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Un día y medio escuchando relatos desgarradores dentro de un psiquiátrico

Por: Alejandro Rincón Caicedo. 4to. Semestre

Con tan solo 15 años Christian Fernández pasó de pesar 85 kilogramos a 45, un cambio del cielo a la tierra. Cursaba los primeros años del bachillerato y las burlas por su obesidad eran constantes. En 2015 decidió darle un giro a su vida, no se sentía bien consigo mismo y además no podía practicar su deporte favorito, el baloncesto. En las pruebas de atletismo siempre quedaba de último y los que consideraba como mejores amigos eran aquellos que cada día desgastaban más y más su salud mental con los chistes que le hacían.

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El ejercicio se convirtió en un hábito para su vida, en pocos meses se le vio un cambio notorio. Su familia, inclusive su padre con el que no había tenido contacto desde hacía varios años por problemas con su madrasta, le felicitaron y le preguntaron: ¿Cómo lo había logrado? Christian se sentía feliz, la admiración le ayudó a tener un mejor desenvolvimiento con otras personas, y dejó a un lado a aquellos que no lo habían ayudado a crecer y que por el contrario lo maltrataron durante muchos años por su apariencia física.

Pasaron los meses y su vida había dado un giro de 180 grados. Era un chico tranquilo que académicamente destacaba en sus clases, su asignatura favorita era Ciencias Sociales, en ese momento aspiraba estudiar ciencias políticas cuando ingresara a la universidad. Sin embargo, no se daba cuenta del deterioro físico que se estaba causando en razón del ejercicio y las dietas para adelgazar, aun cuando ya no tenía sobrepeso.

Las jornadas escolares en su colegio eran largas: ingresaba a las 7 de la mañana y culminaba a las 3 de la tarde. En todo este tiempo había días en que Christian no probaba bocado, y tan solo tomaba agua revuelta con zumo de limón. La situación era complicada, pero pasaba desapercibida debido a que aparentaba un estado físico saludable y una vida normal. Al llegar la tarde, cuando regresaba del colegio en la casa le daban el almuerzo y se lo comía a medias, pero en la noche a hurtadillas escarbaba la alacena y la nevera.

Para mediados de 2016, su madre empezó a preocuparse. A pesar de que ella se había alegrado por su cambio de apariencia, ahora lo notaba demasiado delgado. Sumado a lo anterior Cristian empezó a consumir laxantes. Un día su padrastro lo encerró en su cuarto con el propósito de platicar sobre el hecho que ocultara las pastillas que consumía en la noche para tener el abdomen más plano a la mañana siguiente.

La madre, su padrastro y su prima ya conocían la gravedad de lo que estaba sucediendo. Recurrieron a varios especialistas con el fin de descartar alguna enfermedad y a la vez buscar soluciones adecuadas para tratarlo. No obstante, varios especialistas le ofrecieron diagnósticos desacertados o inapropiados. Llegaron a determinar que padecía de vigorexia, lo cual no era cierto porque esta patología la padecen los deportistas que practican ejercicio para atrofiar sus músculos y verse más grandes.

Un fin de semana entrenando con su equipo de basquetbol empezó a sentirse mareado. De repente vio en blanco y negro, y sintió que el mundo a su alrededor se apagaba. Tuvo miedo, pero afortunadamente llevaba una botella de Gatorade que ingirió para no caer desplomado de una banca en la que estaba sentado. Este episodio fue un punto de inflexión para que se diera cuenta que su vida estaba corriendo peligro si seguía con hábitos dañinos.

En la clínica Monserrat de Bogotá, luego de un análisis médico donde se le diagnosticó bulimia y ansiedad. Christian fue internado. A pesar del dolor, su madre sabía que era la decisión correcta, pero no se imaginaba el momento desagradable que estaba por vivir. La mayoría de los pacientes internados en el complejo hospitalario eran personas mayores de edad que pasaban los 40 años. A algunos les obligaban a ingerir medicamentos rutinariamente debido a que el previo consumo de sustancias psicoactivas de algunos internos los ponía en un estado de excitación.

A Cristhian, le dieron un fraterno saludo, pero los doctores y enfermeros le hicieron pruebas que para él eran desagradables. Se cercioraron de que nunca hubiera sido abusado sexualmente para lo cual le hicieron un incómodo examen, para el que lo desnudaron. Algunos pacientes se reían de la razón por la cual Christian había llegado allí, otros estaban muy afectados porque llevaban años sin ver a sus hijos. Esa noche no durmió bien, en la habitación de al lado escuchaba gritos y llantos. Al igual que a los otros, le tocó aguantarse esa mala experiencia sin la posibilidad de reclamar porque su puerta estaba cerrada con llave.

Recuerda a un compañero que normalmente hacía flexiones de pecho cuando les daban la oportunidad de salir a la sala, que le decía que era capaz de asesinar a cualquier persona si se llegaba a enterar que algún familiar suyo le había pasado algo. Christian observaba con extrañeza las acciones de sus compañeros, porque creía que su trastorno alimenticio no era igual ni comparable con el de los otros internos. Y no podía quejarse ni lamentarse con nadie debido a que las llamadas a cualquier persona de afuera estaban prohibidas.

Una señora amable pero algo melancólica le ofreció integrarse con ella y un grupo de pacientes conocidos. Ella estaba muy triste porque uno de los enfermeros le había comunicado que su familia la quería dejar allí y que le decían que estaba loca. Para el muchacho era desgarrador escuchar su historia y la de otros que llevaban allí años esperando volver a sus hogares.  

Se quejaban del trato y la poca amabilidad del personal médico hacia ellos. Sentían que se burlaban y los señalaban independientemente de su estado anímico. Si se reían mucho estaban eufóricos y si aparentaban melancolía era porque pasaban por depresión. En definitiva, fue una experiencia incómoda, pero triste a la vez.

Al día siguiente su madre lo retiró de allí, pues tenía la posibilidad de sacarlo porque era menor de edad. Cristian nunca volvió a saber nada de esas personas que conoció durante ese día y medio en que estuvo internado. 

En cuanto a su enfermedad, él y su familia asistieron a un programa para personas con condiciones similares donde debía dejar el colegio mientras se rehabilitaba y recuperaba el peso adecuado de una persona de su edad. Tras la vivencia no volvió a aguantar hambre, a hacer mucho ejercicio y consumir laxantes. Hoy cuenta su anécdota como una historia que le enseñó a amarse así mismo, porque tanto la obesidad como la desnutrición se debían a carencias afectivas que primero debía suplir para luego dejar atrás los conflictos familiares.

| Nota del editor *

Si usted tiene algo para decir sobre esta publicación, escriba un correo a: jorge.perez@uniminuto.edu

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