El cuarto capítulo de “Me Tomé la Libertad” cierra la serie con una conversación que pone en el centro el recorrido de UNIMINUTO Televisión como espacio de creación, aprendizaje y servicio.
La historia comienza con la llegada de Carolina Mejía, luego de una experiencia en Barcelona, visualizó el potencial de vincular el Museo de Arte Contemporáneo de UNIMINUTO a procesos educativos. Su interés por renovar las maneras de enseñar y aprender llevó a la creación de un área de medios escolares que, durante seis años, propuso usar la imagen, el sonido y el lenguaje audiovisual como puertas para acercarse al conocimiento desde la experiencia.

En 2016, se sumaron nuevas perspectivas. Desde la Secretaría de Educación de Bogotá llegó Giordano Alvarado Silva, con experiencia en trabajo por proyectos de aula. Esta metodología encontró en UNIMINUTO un lugar para crecer. Se propuso una emisora escolar más amplia, que no solo hablara desde lo radial, sino que integrara fotografía, video, imagen fija y movimiento. Una terraza en la universidad se convirtió en taller, laboratorio y punto de partida para experimentar sin estructuras fijas.
Ese mismo año, Carolina Quimbayo se sumó al equipo con la idea clara de dejar atrás el mundo corporativo y trabajar con sentido social. Encontró en UNIMINUTO una comunidad interesada en mejorar la vida en colectivo. Lo que comenzó como un laboratorio digital se transformó en un espacio de experimentación con impacto, donde la tecnología se cruza con lo humano para formar contenidos con propósito.
El capítulo recoge varios proyectos que marcaron el camino creativo de este grupo. Imagina la Paz, ganador de la convocatoria Crea Digital en 2016, reunió a toda la escuela y demostró la capacidad de crear de forma colaborativa. Con la fundación Natutama, se trabajó en contenidos sobre el conocimiento cultural y natural de la Amazonía, abriendo nuevas miradas sobre la producción digital. Pombo el Aprendiz aportó método y disciplina desde el pensamiento de diseño, permitiendo que los contenidos se pensaran desde la perspectiva de niños y niñas. El proyecto Cacti mostró cómo una idea puede crecer cuando se comparte y otros equipos la hacen suya. Y la experiencia con la Defensoría del Pueblo llevó al equipo a estar en el territorio, dialogando con víctimas y creando materiales como cartillas y podcasts que aportan a la memoria y la reflexión colectiva.
Lo que se revela en este capítulo es una forma de trabajo que no se limita a producir, sino que busca entender, dialogar y transformar. La “comunicación expandida” es el nombre que se le da a este enfoque, en el que convergen lo audiovisual, lo educativo y lo social. Se trata de producir contenidos que conecten con las personas y que contribuyan a imaginar soluciones colectivas.
El reto ahora es cómo compartir esa experiencia con otros: cómo enseñar esta forma de trabajo a nuevos estudiantes, profesores y comunidades. La escuela no se ve solo como un espacio académico, sino como un lugar donde se cultiva el deseo de crear y de usar la libertad para imaginar y construir en conjunto.