Por: María José Marín Cardona
El sol apenas se insinúa en el cielo cuando los primeros caminantes inician el ascenso hacia Cristo Rey. Son dos kilómetros y medio de recorrido que reúnen deporte, tradición, fe y naturaleza en un solo espacio.
Desde la entrada, el aire cambia: el murmullo de dos riachuelos acompaña los pasos iniciales y la sombra de los árboles protege del calor. El canto de los pájaros envuelve la escena, y entre las ramas se dejan ver azulejos, toches, colibríes y mirlas. Según la Asociación Río Cali, en este corredor se han registrado más de 60 especies de aves, lo que lo convierte en un paraíso para el avistamiento.
Cada persona tiene una razón para recorrerlo. Jóvenes suben a paso veloz con camisetas empapadas de sudor, familias avanzan despacio, adultos mayores desafían la pendiente con calma, y grupos de amigos hacen de la caminata una excusa para reencontrarse. Lo que se repite en todos es el orgullo de tener este espacio tan cerca de la ciudad.
“Yo vengo todos los sábados. Subir hasta acá me recuerda que todavía tenemos naturaleza cerca”, dice Carlos Muñoz, vecino del barrio La Sultana. Para doña Marta Valencia, habitante de Los Cristales, el sendero significa otra cosa: “Al principio pensé que iba a traer desorden, pero después entendí que es bueno para el barrio. Ahora hay más comercio, más movimiento”. Don Álvaro, vendedor de jugos en la entrada, agrega: “Esto me cambió la vida. Antes pasaba muy poca gente, ahora los fines de semana vendo el doble”.
Un poco más arriba, doña Teresa, de 72 años, se detiene a recuperar el aliento. “Yo venía cuando esto era puro monte. Subíamos entre la maleza y el camino era de tierra. Ahora, con todo arreglado, puedo volver y recordar esos días. Me cuesta más, pero me alegra ver tanta gente disfrutando lo que antes era solitario”. Su voz conecta pasado y presente, recordando que lo que hoy es paseo turístico antes fue un rincón escondido. Entre los visitantes hay también extranjeros. Marie, una turista francesa, dice: “No me imaginaba que Cali tuviera tanta naturaleza tan cerca. Es duro subir, pero el paisaje es increíble”.
El sendero no nació por azar. Hace algunos años, la Alcaldía anunció la construcción de un tramo peatonal que conectara la ciudad con el monumento de Cristo Rey, para fomentar turismo, deporte y conservación. “Lo que existe hoy es el segundo segmento de 2,6 kilómetros, pero el proyecto completo contempla nueve. La idea es consolidar un corredor turístico que combine cultura y naturaleza”, explicó la Secretaría de Turismo. Aunque faltan recursos y concertación, la comunidad lo espera con ilusión. “Ojalá lo terminen. Sería un orgullo tener un camino tan grande, como en otras ciudades del mundo”, dice don Ernesto, vecino de San Fernando.
Mientras tanto, lo ya construido atrae a cientos de caminantes cada fin de semana. Para los vecinos, significa comercio y vida; para los visitantes, un espacio para desconectarse sin salir de la ciudad. El ascenso exige esfuerzo: el calor pesa y la pendiente retumba en las piernas, pero la sombra de los árboles, el canto de las aves y el rumor del agua suavizan la marcha, convirtiéndola en experiencia sensorial.
“Yo lo hago como terapia. Subo lento, escucho los pájaros, me detengo a ver el paisaje, y al llegar me siento más tranquila”, cuenta Juanita, estudiante universitaria que camina junto a su padre.
La recompensa está en la cima. Cristo Rey se alza con 26 metros de altura sobre los cerros, extendiendo sus brazos como si abrazara la ciudad. Inaugurado en 1953 para conmemorar los 50 años del fin de la Guerra de los Mil Días, el monumento se convirtió en ícono espiritual y cultural. Desde su base, la vista ofrece una panorámica de 360 grados que permite contemplar la ciudad, el río Cauca y, en días despejados, parte de la cordillera. Allí algunos rezan, otros agradecen en silencio y muchos simplemente contemplan el horizonte.
La espiritualidad convive con lo cotidiano. En Semana Santa y fechas especiales, el camino se llena de peregrinos que hacen del ascenso un acto de fe. En otros días, predominan los atletas, los turistas curiosos y los caleños que buscan reencontrarse con su ciudad desde otro ángulo.
El sendero no es solo un lugar para que la gente lo visite, sino que también demuestra un compromiso con el cuidado del medio ambiente. La flora local, las fuentes de agua y las aves hacen de este lugar un corredor ecológico que debemos cuidar. Los Guardianes del Sendero, un grupo de la comunidad, organizan días para limpiar y actividades para educar a la gente. Ellos son conscientes de que el desarrollo de la ciudad puede poner en peligro este espacio natural. Para la CVC, el sendero funciona como “pulmón urbano”. “Si lo cuidamos, este espacio no solo será turístico, será también un refugio de biodiversidad dentro de Cali”, aseguran.
Cristo Rey no es únicamente un camino hacia un monumento: es un punto de encuentro entre generaciones, un motivo de orgullo ciudadano y una promesa de futuro. Lo que hoy son dos kilómetros y medio podría convertirse en una ruta más amplia que permita a la ciudad respirar, moverse y mirarse desde lo alto.
En cada caminante cabe una historia distinta, pero todas coinciden en lo mismo: la certeza de que este lugar transforma a Cali. Cristo Rey observa desde la cima, pero el verdadero tesoro está en el recorrido: en el esfuerzo, la calma, el canto de las aves y el recuerdo compartido de que, a veces, el camino importa más que la meta.
Quizá por eso, al final del día, una niña corre hasta los pies del monumento mientras su madre la alcanza y la toma de la mano. Ella ríe, levanta la vista hacia la inmensa figura blanca y murmura: “Parece que nos está abrazando”. Esa imagen resume lo que muchos sienten: que el sendero no solo conduce hacia arriba, sino también hacia adentro, hacia un pedacito de paz que Cali guarda en sus montañas.
El sendero de Cristo Rey es más que un camino: es deporte, turismo, fe, tradición, memoria y naturaleza. Es desarrollo social, responsabilidad ambiental y porvenir. Cali encuentra en este lugar un espacio libre, un sitio donde la ciudad se pueda reencontrar por sí misma, teniendo presente siempre que su real valor no está solo en llegar, sino en marchar








