Por: Mónica Natalia Beltrán Acosta
La construcción de megaproyectos en zonas urbanas crece a un ritmo acelerado. Según la Organización de las Naciones Unidas, el 55% de la población mundial vive actualmente en ciudades, y se estima que esta cifra aumentará en un 13% para el 2050. Bogotá, con más de ocho millones de habitantes, es una de las ciudades más pobladas de América Latina, incluyendo a Ciudad de México, São Paulo, Buenos Aires y Río de Janeiro.
Bogotá enfrenta en la actualidad varios problemas ambientales, entre ellos el deterioro en la calidad del aire, la acumulación de basuras y, más recientemente, el desabastecimiento de agua. Este recurso proviene de fuentes hídricas externas. Según la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, el agua que se consume en la ciudad proviene de los páramos de Chingaza, Guerrero y Sumapaz. De estos nacen quebradas y ríos que conforman las cuencas hidrográficas de abastecimiento, entre ellas las asociadas a los ríos de Chuza y Guatiquía, el río Bogotá y el río Tunjuelito.
Otra de las preocupaciones ambientales es la escasez de zonas verdes. Según el informe Situación actual del espacio público verde en Bogotá – Noviembre 2020, elaborado por la ONG ambientalista Greenpeace, el 80% de la población de la ciudad vive con déficit de áreas verdes. De las 19 localidades de Bogotá, 13 presentan esta problemática, siendo La Candelaria, Los Mártires y Antonio Nariño las más afectadas. Además, estas zonas enfrentan altos niveles de pobreza, problemáticas ambientales y crecimiento poblacional.
Ante este panorama, los ecobarrios surgen como una alternativa sostenible para afrontar el crecimiento urbano y combatir los efectos del cambio climático en las ciudades.
Pensar la ciudad como un ecosistema: la apuesta de los ecobarrios
Según la Secretaría Distrital de Hábitat, los ecobarrios son zonas intervenidas con infraestructura, obras de ingeniería y mobiliario público, con el objetivo de generar espacios donde la comunidad pueda desarrollar trabajo en conjunto, fortalecer los vínculos vecinales y reducir su impacto ambiental.
Gabriel Leal, experto de la Pontificia Universidad Javeriana, afirma que “normalmente cuando pensamos en ciudad, pensamos en ese sitio cerrado que está limitado. Nosotros hablamos de ir a pasear al campo, de ir a ver la naturaleza, sin ser muy conscientes que el campo y la naturaleza son parte de los sistemas urbanos. Nosotros vivimos con ellos, no son una entidad aislada”.
En Bogotá, esta iniciativa nació en 2014 como parte de una política pública de la Secretaría Distrital de Hábitat. Actualmente, los ecobarrios que están en la ciudad se ubican en las siguientes localidades: La Perseverancia (Santa Fe), El Cortijo (Engativá), El Regalo-LaCabaña (Bosa), El Recodo (Fontibón) y La Roca (San Cristóbal). Estos proyectos se priorizan en barrios ubicados en los bordes de la ciudad, debido a su cercanía e impacto sobre estructura ecológica principal, como los cerros o el río Bogotá.
Leal explica que el tema debe entenderse desde una mirada más amplia, dentro de lo que se llama ecourbanismo. “Hoy la ciudad debe convertirse en un ecosistema urbano que establece flujos de intercambio de materia, información y energía con los ecosistemas de soporte”. Añade que los ecosistemas de los que depende Bogotá deben verse como un ecosistema urbano. De esta manera, la urbanización es la suma de un orden ecológico y otro orden social que conforman una unidad inseparable. “Todos los seres vivos que habitamos este sistema urbano interactuamos con un sistema ecológico. Por eso, el ecobarrio se define hoy como la unidad básica del nuevo urbanismo”, concluye.
Cuidar lo construido: el reto de sostener la transformación en los barrios
Andrea Guzmán, arquitecta y líder del equipo de ecobarrios de la Subdirección de Operaciones de la Secretaría Distrital de Hábitat, señala que estos proyectos son una apuesta estratégica para combatir los efectos del cambio climático y preparar a las ciudades para enfrentarlo.
Para ello, la articulación entre la comunidad, alcaldías locales y otras entidades es clave. “Hay una articulación interinstitucional que es muy importante porque no podemos ir solos con estas prácticas y además es un tema de ciudad que le concierne absolutamente a todos”, afirma Guzmán.
Los ecobarrios buscan transformar zonas urbanas a partir del trabajo comunitario, fomentar prácticas ambientales y construir barrios más sostenibles mediante la innovación y el fortalecimiento de la autonomía en los barrios. Pero más allá de la infraestructura, esta iniciativa promueve territorios sustentables a partir de diversas redes de trabajo comunitario donde la comunidad es el principal motor del cambio.
En el ecobarrio de Fontibón, Rocío Martínez, lidera a los Patrulleritos Ambientales, un grupo de niños y niñas que desarrolla actividades de sensibilización en el humedal Meandro del Say. A través de la pedagogía ambiental, tejieron una red sólida que impulsa transformaciones sociales y ecológicas, mientras fortalecen el tejido comunitario en sus barrios.
