Por: Mauricio Nieto Aguado.
En esta época en la que un coach enuncia fórmulas para lograr el éxito, promulgo el fracaso. Desde que le encargué a un amigo peruano el libro del escritor Julio Ramón Ribeyro La Tentación del Fracaso, el tema gravita en mi mente como un fantasma en una casa embrujada.
Ribeyro, reflexiona acerca de su proceso como escritor, de las angustias, las inseguridades del proceso creativo, de su adicción al tabaco, que le provoca quebrantos de salud, de sus amores frustrados y ante todo de la mirada apocada hacía si mismo como narrador.
Pasando a lo que respecta con mi vida me siento identificado con ese gran prosista. Quien mejor para escribir sobre el tema que alguien que ha probado sus hieles. Como docente he padecido la desazón suprema de pretender impregnar a jóvenes estudiantes la pasión por las letras. Sin embargo, los bostezos, las sonrisas socarronas y las miradas perdidas han sido la respuesta inminente ante un sueño quijotesco de un ser con una figura más cercana a la de un Sancho.
En lo que respecta a la creación literaria he publicado una sola novela. En la actualidad me encuentro trabajando en otra, no obstante, no me puedo dar el lujo de autores como el mexicano Juan Rulfo que lograron descollar con un par de libros o el norteamericano John Kennedy Toole quien realizó la misma osadía. Debo confesarlo, me cuesta escribir. Razones, infinitas. La más predominante: pereza.
De igual manera, en mi trasegar narrativo se agolpan un cúmulo de inseguridades que impiden mi trascendencia como artista. Por tal razón, el fracaso me respira en la nuca acompañada de la muerte que acarician mi lomo como un jinete intentado montar a un rocín brioso.
Por estos días se acaba de estrenar la película colombiana Un poeta, del director paisa Simón Mesa Soto en las salas de cine a nivel nacional. La historia narra la obsesión de Óscar Restrepo por vivir de las letras, un hombre de 54 años quien vive en Medellín con su madre y que ha sido seducido por la imagen del poeta maldito, agobiado y sufrido quien ve en Yurladi, una estudiante de su clase de filosofía, talento para la escritura intentando encontrar en la adolescente la luz para su redención.
Sin embargo, la suerte le juega en contra y como buen guionista Mesa Soto va incrementando la etapa de confrontación in crescendo. El desasosiego de un hombre obligado a trabajar en una labor de la cual denigra, la sorna de los estudiantes mientras esgrime algún poema en estado de alicoramiento, el desdén que le demuestra su hija adolescente por ser un padre ausente, entre otros aspectos.
Esta producción cinematográfica nace de una reflexión por parte de su director: ¿qué pasaría si fracasa en el arte? Lo que lo llevó a apostarle por un tono tragicómico. Los protagonistas, Ubeimar Ríos, quien interpreta a Óscar y Rebeca Andrade, a Yurladi, son actores naturales. La película brilló en el Festival de Cannes y ahora agota las boletas en las salas de cine a nivel nacional.
Debo confesar que la película me fascinó. Me sentí tan identificado con los conflictos de Óscar que alcanzó a conmoverme hasta sacarme alguna lágrima. De igual manera, me reí al conectarme con la vulnerabilidad y la torpeza del protagonista. Hoy todos hablan de esta producción cinematográfica. En Youtube ya he visto varias entrevistas con el director, en redes sociales los influencers la recomiendan arguyendo que no todo el cine colombiano aborda el conflicto armado y mientras tanto, sigo batallando con cada tecla, con cada frase y cada párrafo para expresar ideas que tengan sentido. Todavía me falta mucho para lograr el nivel de Ribeyro, pero al menos fracaso e intento otra vez.