los daños, sin contaminar el agua ni desperdiciarla, y sin poner en peligro la vida que habita allí.
Incontables colectivos defienden a Santurbán y todas las fuentes hídricas del territorio, aunque no han sido tenidos en cuenta. Por generaciones, líderes sociales y ambientalistas han denunciado irregularidades en el trabajo de las multinacionales para hacerle frente a la explotación de los recursos naturales, pero muchos han sido callados. En 2019, un total de 212 activistas ambientales fueron asesinados mientras ejercían su lucha por el territorio, mientras que para agosto de este año la vida de 64 defensores del planeta fue cegada por proteger el ecosistema.
Una de las organizaciones cívicas activa desde hace varios años es el Comité para la Defensa del Agua y del Páramo de Santurbán; como su nombre lo indica, trabajan día a día para proteger el medioambiente y sus fuentes de agua. Omaira Gómez Rodríguez integra el Comité: es una luchadora incansable y apasionada por la naturaleza desde que era una niña, siempre tuvo en su mente que cuidar el planeta era fundamental para la humanidad, y tenía certeza que uno de los recursos más importantes es el agua. Su esposo es auditor ambiental y fue el primero en entrar al Comité. Omaira integró la misma organización desde 2009. Es docente especializada en psicopedagogía, y enfatiza que lo más importante a enseñarle a un niño es sobre el cuidado del medioambiente: “cuando dijeron sus primeras palabritas lo primero que aprendieron fue ‘agua sí, oro no’”, comenta Omaira. Desde temprano, a las siete de la mañana, se prepara para enseñarles a sus estudiantes de preescolar. Se le pasa el tiempo volando, pese a que su turno acaba a las seis de la tarde; disfruta educar a las próximas generaciones con consciencia ambiental, para que crezcan cuidando nuestro hogar.
Recuerda que hace unos años, dos de sus estudiantes tenían cuatro meses, apenas podían pronunciar sonidos, pero hoy en día esos mismos niños tienen consciencia ambiental y saben que deben cuidar el planeta: entienden qué son las montañas y qué son los árboles; salen a marchar junto a sus familias por el cuidado del territorio, expresan su rechazo a la gran minería, pero apoyan la pequeña minería. La cátedra de Omaira se basa en explicar que donde hay montaña hay agua, como si aquellas corrientes fluviales escondidas bajo el manto montañoso fueran las venas que nutren de vida al páramo y a las poblaciones; es sincera con ellos, y pese a su edad, entienden lo que pasa y preguntan el porqué de esa explotación, por qué no lo hacen en sus territorios y sí en los nuestros.
Desde cuando el Comité nació, sus primeras formas para hacerse notar fueron plantones y marchas, así llamaron la atención de más ciudadanos que, al igual que Omaira, estaban cansados del pésimo trato hacia el territorio, de ver cómo los recursos se acaban cada vez más rápido y de la incompetencia del Estado.
¿Alguna vez sintieron que el gobierno los quería sacar de allí?
Mira, ya nos han quitado tanto, nos siguen quitando tanto y nos dicen tantas mentiras que el temor se pierde, ya no hay temor.
Con el pasar del tiempo y al ver que les están quitando la posibilidad de mantener la humanidad viva, fueron perdiendo el miedo de marchar y de pelear por lo suyo. Muchas veces les dicen que no pueden salir, pero salen con más fuerza y con más ganas de manifestarse. Las condiciones de la pandemia complicaron la acción colectiva en las calles, pero las herramientas de la virtualidad permitieron que el acceso a más personas fuera posible, que el contacto con la comunidad no se perdiera; siguieron realizando plantones y marchas pacíficas, esta vez con todas las medidas y protocolos de bioseguridad. Sus protestas son ejemplares: agrupan diversos grupos sociales como amas de casa, obreros, estudiantes universitarios, músicos, artistas y todo el que quiera participar; a veces la policía no les permite continuar, pero después del diálogo la Fuerza Pública accede porque saben que son manifestaciones pacíficas; ella cree firmemente en los universitarios; afirma que son los que tienen la cátedra, son una parte indispensable de la movilización. Para sacarle algo positivo a la pandemia, idearon tapabocas con el cóndor de los Andes y el oso de anteojos, para generar consciencia y enfatizar en el cuidado de estas especies.
