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[Crítica] Los Ilusionistas 3: espectáculo de artificio genérico que no encuentra trucos distintos ni nada ya visto

Luego de diez años desde que los Cuatro Jinetes desaparecieron entre cortinas de humo y aplausos fingidos, con la primera entrega de la franquicia de Los ilusionistas: nada es lo que parece (2013) del director francés Louis Leterrier, con el dinamismo de sus películas taquilleras que llamaron la atención del público con El transportador (2002) y El transportador 2 (2005), ubicadas en la estela de la trilogía Ocean’s del gran director Steven Soderbergh, para mí, parecida a una versión juvenil de esa estética en su ritmo y apartado visual.

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Esta nueva entrega, bajo la dirección de Ruben Fleischer, responsable de Zombieland (2009), Fuerza antigángster (2013) y la secuela Zombieland 2 (2019), entre otras, daba para pensar que tal vez le entregaría frescura a la franquicia, pero el director estadounidense se ha vuelto más conocido por su intención comercial que por su sutileza narrativa, con un truco que se repite, con la misma película por tercera vez de hace 10 años, con algo de humor, acción y una que otra sonrisa, con la idea de que el espectáculo del artificio encarna la posibilidad de que el pasado tenga algo que decir, que en este caso no dice nada.

Fleischer, confió en que la magia hiciera los suyo, pero sin riesgo alguno porque le apostó a la renovación de sus personajes, y aclara sin reparo que quiere continuar con la franquicia, relegando de manera simple y tonta personajes como Thaddeus Bradley (Morgan Freeman), una nueva entrega sin altura, omitiendo personajes con tanta resonancia como este, solo para hacer la tarea del cambio generacional, con una trama sin valor, con cambios de fichas por fichas, sin potencia simbólica ni trasfondo emocional sin continuidad.

Los Ilusionistas 3 encuentra algo de ritmo dentro del cine de acción, sin ser memorable en ningún momento. Es una sinfonía de engaños y giros que, aunque previsibles, se sostienen gracias al carisma de su elenco original con Jesse Eisenberg, Woody Harrelson, Isla Fisher, Dave Franco y a la incorporación de nuevos rostros que aportan algo de frescura, pero sin riesgos narrativos y argumentativos.

Justice Smith, conocido por su buen papel en Detective Pikachu (2019), protagonista de la sorprendente, recomendada y desafortunadamente desconocida I Saw the TV Glow (2024), logra un papel con potencial, pero genérico. También está Ariana Greenblatt, que en sus papeles en la limitada película de ciencia ficción, 65 (2023), y en la desafortunada Borderlands (2024), sale bien librada de este genérico guion, otro personaje que encarna una juventud que busca reemplazar a otro personaje disfrazado de legado. Otro personaje es el Bosco, interpretado por la gran promesa Dominic Sessa, que luego de su buena aparición en Los que se quedan (2023), dejó un punto muy alto en lo que parece es capaz de interpretar, que aquí solo sigue la línea donde van todos. 

La trama, centrada en el robo del Diamante Corazón a una familia criminal global es menos relevante que el modo como se cuenta. Aquí, como en los mejores trucos, lo importante no es el qué sino el cómo, un cómo lleno de espejos y de humo, con una edición que se mueve como prestidigitador nervioso: rápido, brillante, a veces torpe, pero siempre buscando el aplauso.

Los personajes no son los mismos, y aunque el guion finge continuidad, hay una melancolía que sí se siente y se filtra entre los trucos, como si el espectáculo no fuera el mismo, pues el público no es el mismo y supiera que su magia ya no deslumbra igual, que se niega a rendirse. Esa resistencia, esa terquedad son profundamente humanas, pero también una señal de que el tiempo es implacable.

La dirección de Fleischer no busca reinventar, sino seguir la línea trazada por las anteriores. Aunque la historia parece estar escrita para que el público consolidado de la franquicia continúe buscándola, me genera un conflicto respecto de a dónde va encaminado el cine comercial en especial en este 2025, y me pregunto: ¿Es necesario hacer cine masticado, o el cine como arte debe generarle conflicto al público? ¿El cine se convirtió en un guiño comercial para vender juguetes y boletas para parques temáticos?

Los Ilusionistas 3 recurre al terreno de lo nostálgico, imperfecto pero entrañable, celebrando el espectáculo como ritual y la magia como memoria. Una cinta que se sostiene por su público, que demuestra que el cine cada vez está menos intervenido por la imaginación y por la creatividad. Juzguen ustedes.        

       

| Nota del editor *

Si usted tiene algo para decir sobre esta publicación, escriba un correo a: jorge.perez@uniminuto.edu

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