Por: Carlos Santiago Pantoja Barbosa
Son las tres de la mañana, lo único que se escucha es el cantar de los grillos y uno que otro borracho caminando por las calles heladas de las montañas de la capital. 4 de la mañana, suena la radio, y el locutor de turno dice: “En lo que va del año, la localidad de Ciudad Bolívar en Bogotá registró un incremento en los casos de hurto y homicidio”, era la alarma que le decía a Don Ernesto: “levántese que se le hace tarde para trabajar”.
4:30, Don Ernesto ya tenía su cama tendida, la ropa que dejara lista la noche anterior, la bolsa de pan para el desayuno y una olleta de agua panela bien caliente. Eran las 5 de la mañana, Ernesto ya estaba listo y se disponía a salir de su vivienda, pero al cruzar la puerta se percata de que no dejó la radio encendida y tampoco había trancado la puerta. Entonces hace su protocolo de seguridad y a las 5:30 sale rumbo a su destino.
En el camino se encuentra con Cecilia, una compañera del trabajo. Se saludan y bajan por la empinada montaña. El frío era indescriptible, recuerda don Ernesto, sin embargo, aunque le afectaba, no le importaba: “tenía que ganarse unos pesos para la comida”. En el camino Cecilia le dijo que varios jóvenes del barrio estaban pintando las calles, no como pandilleros cualquieras, porque según sus palabras: “le estaban dando vida al barrio”. Ernesto simplemente se rio sarcásticamente, y le aseguró que en ese barrio al que no llegaba ni un alma, cómo iban a darle vida a un sitio que ya estaba muerto.
Son las 6 de la mañana, un grupo de jóvenes con pinturas en aerosol y acrílicos visitan una casa abandonada con el fin de pintar un mural acerca del movimiento artístico, que, en sus mentes adolescentes será un antes y un después en este barrio”. Sacan sus implementos, se cambian para que no se les ensucie la ropa y las primeras pinceladas comienzan a crear el mural. Un círculo de personas que los rodea comienza a contemplar el resultado del arte de estos jóvenes.

Son las 9 de la mañana y por fin finalizan el mural. Los vecinos comienzan a murmurar entre ellos: “Está muy lindo”, “lo pudieron hacer mejor”, “Tienen mucho talento”. La intención de este grupo no era que a la gente le gustara el mural, el objetivo era que estas personas supieran que hay jóvenes que desean embellecer este territorio olvidado por muchos y temido por otros.
Son las 5:30 de la tarde, don Ernesto llega al barrio con una expresión de agotamiento evidente. Luego de una jornada extensa se disponía a ir a su casa a dormir. Hacía un sol picante, como se dice coloquialmente, algo común en Bogotá: “si no hace un frío muy verraco, hace un calor insoportable”. De repente vio a lo lejos una casa bastante colorida, y con expresión dubitativa se acercó a ese lugar, preguntándose cómo y cuándo lo habían hecho. Justo se encontró con Cecilia, y con otras personas que contemplaban el mural: “Si ve Ernesto, yo le dije que estos peladitos estaban comenzando a pintar en el barrio”. la inconformidad del hombre se notó de inmediato, alegando que esos jóvenes eran unos ñeros, unos vándalos. Aseguró que eso no era arte, y que por el contrario iban a dañar el barrio más de lo que estaba.
Cristian, uno de los jóvenes que hacía parte del grupo de jóvenes que realizó el mural, alzó la voz, y le dijo que no estaban haciendo nada malo, que lo único que querían era darle más color a ese lugar. Ernesto caminó hacia el joven y con odio lo increpó: “Ustedes no son más que unos ñeros, de dónde sacan la idea de que son artistas, mañana no quiero ver esto, así que vaya diciéndoles a sus amigos que lo borren”.
Al día siguiente, el grupo se dispone a salir para decidir qué otra zona debería ser pintada. Uno propone ir al lugar del día anterior para apreciar su arte. En el camino Cristian les dijo lo sucedido y cómo Ernesto había hablado de ellos. Entre risas y chistes aseguraron que no pasaba nada, que el hecho solo se quedaría en palabras. cuál no sería su sorpresa cuando al llegar vieron a Ernesto que tapaba el mural con pintura negra. Se apresuraron a quitar al hombre que había destruido lo que habían hecho con mucho esfuerzo. “Les dije, manada de ñeros, que quitaran esto. Desde entonces empezó en la zona una serie de luchas para proteger el arte contra los que intentaban destruirlo”.

Impacto del muralismo en Bogotá
Desde los años sesenta hasta la actualidad, se ha visto el muralismo y el grafiti como una forma de expresión cultural, como una manera de manifestar y protestar por aquellas situaciones que afectan a la comunidad. Según el documento titulado Arte Urbano- muralismo en Bogotá. Una aproximación a los procesos de aprendizaje en sus colectivos, realizado por la Corporación Universitaria Minuto de Dios, afirma que los grafitis son juegos de palabras con un sentido de sátira y construyen mensajes promoviendo la paz y/o justicia, reiterando que el uso de esta alternativa de comunicación se usa principalmente para exponer un punto de vista frente a las injusticias.
Un ejemplo de cómo la práctica del muralismo ha estado presente en el cambio social, fue el proyecto Distrito Grafitti, reconocido internacionalmente por su impacto en la recuperación del espacio público y el entendimiento social.
En la Institución Educativa Colegio Manuel Elkin Patarroyo, ubicada en la localidad de Ciudad Bolívar, los estudiantes han participado en la creación de murales que narran la historia del Conflicto Armado en Colombia, el Acuerdo de Paz y la resiliencia de las comunidades afectadas. Este enfoque educativo permite que los estudiantes tengan un pensamiento crítico, apropiación cultural y sentido de pertenencia, conocimiento transmitido en un entorno más atractivo para el aprendizaje.
Otro ejemplo es el proyecto Distrito Grafitti que ha promovido talleres y actividades en comunidades dentro y fuera de Bogotá. Su objetivo es que el público exprese sus puntos de vista usando el muralismo como una forma de expresión.
Según una encuesta realizada por la Universidad Externado de Colombia en 2019, afirma que el 76,2% de los encuestados se mostraron conformes con la realización del arte callejero, sin embargo, el otro 23,8% de los participantes mostraron inconformidad sobre esta práctica. Aunque este estudio se realizó hace 6 años, gran parte de la población no respeta el arte urbano en Bogotá, acciones que son el resultado de una construcción social basada en la indiferencia y el irrespeto frente a los artistas urbanos. La cultura urbana está en constante lucha y resiliencia frente al estigma social que tiene el resto de la población, que muestra su punto de vista frente a una situación mediante el arte como elemento simbólico para transmitir su inconformidad.