Hay silencios que no son ausencia, sino presencia profunda. En Navidad, el silencio de la noche en Belén nos invita a contemplar la maravilla de un Dios que entra al mundo sin ruido, sin poder y sin imposición. Solo quien calla por dentro puede escuchar el susurro de ese amor eterno que viene a salvarnos.
En ese silencio sagrado aprendemos a adorar, a agradecer y a reconocer que todo lo que somos depende de la ternura de Dios. El nacimiento de Jesús es un llamado a detener la prisa, a mirar con asombro y a abrir el corazón a la luz que transforma. La fe crece cuando dejamos espacio para que Dios hable en lo profundo.
Que esta Navidad nos encuentre sembrando solidaridad con quienes llevan cargas pesadas. Que la luz de Cristo ilumine nuestra tierra herida y renueve nuestros pasos hacia la paz. Cuando el silencio se convierte en oración y la oración en amor, la Navidad deja de ser una fecha y se vuelve un renacer del alma.








