Por: Julieth Cicua
Irredentos (2025) de Harold DeVasten cuenta dos historias que se cruzan, por un lado está el retirado coronel Almendros (Hermes Camelo) un hombre solitario y amargado quien enfrenta a la justicia por acciones indebidas durante su servicio por las cuales se aísla en una pequeña población, cuando se entera que en una finca cercana vive el comandante Salazar (Miguel Ángel Viera), antiguo enemigo guerrillero quien fue perdonado por la justicia especial, no obstante, Almendros aún persigue un ajuste de cuentas.

Esta película toca un tema sensible y en general rechazado por los colombianos. Especialmente cuando la televisión ha inundado los hogares con estas historias durante décadas y las heridas del posconflicto aún no se han cerrado. No obstante, Irredentos con una visión diferente de este tema busca que el espectador se haga preguntas.
Y es que la rivalidad ofrecida en la película es una especie de parábola donde los enemigos se encuentran mediante las diferencias, porque en este caso no importa el bando, los errores o crímenes en nombre de las ideologías o las órdenes, se pagan desde la justicia, la moral o la conciencia social. Entonces, es fascinante ver cómo los sentimientos más comunes de la población colombiana están bien reflejados por todos los personajes.

No obstante, a pesar de esta trama principal satisfactoria, la película posee un intermedio que le hace perder encanto, al dejar de explorar la relación entre Almendros y Salazar para enfocarse en temas judiciales o de persecución, explicando de manera más sencilla el pasado de ambos. Por lo anterior, la cinta pierde la fuerza de la batalla física y psicológica de sus protagonistas. Es como si estas escenas estuvieran para alargar la duración de la película por una debilidad desde el guion para sostener la transformación conjunta de los personajes.
Por otra parte, a pesar de los diálogos profundos y políticos que se logran en muchas ocasiones, la musicalización extradiegética no confía en estos al tratar de exacerbar los sentimientos del espectador para provocar quizá un llanto innecesario. La historia no necesita un lagrimeo del espectador ya que tiene la fuerza suficiente para conectar desde los argumentos políticos o psicológicos.

Finalmente, toda esta trama política, social y ética está hermosamente enmarcada en los fríos e inquietantes paisajes del norte del Cauca, esto le da un tono a la película de nostalgia y soledad. En definitiva, Irredentos cumple en gran medida su cometido; hacer pensar al espectador en historias reales que tiene a la vuelta de la esquina, lastimosamente está en contadas salas del país y forzosamente llegará a su público objetivo, entonces ¿para quién se hacen estás historias?