Escribe: Rubén Darío Arcila – Rubencho.
Ocho días en el Tirol.
Ya estamos otra vez aquí, en la vida real. Hay demasiada luz y demasiada alegría para que triunfen las sombras. Esa oscuridad que reinó en las toldas del Movistar hasta el último día sin saber a quien delegar las funciones de capo; el mismo Nairo Quintana se encargó de despejarlo todo: encendió la linterna y llevó con su luz – paso a paso – el jadeo de Alejandro Valverde en las vertientes de Andorra. Y punto. Se cansó de mirar para atrás, buscando a su líder, intentando tenderle una mano salvadora. Se resignó a cumplir órdenes de su entrenador por el pinganillo: “Quieto ¡! El de la casa es el Bala”.
No vale que Eusebio Unzué sostenga la tesis de que Nairo “maduró biche” (28 años), como tampoco nos comemos el cuento de un Valverde acabado buscando la puerta de los sustos. Le quedan dos o tres muletazos para dar a este Murciano de 38 otoños.
Las dudas se mantendrán cuando regrese Mikel Landa, pues a Unzué no le sirven tanto los 6 podios de Nairo en las tres grandes; pesa mucho más un Landa ganador de la Vuelta a Burgos. No es lo mismo 2-02´ 57´´ que 2-01´ 39´´, la nueva marca mundial en maratón (estratosférica). A Nairo le sobran registros para mostrarle a su jefe quién es el extraterrestre en el equipo telefónico, pero Unzué no copia señal. Sigue en modo España.
Esa es la auténtica gracias de Nairo: sobrevivir con lo que uno es y lo que uno tiene. Ni pena ni miedo.
La sonata clásica de la montaña volverá a retumbar en tierras de Mozart y Shubert, Austria, con un equipazo mundialista de hombres y mujeres para la cuesta, el descenso y el llano: Piano, cámara y orquesta. Recorrer el Tirol, Innsbruck, disfrutar de sus paisajes y de sus gentes es un lujo para cualquier mortal. Lo será mucho más si detrás de sus montañas asoma el Arco Iris coronando la hazaña de los colombianos en un recital lírico de escarabajos y al final poder brindar, en Do Mayor, con un delicioso shnaps (aguardiente de albaricoque). Salud!!