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[Crítica] Sentimental Value: una elegante y emotiva emoción llena de intimidad

EL director nacido en Dinamarca Joachim Trier regresa con un ejercicio de memoria emocional que, como en los mejores textos de Ingmar Bergman, convierte la casa familiar en un campo de batalla psíquico. Pero Trier, fiel a su estilo, lo hace con una calidez que desarma convirtiendo a Sentimental Value en una película que parece escrita con tinta invisible sobre las heridas que deja el tiempo.

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En ella, un director de cine (interpretado con estoica fragilidad por Stellan Skarsgård) intenta filmar la historia de su familia, convocando a su hija actriz (Renate Reinsve, otra vez luminosa) para que encarne a su madre. Lo que sigue no es solo un rodaje, sino una excavación emocional, donde cada escena filmada es también una escena revivida, una herida reabierta.

El director arranca con la emoción a tope, recreando guiños del director frances Jean-Pierre Jeunet con su inolvidable Amélie (2001) y resuena por segundos de la misma manera con Birdman (2014) del director mexicano Alejandro González Iñárritu, pero quien interpreta con gran calidad la gran dirección de Trier, son sus actores que desaparecen por completo para darle vida a sus personajes y se encuentran entre una especie de fragilidad emocional en ebullición, ofreciendo una tensión que le entrega un ritmo que permite contemplar, conmover y asombrarse por igual. 

Trier, como ya lo había hecho en The Worst Person in the World (2021), se mueve con soltura entre el drama íntimo y la comedia melancólica. Pero aquí hay un giro ya que Sentimental Value no busca retratar una generación, sino una genealogía. La casa donde transcurre gran parte del filme literalmente comienza a desmoronarse, es una metáfora y personaje, archivo y ruina. En ella habitan los fantasmas del pasado, pero también los silencios heredados, los gestos no dichos, las películas que nunca se filmaron.

La puesta en escena es sobria, casi bergmaniana, pero Trier no se entrega ala una doctrina establecida ya que dentro del relato hay humor, hay ternura, incluso momentos de absurdo que alivian la densidad del duelo. Como si el director supiera que la memoria no es solo dolor, sino también juego, reconstrucción, montaje. En ese sentido, Sentimental Value es también una reflexión sobre el cine como acto de amor y traición, como si los procesos que carcomen por dentro solo son combustibles para extraer del mismo dolor las respuestas más crudas del ser, retratando lo que puede representar lo que “es nuestro” dentro del dolor, pero que inevitablemente se traicionan un poco para poder entenderlos.

Vale la pena resaltar cómo Trier logra que lo personal se vuelva universal sin perder su textura íntima. Que no hay aquí grandes revelaciones, sino pequeñas epifanías: una mirada sostenida, una frase que se repite, una fotografía que cambia de sentido. Y que, al final, Sentimental Value no es tanto una película sobre el pasado, sino sobre cómo lo narramos para poder seguir adelante.

Una obra que no grita, pero resuena. Como los recuerdos que no sabemos si son nuestros o heredados. ¡Salud!

| Nota del editor *

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