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Un grito de auxilio

Por: Valeria Buitrago

Con los ojos llenos de lágrimas, la cara cubierta de sangre, los brazos y las piernas golpeadas, se encontraba tirada en el suelo después de rodar por las escaleras desde el segundo piso. En lo único que pensaba era en la bebé que llevaba en su vientre, no sabía si aún vivía y tampoco sabía qué había hecho mal para encontrarse en semejante situación.

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¡Don Luis, don Luis!, gritó ella.

Don Luis era el guardia de seguridad del barrio Pinos del Sur, ese día tenía turno en la noche y como era costumbre, hacía ronda por todo el sector, especialmente en el parqueadero.

Todo empezó el domingo en las horas de la madrugada cuando Alexander llegó ebrio, tan hundido en el alcohol que parecía el mismísimo diablo. Quién diría que era el mismo hombre que todas las mañanas se despedía de su esposa con un beso en el vientre con seis meses de gestación, y un fuerte abrazo, antes de empezar a recoger a todos los pasajeros que a diario se subían a la buseta que manejaba; quién diría que era el mismo hombre devoto que todos los fines de semana iba a la iglesia a rezar el Padrenuestro, a pedirle a Dios que el parto saliera bien, y que su anhelada niña naciera sana y salva.

La primera vez que Alexander agredió a su esposa fue en la plaza de mercado del Barrio Restrepo. Iniciaron una discusión porque fueron a comprar un vestido de gala para el matrimonio de su hermano Fredy, entonces Nidia escogió un vestido corto, con el que se sentía a gusto, pero a Alexander le desagradó, porque decía que ella no tenía que estar usando ese tipo de prendas pequeñas, mucho menos en la boda de su hermano. Le asestó una cachetada que la tiró al suelo, y luego le dio de puños y patadas.

Siempre que Alexander se alcoholizaba se ponía agresivo con la gente, no le importaba golpear al que fuera, ni meterse en cualquier pelea, porque era más fuerte su impulso de violencia ante cualquier cosa. En una de tantas peleas en las que se involucró, le tumbaron los dientes de un solo puño. Su mirada de maldad daba la sensación de tener en frente al mismo diablo, porque sus ojos se convertían en más pequeños y ojerosos.

¡Cállese, cacorra hijueputa y levántese ya de la cama! La insultaba mientras le quitaba las cobijas a su esposa.

Nidia le pedía que la dejara dormir, que por favor no le quitara las cobijas porque estaba haciendo demasiado frío, pero su respuesta fue una bofetada que la dejó en el piso. Ella encontró una botella de vidrio debajo de la cama y se la aventó por la cabeza, luego se levantó lo más rápido que pudo, pero la fuerza masculina fue mayor y no logró salir de la habitación. El hombre la agarró del brazo, la volvió a tirar al piso y le dio una andanada de patadas en la cabeza y en el cuerpo, mientras la seguía insultando.

Mire cómo me está dejando Alex, ¿me va a matar o qué? ¡Voy a llamar a la policía! le imploró ella.

Empezaron a forcejear en la puerta del apartamento, ella quería escapar y él no la dejaba, le atenazaba los brazos con mucha fuerza y le decía que, si no era de él, no era de nadie. No pasó medio minuto cuando la lanzó por las escaleras con mucha fuerza.

Ya había pasado un rato cuando don Luis escuchó los gritos de auxilio que provenían del garaje de la casa donde se ubicaban unos billares frecuentados por habitantes del barrio, donde pasaban las tardes y las noches jugando y compartiendo entre amigos. Todos sabían que ahí vivía la pareja y que Alexander violentaba a su esposa cada vez que se embriagaba, por esta razón don Luis no dudó en auxiliar a la mujer.

¡Dios mío! mire cómo la dejó ese malparido, en cualquier momento la va a matar, señorita. Por favor, denúncielo, ya es hora de hacerlo pagar por todo este maltrato.

La ambulancia no tardó mucho tiempo en llegar, y cuando Nidia llegó al hospital, los médicos le pidieron a don Luis que llamara a algún familiar de la mujer, y que lo primero que era necesario hacer era adelantarle un chequeo al bebé para mirar que tibiera signos de vida.

Don Luis apenas conocía a la mamá de Alexander, la señora Gladys, ella era la que frecuentaba la casa y constantemente iba de visita porque adoraba a su hijo. Cuando ella llegó al hospital y se enteró de la situación, lo único que hizo fue justificar a su hijo, diciendo que probablemente su esposa lo había provocado y que por eso la golpiza.

Ella era una mujer complicada, machista y entrometida en el hogar de su hijo. Siempre supo de las agresiones y golpes que su hijo cometía y nunca le decía nada, al contrario, le pedía a Nidia que no lo fuera a denunciar o si no, se iba a quedar sola, a cargo de un bebé y con el papá en la cárcel, que eso no era un buen ejemplo.

Perdóneme churra, por favor, yo no sabía lo que estaba haciendo. Usted sabe que yo las amo y que no sería capaz de hacerles daño. Suplicaba Alexander.

Afortunadamente el bebé estaba a salvo y Nidia logró salir del hospital al siguiente día. Recordaba las palabras que le dijo Alex, pero no se dejó conmover por nada; no pudo denunciarlo, pero tuvo la valentía de dejarlo, ya estaba cansada de recibir tanto maltrato del hombre que alguna vez pensó era su príncipe azul.

| Nota del editor *

Si usted tiene algo para decir sobre esta publicación, escriba un correo a: jorge.perez@uniminuto.edu

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