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[Crítica] Mátate, amor (Die, My Love): una representación oscura sobre la maternidad como abismo, un relato donde la psicosis posparto arde con belleza y horror.

Mátate, amor es una adaptación de la novela de Ariana Harwicz, donde su directora Lynne Ramsay regresa a un territorio bien explorado como el del alma fracturada, el cuerpo como campo de batalla, la intimidad como escenario de violencia y un desarrollo desigual en la narrativa, que por medio del concepto de a poco encuentra su cometido.

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El relato tiene una furia contenida, casi ritual, que recuerda sus obras anteriores como We Need to Talk About Kevin (2011) y You Were Never Really Here (2017). Aquí la herida es femenina, visceral, doméstica. Jennifer Lawrence, en una de sus interpretaciones más crudas y despojadas, encarna a una mujer atrapada en un sueño deformado por los lineamientos sociales, devorada por la maternidad, la soledad y el deseo de desaparecer por el mal de un aburrimiento que, como enfermedad moderna, corroe la mente y la realidad.

La película, escrita por Ramsay junto a Enda Walsh y Alice Birch, no busca explicar ni redimir. La directora busca la misma línea del libro con su adaptación mediante el lenguaje del delirio, la repetición, el grito ahogado, donde la cámara de Seamus McGarvey se desliza como un espectro por habitaciones silenciosas, espacios incómodos dentro y fuera de la mente, campos húmedos, cuerpos que se tocan sin encontrarse.

El montaje de Toni Froschhammer por medio de la edición, fragmenta el tiempo, lo distorsiona, lo convierte en un flujo de conciencia que recuerda a la novelista, guionista y directora de cine francesa Marguerite Duras, o a la directora de cine y artista Chantal Akerman, que nutrían a sus personajes de su oscuridad, pero con la violencia latente del director argentino Gaspar Noé dentro de sus secuencias, que invita a la sorpresa negativa de los acontecimientos, forjando un desenlace aún peor.

Ramsay logra aquí una receta que mezcla lo poético y lo brutal. La maternidad no es un espacio de ternura, sino de exilio. El bebé, apenas presente, es más símbolo que ser, que existe por momentos, que solo grita para pertenecer a un lugar sin forma, como el fatigoso ladrido de un perro sin lugar, sin atención, destinado a desaparecer incómodamente.

Jackson (Robert Pattinson) es testigo impotente, una especie de figura decorativa que se justifica desde un buen acto para perjudicar todo lo demás. La protagonista se hunde en fantasías de muerte, de escape, de deseo, y la película no la juzga: la acompaña, la escucha, la deja arder en confusos momentos que funcionan para justificar la locura, pero no para hacerle entender al espectador su caída, tanto que Mátate, amor, se convierte por momentos en un viaje de picos violentos que hace que la locura resulte algo incómoda, pero incapaz de causar una introspección en el espectador, sino una confesión personal de la directora respecto de cómo sería ese calvario. 

Una película que dialoga con las narrativas sociales de la paternidad y confronta las profundas problemáticas de la maternidad que muchas veces se toman con ligereza, propias de lo femenino, lo rural, lo mental, con ecos de tantas mujeres silenciadas por el deber y el dolor. Ramsay, con el impulso de una Jennifer Lawrence entregada en el personaje de Grace, convierte ese silencio en grito, con imágenes que no buscan gustar sino sacudir, que por momentos resultan pretenciosas que desvían el mensaje final, que, al parecer solo pretenden ser considerada para premios, como el caso de Maestro (2023) dirigida y protagonizada por Bradley Cooper.

Mátate, amor es una experiencia incómoda, necesaria, profundamente lírica. No es una película para entender, sino para sentir. Para dejarse arrastrar por la corriente oscura de una mente que no distingue entre amor y destrucción, un abismo de lo que nunca quiso ser y que se vio obligada a crear para una sociedad establecida que encuentra belleza en su narrativa, pero se pierde en su idea de ser, con una belleza que duele y depende por momentos demasiado del espectador. Juzguen ustedes.

| Nota del editor *

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