El documental lanza una advertencia contundente: los golpes de Estado del siglo XXI no comienzan con tanques, comienzan en la mente de las personas. En un ecosistema digital diseñado para capturar atención y amplificar emociones, la mentira ha encontrado un terreno fértil para instalarse, organizar miedos y convertirlos en acción política.
A partir de hechos como el , la obra demuestra que la desestabilización democrática no surge de un día para otro. Antes del estallido físico, ocurre un proceso silencioso: la construcción de una ficción política emocionalmente coherente que termina siendo más creíble que la verdad.
La mentira que convence porque emociona
Uno de los ejes del documental es claro: una mentira bien construida puede resultar más convincente que los hechos cuando conecta con las emociones correctas. En este escenario, la información deja de evaluarse por su veracidad y pasa a medirse por su capacidad de provocar indignación, miedo o pertenencia.
Plataformas de mensajería como y aparecen como espacios donde estas narrativas se consolidan sin contraste ni mediación. Allí, las burbujas informativas crean realidades cerradas en las que la duda desaparece y la democracia compartida se fragmenta.
Del exceso de información al negocio del caos
El documental diferencia entre la infodemia —el exceso de contenidos— y la desinfodemia, entendida como la producción intencional de desinformación. No se trata de ruido accidental, sino de una estrategia: los datos son el nuevo petróleo y la polarización es el producto refinado.
Los algoritmos no buscan verdad; buscan confrontación. Premian el conflicto porque mantiene a las audiencias conectadas y enfrentadas. En ese combate permanente, la confianza en las instituciones se erosiona lentamente hasta dejar a la democracia herida, incluso cuando sigue funcionando formalmente.
Regular, educar y asumir corresponsabilidad
La película plantea que no existe una solución única. La regulación de las plataformas digitales es necesaria, pero compleja, y enfrenta la presión de los grandes intereses tecnológicos. Por eso, el documental insiste en un segundo frente igual de decisivo: la Alfabetización Mediática e Informacional (AMI), promovida por organismos como la .
Sin pensamiento crítico no hay ciudadanía libre. La AMI no es solo un contenido escolar, sino una práctica cotidiana: aprender a dudar, verificar, contrastar y reconocer cuándo una información busca manipular emociones antes que informar.
Cuidar la democracia todos los días
La democracia no se defiende solo votando, sino decidiendo qué creemos y qué compartimos. El documental cierra con este llamado directo a la ciudadanía. Cada clic, cada reenvío y cada silencio también son actos políticos.
En un mundo marcado por la velocidad, la obra propone recuperar el tiempo de la reflexión. Así como el fast food afecta la salud, el consumo acelerado de información deteriora la vida democrática. Frente a ello, surge la invitación al “Slow Information”: informarse con pausa, “cocinar” el criterio y digerir los hechos antes de asumirlos como verdad.
En tiempos de desinfodemia, pensar despacio y con criterio es, quizá, una de las formas más sencillas y poderosas de defender la democracia.








