En los últimos años el cine español no ha dejado de crecer, dejando grandes títulos en la historia, arriesgados en temáticas y en géneros, con historias valiosas como la reciente Espíritu sagrado de Chema García, Alcarràs de Carla Simón (2022), o la maravillosa As bestas de Rodrigo Sorogoyen (2022), entre otras.
Desde el suspenso, el drama o el terror, las producciones españolas resaltan por su calidad, y La infiltrada, dirigida por la directora española Arantxa Echevarría es una buena muestra desde el thriller, con una película bien contada, bien dirigida y elegantemente expuesta, desde una historia real para lograr una gran película.

La película cuenta la historia real de Aranzazu Berradre Marín (Carolina Yuste), pseudónimo con el que se infiltró una agente de la Policía Nacional en la banda terrorista ETA durante 8 años. Cuando contaba apenas 20 años, la joven consiguió adentrarse en la izquierda abertzale, la única mujer que convivió en un piso con dirigentes de ETA. Durante su infiltración se vio obligada a cortar lazos familiares para desarticular el comando Donosti en un momento crucial en el que la banda declaraba falsamente estar en tregua.
Esta es la historia de una mujer valiente, que desde los ojos de la actriz española, a sus 22 años le da una pausa absoluta a su vida, para adentrarse en una vida prestada en busca de un objetivo que parecía lejano, y con ello dejar atrás su pasado. Yuste logra mostrar un miedo encerrado y contenido que desde de la cotidianidad, desarrolla un personaje que recrea una angustia añeja que se percibe durante la película que marca una tensión cruda desde un contexto dramático y hostil.

El experimentado actor español Luis Tosar interpreta a Ángel Salcedo, un jefe de policía que acaba por entregarle a la cinta ese tono de thriller desde un personaje fijado en su cometido, QUE sin ninguna contemplación ayuda a impulsar una tensión bien elaborada por parte de la directora que siempre se dirige a Aranzazu, que se enfrenta a miedos profundos para seguir adelante con una misión que la consume lentamente.
La elegancia de la directora española radica en la manera como presenta a sus personajes, intensificando el perfil de cada uno, mostrando su fuerza o debilidad desde las posturas, los espacios y lo más interesante, las miradas que relacionan a cada ser humano con sus emociones, que por lo general terminan la tensión de secuencias en particular, con la expresión adecuada para continuar con la narrativa.

La dirección de fotografía de Javier Salmones, Daniel Salmones, supo idear los espacios en donde las emociones de los personajes tenían que estar atrapadas, que no podían ser evidentes o mostrar otra motivación, desde la angustia de Aranzazu, hasta la tensión de Ángel en la dirección del operativo que llevó años.
El mensaje político está en el aire de la película en sus casi dos horas de duración, y el factor humano e ideológico se pone sobre la mesa varias veces para que el espectador se haga una idea de lo que estaba en juego, ofreciendo un amplio contexto para no tomar partido completamente, pero haciendo evidente una labor invisible como la de las personas que durante años se olvidan de sí mismas, sostenidas de los recuerdos de las personas que fueron alguna vez, desde el punto de vista de la militancia de ETA, hasta de la misma infiltrada.

Más allá de lo político, la directora y la música de Fernando Velázquez, muestran la constante frustración de La infiltrada, los momentos de la bien lograda tensión y como poco a poco tiene que olvidarse de ella misma para continuar, con su gato como único cable a tierra, para evitar olvidar, así sea un poco, quién era antes.
La infiltrada es otra grata sorpresa española, bien elaborada, impecable desde lo técnico, con una fluidez notable de parte de su directora, con actores y actrices que dejan personajes con sus particularidades en la memoria del espectador sin protagonismos desmedidos, sin desconocer el mérito suficiente a todos los involucrados, porque más que una narración política, es un homenaje a esta mujer valiente que dejó todo por una meta, que como ella debe haber muchas personas dispuestas a colaborar por un mundo mejor. ¡Salud!