Por: Julieth Cicua
La verdad es el comienzo del fin, el motivo para deshacer el molde o alejarse del rebaño para romper patrones tóxicos. Esta es, resumidas cuentas, la esencia de Golán (2024), ópera prima del director y guionista Orlando Culzat, que encierra la atmósfera de una familia caleña, que más que un refugio para sus integrantes se convierte en una cárcel asfixiante y limitante.
Golán sigue a una familia que, tras un viaje inesperado a Calima, muestra sus grietas: drogas, alcohol, mentiras, infidelidades y traumas, a través de los ojos de Pedro que a sus quince años se cuestiona incómodo con lo que sucede en su entorno, mientras intenta encajar con sus primos mayores, jóvenes que tratan de guiar al protagonista por caminos errados.

Lo más destacado de esta película es su aspecto técnico, que como ganadora de la prestigiosa Biznaga de Plata a Mejor Fotografía en el Festival de Málaga 2024, no se puede negar que el apartado visual es lo que empuja el relato. No solo sumerge al espectador en la majestuosidad del paisaje del Lago Calima, o la mirada particular del protagonista, sino porque transmite una especie de nostalgia, soledad y frío, que pone al espectador en la línea de las sensaciones de Pedro.

A pesar de los elementos visuales bien construidos y actuaciones brillantes como la de Marcela Agudelo, que deja un personaje fuerte, pero roto en su privacidad, la película divaga entre los puntos de vista de Pedro y la necesidad de mostrar los roles familiares que, aunque dicientes, no se profundizan. Además, muchas escenas, más allá de bellas y extensas, no ofrecen más contexto sobre lo que se quiere contar, que genera la falsa sensación de una película muy larga.
La música extradiegética, aunque bien hecha y provocadora, en múltiples oportunidades evoca expectativas erróneas como suspenso y posibles eventos sobrenaturales, que no suceden, lo que el espectador está esperando, mientras el relato se conduce por otros parajes.

Pese a estos lunares, Golán aborda temáticas que llegan al corazón de muchos; familias destruidas que se mantienen juntas por las apariencias, masculinidad tóxica, pactos de silencio, racismo, clasismo, paternidad negligente y amor adolescente, que, aunque apenas se notan en el relato, son el vivo reflejo de una sociedad caleña y colombiana donde priman los valores tradicionales y el famoso la familia antes que todo.