Por Rodolfo Bolaños Barrera
“Hoy me comí el mundo” o “Estoy molido, ese trabajo me dejó seco”. Nadie devora planetas ni lo exprimen como limones, pero estas imágenes transmiten exactamente cómo nos sentimos. ¿Por qué necesitamos esas comparaciones? Porque jamás experimentamos la realidad tal como es. Solo la tocamos a través de metáforas, como quien intenta ver en la oscuridad con una linterna.
Las metáforas por las que vivimos
George Lakoff y Mark Johnson revolucionaron nuestra comprensión del lenguaje cuando demostraron que “nuestro sistema conceptual ordinario, en términos del cual pensamos y actuamos, es fundamentalmente metafórico por naturaleza”. No adornamos nuestro lenguaje con comparaciones: la estructura misma de nuestro pensamiento depende de metáforas.
“Ese man me tiene entre la espada y la pared”, “se me volteó la tortilla”, “nuestra relación va por buen camino”, “llegamos a un punto muerto”. Pensamos en situaciones difíciles como espacios físicos donde quedamos atrapados, en cambios como objetos que dan vuelta, en el amor como un viaje. Lakoff y Johnson llaman a esto “metáforas conceptuales”: marcos invisibles que organizan toda nuestra experiencia antes de que nos demos cuenta.
El tiempo es dinero (pero podría ser otra cosa)
“No tengo tiempo”, “eso me costó tres horas”, “me robaron la tarde”, “vale la pena invertirle tiempo”. Esta es una de las metáforas más poderosas de Occidente: EL TIEMPO ES DINERO. Pero Lakoff y Johnson agregan algo crucial: esta metáfora no es universal. En culturas donde el tiempo no se vincula al trabajo asalariado, la gente no “ahorra” tiempo ni lo “desperdicia”.
Mark Johnson profundiza: “las metáforas no son meros adornos del lenguaje, sino estructuras fundamentales de nuestro entendimiento que moldean tanto nuestro pensamiento como nuestra acción”. Si cambiáramos la metáfora—si pensáramos el tiempo como “la maduración de un fruto”—cambiaría radicalmente nuestra relación con él. No solo hablaríamos diferente: viviríamos diferente, sin culpa por “perder tiempo”.
Cuando las emociones tienen peso y dirección
“Me quitaron un peso de encima”, “cargo con eso”, “estoy en la cima”, “caer en depresión”, “tocar fondo”. Steven Pinker señala en The Stuff of Thought que “el lenguaje es una ventana a la naturaleza humana”. Cuando hablamos de emociones como si tuvieran peso físico, convertimos experiencias subjetivas en objetos manipulables. Y lo bueno está “arriba”, lo malo “abajo”.
Lakoff y Johnson llaman a esto “metáforas orientacionales”: usamos nuestra experiencia corporal (arriba-abajo, dentro-fuera) para dar estructura a conceptos abstractos. ¿Por qué arriba es mejor? Porque cuando estamos sanos, estamos erguidos. Cuando estamos tristes, nos encorvamos, “caemos”. Nuestra postura corporal se convierte en la base para toda una arquitectura de significados.
El lenguaje técnico también construye realidades
Andrew Ortony, editor de Metaphor and Thought, argumenta que “la metáfora es central no solo en el lenguaje sino en el pensamiento y la acción, y que juega un papel crucial en el razonamiento científico”. Los expertos no escapan de las metáforas; usan unas más especializadas.
Los médicos dicen que el corazón es una “bomba”, que las arterias se “tapan” como cañerías, que el sistema inmune “ataca” como un ejército. Esta metáfora mecánica y militar determina qué tratamientos parecen lógicos. Si el corazón es una bomba defectuosa, lo reparas. Pero ¿y si pensáramos el cuerpo como un ecosistema en equilibrio? Cambiaría todo el enfoque médico.
Los abogados hablan de “lagunas legales”, de “blindar” contratos. Los economistas dicen que la economía está “recalentada”, que hay “burbujas” financieras, que el dinero “circula” como sangre. Los informáticos hablan de “virus”, “nubes”, “navegadores”. Pinker explica que estas metáforas no son trucos pedagógicos: son la forma en que nuestra mente extiende conceptos conocidos para comprender realidades nuevas.
La ciencia también anda a tlo puedo llamar?
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Thomas Kuhn, en The Structure of Scientific Revolutions, mostró que los grandes cambios científicos ocurren porque cambiamos los paradigmas—las metáforas fundamentales—con las que pensamos. Cuando Newton explicó la gravedad comparándola con la caída de una manzana, creó una imagen que permitió pensar el cosmos de manera nueva. No “descubrió” la gravedad tal como es; construyó un modelo para pensarla.
Hablamos de luz que “viaja”, de ondas que “se propagan”, de partículas que “colisionan”. Ninguna descripción es “la realidad pura”: son metáforas que nos permiten calcular, predecir, manipular. Kuhn argumenta que los paradigmas científicos son constelaciones de metáforas compartidas por una comunidad. Cuando una deja de funcionar, tenemos que imaginar una nueva forma de ver, y eso es mucho más difícil que encontrar datos.