“El Gran Santurbán”, como lo llaman en el Comité, es para la población de Santander y Norte de Santander la vida y corazón de Colombia y del mundo entero, que incluso, a través del Río Zulia llega al lago de Maracaibo en Venezuela. Los páramos son parte fundamental para la vida de los ecosistemas: junto al páramo de Sumapaz, del Almorzadero, del Cocuy y de muchos más, mantienen funcionando al medioambiente. El concepto de páramo sólo se conoce en Latinoamérica, y por eso es que aquí conocemos su importancia. Otros países los ven como territorios ricos en recursos, y sin mediar palabra, llegan y comienzan con la exploración, que, según Omaira, puede durar hasta diez años antes de empezar el proyecto de explotación formal; incluso algunas entidades están en Santander desde 1996 explorando y saqueando territorios con propósitos mineros.
Para Gómez Rodríguez la presencia de multinacionales como Minesa, Eco Oro o Greystar Resources, tres de las que más impacto han generado en los territorios, se traduce en el enriquecimiento de unas minorías y el aplastamiento de grandes poblaciones. Insiste en que al gobierno no le interesa la vida de más de tres millones de habitantes de esta parte del país y, en cambio, les hacen creer a las comunidades que con la explotación minera habrá progreso para el país; la realidad es otra, de ser así Colombia sería una potencia y un país desarrollado, usaría sus propios recursos para cubrir las necesidades internas en lugar de permitir que empresas extranjeras exploten los suelos para su propio beneficio.
En Colombia mucho se habla del conflicto armado, pero poco del medio ambiente y su sostenibilidad. Sin embargo, Omaira Gómez Rodríguez piensa que, mientras en otras partes del país existen los desplazados por la violencia y por los grupos armados, en Santander y Norte de Santander las poblaciones son desplazadas de sus territorios por las multinacionales que compran las tierras, como en una subasta protagonizada por el gobierno, que luego usan para fracturar el suelo. Es un círculo que se repite, el Estado les ofrece tratos favorables a las empresas que invierten en Colombia como exenciones tributarias. Esas corporaciones hacen diez años de exploración, otros diez años de explotación y cuando se van (si es que se van) dejan una tierra infértil, sin recursos, sin flora ni fauna, y territorios dañados por la maquinaria y por químicos.
Gómez es una mujer luchadora, decidida y dedicada. No se define a sí misma como ambientalista, activista o lideresa social, sino como una persona más que, al igual que otras, está cansada de lo mismo, del daño tan grave que esos proyectos le hacen al medioambiente; ejerce desde la pedagogía y la enseñanza, y aplica el conocimiento con estudiantes y compañeros, amigos y vecinos. Entiende perfectamente que el agua no es un recurso renovable que cada día se agota más rápido, al igual que otros recursos; fiel defensora de los ecosistemas, cuya motivación principal es cuidar y proteger el páramo de Santurbán y todos los páramos y ecosistemas de Colombia y del mundo. Decidió ir en contra de las multinacionales que pretenden vaciar las montañas, que comparan con el queso gruyere: lleno de huecos, que amenazan con sustraer toda el agua y llevarse los minerales, porque vienen por el oro y por casi 53 minerales, cuya explotación deja como resultado territorios desérticos y sin vida, hectáreas de árboles talados y decenas de lagos secos.
Apasionados y determinados, los miembros del Comité para la Defensa del Agua y del Páramo de Santurbán no han logrado mucho en materia de legislación. El camino para expulsar a estas multinacionales es largo, pero desde su nacimiento propician un pensamiento crítico en la ciudadanía, para que cada persona sea consciente de lo que está bien y de lo que no; saben a ciencia cierta que los recursos naturales no deben ser explotados y menos si el resultado de esa explotación es el daño a la tierra, la contaminación del agua, la muerte de animales, de la vegetación y dejar a cientos de personas sin hogar, por eso su lema ha sido, es y será siempre: “agua sí, oro no”.