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Cultura ciudadana y transmilenio, una “utopia” negociada

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Por Andrés Méndez

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Una “utopía” fue vendida a los bogotanos. Hoy todos están pagando las consecuencias y claman por respuestas sin pensar un momento en que la respuesta podría llegar a ser los mismos bogotanos.

Transmilenio fue la niña bonita de Bogotá tan pronto empezó su funcionamiento, dando respuesta a la aclamada re-estructuración de movilidad que en su tiempo pedían los bogotanos. El lapso fue de 1988 hasta el 2000, fecha en la que Transmilenio entró en funcionamiento. Pero el panorama que vive, actualmente entre los bogotanos, el sistema no permite ver a la niña bonita que fue Transmilenio años atrás; sólo se ve como la muestran los medios de comunicación últimamente. Muchos factores han influido y varios son los culpables que han encontrado los bogotanos, sin embargo, no se ha planteado la posibilidad de que el bogotano, en toda su dimensión, haga parte del problema y simultáneamente de la solución.

Las fallas estructurales son innegables y las varias problemáticas, que ha generado el mismo sistema a sus usuarios, son por naturaleza, es decir, nacieron desde que se planteó el sistema, como quedó demostrado en el video titulado ¿Por qué no funciona Transmilenio? del profesor de Administración de empresas Guillermo Ramírez. Entre las fallas estructurales que presenta Transmilenio se encuentra la insuficiente evolución que ha tenido el sistema en viras a la ciudad creciente. En sus primeros años, Transmilenio transportaba en promedio a 670.000 personas, la cantidad de habitantes era inferior y, por tanto, la oferta con la que debía responder Transmilenio era igualmente menor.

La no extensión de las estaciones y portales genera acumulación de usuarios. Por ello actualmente se vive en el sistema un desbordamiento de demanda sobre la oferta, lo que desemboca en desorden e insatisfacción frente al servicio, lo que lleva a protestas. Otra de las fallas estructurales que presenta Transmilenio es la alternancia que se ha visto en el equipo técnico de la empresa que regula el sistema. En la actual administración capitalina se han cambiado repetidas veces la plataforma técnica, como lo reveló Revista Semana, lo cual genera una total desarticulación de las diferentes partes de la empresa.

Sumado al desorden al interior de la empresa, la adjudicación de la administración del entrante Sistema Integrado de Transporte Público (SITP) a la misma empresa complica la atención a los diferentes problemas de Transmilenio. Esto genera mayores dificultades operativas a la hora de responder con las problemáticas tanto de un sistema como del otro.

Además, el déficit financiero que está teniendo el sistema, que ocasiona la insuficiente manutención de las estaciones y portales, está tornándose en un problema para la capital debido a que, tras la modificación que se implementó en tarifas de cobro (hora valle y auxilios para los menos favorecidos), se ha creado un agujero financiero entre la tarifa técnica real y la que recibe el sistema como tal. $260.000 millones es el saldo que dejan las modificaciones de cobro.

Varias propuestas se han hecho para solucionar las fallas estructurales del sistema, unas más que otras están próximas para entrar en ejecución, tal como el metro, la ampliación del sistema por la Avenida Boyacá, el tren de cercanías, entre otros. Sin embargo, las fallas en la cultura ciudadana son más complicadas de solventar y explican el mal comportamiento que día a día se vive al interior del sistema. Aclarar que las problemáticas no son independientes entre sí es necesario. Entre ellas existe una relación, pero, la falta de cultura ciudadana es una que merece mayor atención debido al eco y desorden que ha generado en la ciudad y en el sistema. Esto hace pensar que la cultura ciudadana está en declive.

Detenerse a pensar un día en el comportamiento de las personas al interior del sistema es plantearse que los bogotanos quizá sí sean la solución o, por lo menos, el factor que hace falta para que Transmilenio se vuelva un sistema más amigable. La falta de apropiación por parte de los bogotanos al sistema es bastante notoria en sus comportamientos, en sus actitudes y en su relación con los demás, demostrando, así, el declive en la cultura ciudadana.

Un problema bastante recurrente que se ve al interior del sistema, y tal vez se convierte en la principal dificultad de Transmilenio, es el comportamiento que delata la falta de cultura, “los colados”. Colarse hace parte ya de la jerga de los ciudadanos de Bogotá. Cuando se habla de colarse consiste en entrar al sistema sin pagar el recaudo que este solicita. Múltiples modalidades se han desarrollado para lograr entrar al sistema sin pagar un peso, tanto que hasta tutoriales en Youtube se encuentran. Muchos lo toman como algo gracioso pero, como se ha visto últimamente, esta práctica ha tomado vidas.

