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[Crítica] Paristopía: una sinfonía errante sobre el exilio y la creación como gesto político de resistencia

En su ópera prima, Paristopía, el director colombiano Emanuel Rojas Gutiérrez entrega una obra que desafía ciertas fronteras, que además de mirar, se escucha, se respira y se recuerda, que mezcla el documental, la ficción y la performance, cuya narrativa está concebida como un largometraje.

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Esta coproducción entre Colombia, Francia y Argentina se presenta como un acto de resistencia poética, una coreografía de voces sin papeles que se niega a desaparecer en los márgenes de una metrópoli como París, con su reputación de ciudad de las luces, como la cúspide del romanticismo, pero sus entrañas dicen más cosas.

La película sigue a un cineasta latino y su compañera sonidista mientras convocan a un equipo internacional de artistas migrantes para orquestar una utopía audiovisual. Lo que parece una simple travesía creativa se convierte en una meditación sobre el desarraigo, el amor y la memoria. Paristopía no narra una historia: la fragmenta, la susurra, la deja vibrando en el aire como una nota suspendida.

Las imágenes encuentran un espejo de su propia escritura: una crítica que no disecciona, sino que acompaña. Porque Paristopía no busca ser entendida, sino sentida. En ella, cada plano es una pregunta, cada diálogo una grieta por donde se filtra la nostalgia. París, lejos de ser postal, se convierte en un laberinto emocional, un escenario de exclusión y deseo.

La cámara de Rojas Gutiérrez no observa: escucha atenta las sensaciones que las calles y las políticas humanas encuentran en el desarraigo, en la desigualdad que nombran ecos lejanos de eso que se denomina libertad, acompañada del sonido del todo y de la nada, en las voces que se cruzan, en los silencios que se prolongan donde la película encuentra su centro. Como si el cine fuera, más que imagen, una forma de recordar juntos. De resistir juntos y el arte se convierte en el mejor aliado de esa voz que quiere gritar.

Paristopía también encuentra un lugar para criticar a la burocracia del arte, contra la invisibilización del migrante, contra la idea de que la utopía es ingenua. Aquí, la utopía es urgente, es necesaria, es el último pensamiento antes del salto de vuelta a casa.

Una película que no teme ser inacabada, porque sabe que lo inacabado es lo verdaderamente vivo, como los recuerdos que no hemos aprendido a nombrar y los que están, que se llevan dentro como un viaje sin retorno en busca de la libertad que cada uno entienda y viva, porque según Rojas Gutiérrez, se vive en conjunto. Creo que el arte es la mejor manifestación de libertad porque puede tomar formas y mutar en ojos propios y ajenos, transmitiendo las ideas y emociones de su fuente al tiempo que sigue en constante transformación de pensamiento en pensamiento, como las ciudades que llevamos dentro. Juzguen ustedes.

| Nota del editor *

Si usted tiene algo para decir sobre esta publicación, escriba un correo a: jorge.perez@uniminuto.edu

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