El habla de la calle también construye mundos
“Esa idea no me cuadra”, “se me prendió el bombillo”, “se me cruzaron los cables”. Tratamos el pensamiento como máquina con piezas que encajan, con interruptores que prenden. “Vi todo negro”, “la cosa está color de hormiga”. Las emociones se vuelven colores. “Está en la olla”, “estamos fritos”, “está que arde”. Usamos el calor para hablar de conflictos. “Dar en el clavo”, “irse por las ramas”. El pensamiento claro es un proyectil que acierta o falla.
Johnson resume: “Entendemos nuestra experiencia a través de estructuras que emergen de nuestras interacciones corporales con el mundo”. Cocinamos, caminamos, vemos colores, sentimos calor. Y luego usamos todo eso para darle forma a ideas abstractas sobre justicia, verdad, amor, pensamiento.
¿Y si nuestras metáforas nos engañan?
Pinker señala que “el lenguaje no es un espejo pasivo de la realidad, sino una lente activa que la refracta y, en cierto sentido, la crea”. Si todo está filtrado por metáforas, ¿cómo sabemos que vemos bien? No lo sabemos. Andamos a tientas.
Las metáforas son como ventanas de colores: no podemos quitárnoslas porque sin ellas no veríamos nada, pero sí podemos ser conscientes de que están ahí. Si un ingeniero dice “el sistema colapsó”, piensa en “reconstruir”. Si dice “el flujo se interrumpió”, piensa en “restablecer conexiones”. Mismo hecho, dos lentes, dos soluciones diferentes.
Ortony lo dice así: “Las metáforas no son solo formas de hablar, sino formas de pensar que tienen consecuencias prácticas profundas”. Una sociedad que piensa en criminales como “manzanas podridas” implementará políticas diferentes a una que los piensa como “enfermos que necesitan tratamiento”. Mismos hechos, diferentes metáforas, diferentes mundos.
¿Qué hacer con esto?
Reconocer que vivimos entre metáforas es liberador por tres razones:
Primero, nos ayuda a entender a los demás. Cuando alguien dice “estoy bloqueado” y tú “estoy desbordado”, usan dos metáforas distintas. Uno se siente entre muros; el otro inundado por un río. Lakoff y Johnson explican que “gran parte de la autocomprensión cultural es cuestión de elegir las metáforas apropiadas”. Entender la metáfora del otro es el primer paso para la empatía real.
Segundo, nos da poder para cambiar. Johnson insiste: “Cambiar nuestras metáforas es cambiar nuestra forma de vida”. Si no te gusta que “la vida es una guerra” donde “luchas” y hay “enemigos”, elige otras. Piensa en la vida como un jardín que cultivas (donde “siembras” y “esperas cosechas”), como una obra de arte que compones. Cambiar la metáfora no cambia los hechos, pero sí cómo te relacionas con ellos. Si tu trabajo es una “batalla”, llegas agotado. Si es un “jardín”, llegas con satisfacción. Mismas horas, mundo emocional diferente.
Tercero, nos vuelve más humildes. Si nuestras certezas científicas dependen de metáforas, ¿qué decir de nuestras opiniones cotidianas? Cuando un economista dice que la economía está “enferma” y propone “medicina fiscal”, usa una metáfora médica: tratamientos, dosis. Si otro dice que necesita “ajustarse” como máquina, propone “calibrar”: mantenimiento, precisión. Ninguno tiene acceso directo a la realidad económica: ambos la construyen con palabras.
Preguntas para seguir pensando
La próxima vez que digas “toqué fondo”, pregúntate: ¿realmente hay un fondo? Pinker observa que “las metáforas espaciales para las emociones reflejan la geometría de nuestra experiencia corporal”. Cuando estamos tristes, el cuerpo se hunde. De ahí viene la metáfora. Pero una vez establecida, retroalimenta la experiencia: si crees que tocaste fondo, te comportas como quien está en el punto más bajo.
Cuando un médico dice “tu corazón está luchando”, imaginas una batalla que puede perderse. Si dice “tu corazón necesita apoyo”, imaginas algo que se sostiene, que puede fortalecerse. Mismo órgano, dos formas de vivir tu enfermedad.
Lakoff y Johnson concluyen: “La esencia de la metáfora es entender y experimentar una cosa en términos de otra”. Andamos a tientas, sí. Pero ahora sabemos que estamos tanteando. Y eso nos hace un poco más libres.
Pero antes de cerrar: ¿Qué metáforas usas para pensar en tu trabajo? ¿Batalla, camino, juego, construcción? ¿Cómo hablas de tus problemas? ¿Cargas que llevas, tormentas que atraviesas, nudos que desatas? ¿Qué metáforas usas para tu cuerpo? ¿Máquina que debe funcionar, templo que cuidar, jardín que florece? Cada una sugiere soluciones diferentes.
¿Has notado que diferentes grupos usan diferentes metáforas para lo mismo? ¿Los jóvenes y mayores hablan del amor igual? ¿Los ricos y pobres usan las mismas metáforas para el dinero? ¿Qué revela eso sobre cómo construimos mundos diferentes con las mismas palabras?
¿Estás listo para ver las ventanas de colores a través de las cuales miras el mundo?
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