Pagar el pasaje es cultura ciudadana, simultáneamente permite recaudar el dinero para que, además de pagar a las personas que trabajan en el sistema, Transmilenio pueda mantener en óptimas condiciones sus instalaciones para que sean de agrado a sus usuarios. También permite que el sistema continúe con su funcionamiento natural, pretendiendo mejoras. Sin embargo, en la capital se escuchan expresiones como “El servicio es muy caro”, “Es muy mal servicio como para pagar”, “Lo que hacen es robar la plata, para qué pago…”, que buscan justificar este comportamiento. Según cifras reveladas por El Tiempo, Transmilenio pierde aproximadamente 1000 millones de pesos en personas que entran al sistema sin pagar el recaudo.

Lo más desconcertante es que esta práctica ya se ve con total naturalidad, tanta que este comportamiento se ha expandido por diferentes partes de la capital y en personas de diferentes sectores sociales. La cultura del “colado” ha tomado el sistema desde hace tiempo, ya son 23 mil personas que lo practican, según cifras dadas por Transmilenio S.A. Esta práctica representa inseguridad para los usuarios y para el “colado”. Que los bogotanos que usan el sistema no permitan esta práctica reflejará progresivamente el abandono de esta “incultura” y, posteriormente, mejoramiento del sistema.

Este tipo de comportamiento no merece tolerancia, pero la misma tolerancia es la que ha abandonado a los capitalinos a la hora de moverse por el sistema. En un día cualquiera en Transmilenio, abordar el sistema puede volverse peligroso y caótico. Empujones, jalones de pelo, peleas por sillas e insultos es en lo que determina esta práctica de intolerancia e irrespeto. Ser civilizados en Transmilenio es algo que pocas personas practican. Respetar el espacio personal de cada usuario, ceder las sillas a personas que en verdad las necesitan, brindar el paso a los individuos que usarán el articulado y, asimismo, dejarlos salir, son comportamientos que obedecerían a una buena cultura ciudadana, sin embargo, esto no sucede. La acumulación de personas en las puertas, los abusos de tipo sexual, en particular hacia las mujeres, y el ocupar las sillas preferenciales y no ceder los puestos, han deteriorado las lógicas del sistema y en consecuencia al mismo. Por ello, así como se debe abandonar la cultura del “colado”, también se debe abandonar la de la intolerancia, la del “más fuerte” o del oportunista.

Otro de los factores que ha generado el desconcierto hacia el servicio es la presencia masiva de vendedores y artistas ambulantes. Estas personas generan inconformidad a la hora de transitar por el sistema. Sin embargo, esta “problemática” no justifica los comportamientos agresivos e irrespetuosos por parte de los usuarios hacia estas personas. Se ha registrado últimamente cómo algunos usuarios desaprueban de manera tajante esta forma de trabajo yendo desde el intercambio de palabras fuertes a actos de violencia física.

Es verdad que no obedecen a un sistema organizado estas formas de empleo, sin embargo, la administración distrital ha estado organizándolas y adjuntándolas a programas de empleo. El comportamiento que no debe tolerarse, junto con el del “colado”, es el de quienes hurtan en Transmilenio. Varios han sido los casos que han presenciado los bogotanos de hurto dentro del sistema, estos son divulgados por los medios de comunicación casi diariamente. Aunque haya presencia policial, esta es insuficiente a la hora de jugar su rol como autoridad dentro del sistema. Por ello, los casos de robo han sido frecuentes. El apoyo ciudadano a la hora de impedir estos actos ha sido muestra de que la solidaridad entre usuarios sí se da en ocasiones, claramente en situaciones en que es posible intervenir como un usuario más. La falta de autoridad dentro del sistema, que desemboca en este tipo de comportamientos delictivos al interior de Transmilenio, es otro de los aspectos que mantienen reacios a los usuarios del sistema.

18 años han transcurrido desde que Transmilenio comenzó con su funcionamiento. A pesar de ser duramente criticado, ha ayudado a muchos a movilizarse por Bogotá que continuamente se está expandiendo. Duros han sido los retos que ha tenido que atravesar el sistema, sin embargo, ha buscado ajustarse para cumplir con las expectativas de los usuarios y la demanda. Es cierto que presenta múltiples fallas de diferente índole, pero esto no implica que deba haber anarquismo en el sistema.

Como decía el filósofo José Ingenieros “En la utopía de ayer, se incubó la realidad de hoy, así como en la utopía de mañana palpitarán nuevas realidades”. Se nos vendió una utopía, es cierto, pero solo en las manos de los bogotanos está transformarla en una realidad o, como se ha venido tornando, en una distopía. Superar las fallas que están a la mano y rescatar la cultura ciudadana es labor de la comunidad y es un paso más para tornar esta utopía en realidad y vivir un espacio público más sano. Todo sea por una Bogotá más humana.

 

| Nota del editor *

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