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[Opinión]“Después no digas que no te avisamos”: cuando la obligatoriedad se viste de oportunidad

La obligación puede llenar sillas. Pero solo la inspiración llena mentes, corazones y futuros.

Por: Carlos Andrés Vidal Martínez.

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Recientemente, un estudiante me escribió una pregunta que, en su aparente sencillez, encierra un universo de significados:

“Profe, le quería preguntar si la actividad del sábado. Es obligatorio ir?”

No hay signos de admiración, ni de entusiasmo. Ni siquiera un “por favor”. Solo una duda administrativa: ¿debo o no debo? ¿Me castigarán sino voy? ¿Habrá puntos extra? ¿O puedo quedarme en casa sin consecuencias?

La consulta, tan breve como reveladora, desnuda algo más profundo: la nula motivación para participar, no por desinterés personal, sino por una cultura educativa que ha convertido el aprendizaje en una lista de obligaciones, no en una invitación al descubrimiento.

Mi respuesta fue intencionada:

Los espacios son pensados para ustedes, en ese sentido es importante que los aprovechen. Como reza la frase del circo aquel: ‘Después no digas que no te avisamos’”.

No dije “sí” ni “no”. No caí en el binario de lo obligatorio versus lo opcional. Porque lo verdaderamente urgente no es responder si asistirán o no, sino despertar la conciencia de que cada espacio educativo, fuera del aula y fuera del horario escolar, es una puerta que alguien abrió con la esperanza de que entren.

La frase del circo, de los Hermanos Gasca, no es solo un recordatorio, es una advertencia poética. El espectáculo está armado, las luces están encendidas, los payasos están listos… pero si eliges no entrar, no podrás después quejarte de no haber visto la magia.

¿Por qué nuestros estudiantes llegan a este punto? ¿Cuándo dejamos de ser guías para convertirnos en vigilantes de asistencia? ¿Cuándo la escuela se volvió un lugar donde se cumple, no donde se quiere estar?

La obligatoriedad no educa; convoca, sí, pero no transforma. La verdadera educación nace del deseo, de la curiosidad, de la sensación de que algo vale la pena. Y si nuestros jóvenes solo miden el valor de una actividad por su carácter obligatorio, entonces hemos fallado como sistema, como docentes, como sociedad.

No se trata de culpar al estudiante. Se trata de entender que detrás de esa pregunta fría hay una historia: tal vez de cansancio, de sobrecarga académica, de falta de conexión con lo que se les ofrece. O quizá, simplemente, de no haberles enseñado a distinguir entre lo que deben hacer y lo que podrían ganar al hacerlo.

Como maestros, nuestro rol ya no es solo transmitir conocimientos, sino re-humanizar la educación: devolverle el sentido, la emoción, la relevancia. Si una actividad no genera interés, quizás no es porque los estudiantes sean indolentes, sino porque no logramos comunicar por qué esa actividad importa para ellos.

La próxima vez que alguien pregunte “¿Es obligatorio?”, tal vez deberíamos responder:

“No. Pero sería una pena que te lo pierdas. Porque esto no es para mí, ni para la institución. Es para ti. Y después… no digas que no te avisamos”.

| Nota del editor *

Si usted tiene algo para decir sobre esta publicación, escriba un correo a: jorge.perez@uniminuto.edu

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