Sin embargo, uno de los desafíos más persistentes es el vandalismo en algunas infraestructuras de los ecobarrios. Andrea Guzmán reconoce que, aunque la comunidad participa activamente en el cuidado de estas zonas, la protección del espacio público sigue siendo un reto. “Las alcaldías locales están trabajando en estrategias de socialización y sensibilización con la comunidad en temas de apropiación para el cuidado del espacio público”, señala.
En Fontibón, las intervenciones comunitarias, que incluyen murales y actividades impulsadas por niñas y niños, son blanco de afectaciones. Sin embargo, lejos de rendirse, la comunidad responde con organización y autogestión, asumiendo el reto de proteger lo construido.

El Regalo-La Cabaña, el ecobarrio que enseña a sembrar cambio
Una investigación publicada en 2023 por el investigador Abdullah Adidas, destaca la importancia de los espacios verdes urbanos (EVU) para la calidad de vida y la salud urbana de los residentes en Graz, una ciudad austriaca que ha experimentado un alto crecimiento demográfico. La investigación encontró que estos espacios tienen un impacto positivo en la salud física y mental, así como en la calidad de vida.
El estudio también resalta que el contacto con la naturaleza puede reducir el estrés, aumentar la concentración, prevenir los miedos o la depresión, y ofrecer un escape del ritmo urbano. Incluso actividades cotidianas como tener una vista de un espacio verde puede mejorar la productividad y la satisfacción laboral.

Para el desarrollo de la investigación, se construyó un laboratorio verde (LV) en madera y se analizaron diferentes tipos de infraestructuras verdes. Además, se realizaron entrevistas con residentes, ocupantes de oficinas y expertos gubernamentales, obteniendo alrededor de 500 respuestas. Los resultados subrayan la necesidad de más espacios verdes urbanos en las ciudades.
La investigación también resalta que pasar tiempo en espacios verdes públicos fomenta la interacción social entre los usuarios del parque, lo cual contribuye a fortalecer el tejido social en el territorio. Un ejemplo de estos resultados en el contexto bogotano está en el ecobarrio de Bosa, donde Ana Inés Vásquez, de 54 años, trabaja desde hace 29 años en temas ambientales, sensibilización y recuperación de residuos sólidos y orgánicos.
Vásquez explica que la comunidad participó activamente para convertirse en ecobarrio y ser un ejemplo de buenas prácticas sostenibles. “Siempre me pregunto, ¿por qué el barrio tiene que estar sucio? Somos una comunidad que debe ser juiciosa en su presentación personal y entorno social”, afirma.
Aunque no se presentan casos de vandalismo, la comunidad regularmente realiza jornadas para pintar los espacios, mantenerlos y elaborar planes de autosostenibilidad cada cierto periodo de tiempo.
También se realizan actividades como la implementación de huertas, producción de abonos, reutilización de aceite para la elaboración de jabones y preparación de platos gastronómicos. Ana Inés Vásquez resalta la importancia de involucrar activamente a la población joven en estas prácticas como una forma de garantizar la continuidad generacional de los procesos sostenibles.
“Se hizo un ejercicio con la Universidad El Bosque donde a 90 familias se les entregó huerta, plantas y materiales. Nuestros cultivos fueron tan grandes que en un año la comunidad ahorró 123 millones de pesos”, asegura. Las huertas, hoy ubicadas principalmente en terrazas, demuestran que no se necesita gran extensión de tierra para cultivar. “Es cambiar el concepto de que la huerta no es una mayor extensión de tierra, también puede ser un espacio pequeño. Y en unos espacios modulares se puede tener una huerta, es aprovechar al máximo los recursos”, enfatiza.
El ecobarrio cuenta con 84 variedades de plantas entre frutas, hortalizas y especies aromáticas. Entre las frutas están los arándanos, fresas, uchuvas, moras, tomate de árbol y granadilla. En hortalizas se cultiva lechuga, cilantro, perejil, tomate, pimentón, brócoli y coliflor. Y en plantas aromáticas se encuentra el romero, albahaca, tomillo, manzanilla, hierbabuena y limonaria. También se cultivan plantas medicinales como la de acetaminofén, vaporub e insulina.
Desde pequeña, Ana Inés Vásquez comprendió la importancia de cultivar la tierra, no solo para ella sino para las futuras generaciones. “Tengo que pensar en que hay una nueva generación, y por eso desde ahora se trabaja en un nuevo relevo intergeneracional. Les enseño a los niños a sembrar y a preparar la tierra dentro de un proyecto que se llama Regálate un Plato Natural. Este es el séptimo año consecutivo en donde les enseñamos a preparar la tierra, lo que van a sembrar y cómo producir diferentes platos”.
También señala la importancia de dejar un buen legado a su comunidad, para que se reconozcan en estos cambios de hábitos y los apropien como parte de su identidad colectiva.
Para más información de Rizoma:
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