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Una comunidad y un templo nacidos de la fe: el origen del Minuto de Dios

El barrio Minuto de Dios no surgió de un plan urbano convencional, sino de una necesidad espiritual. En plena Bogotá de los años 50, el sacerdote eudista Rafael García Herreros decidió que no bastaba con predicar; había que actuar en favor de los más necesitados.

En 1957 le fue donado un terreno en el noroccidente de la ciudad, y sobre esos potreros comenzó a levantar viviendas para familias humildes. Durante las siguientes décadas se construyeron más de 3.500 casas, junto con un colegio, un centro de salud, una universidad y, en el centro de todo, un pequeño templo con capacidad para 300 personas. Esta capilla, una de las primeras edificaciones del naciente barrio, representó desde el inicio el corazón espiritual de la comunidad.

El templo original del Minuto de Dios se alzó gracias a la fe y la solidaridad. Su construcción fue posible con los aportes de los fieles y las “manos voluntarias” de los nuevos vecinos, quienes veían en esa iglesia un símbolo de esperanza. Cada ladrillo colocado llevaba consigo el esfuerzo compartido y la convicción de que la fe podía echar raíces en la tierra. Así, a finales de los años 50, se erigió una iglesia sencilla de planta circular y ladrillo, pero colmada de significado comunitario.

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Por muchos años, aquella modesta iglesia no solo fue casa de oración, sino también punto de encuentro social y cultural. Dado que el naciente barrio carecía de otros espacios comunes, el templo sirvió de salón de reuniones para la junta de acción comunal, de sede para grupos juveniles e incluso acogió conferencias y exposiciones de arte. En sus bancos no solo se rezaba; también se discutían los asuntos del barrio y se forjaban lazos de solidaridad. Los domingos, familias enteras se congregaban allí para la misa, y entre semana el mismo recinto albergaba talleres, asambleas y hasta galerías improvisadas. En cada celebración y cada evento comunitario, la iglesia se confirmaba como el alma del Minuto de Dios.

Ese primer templo católico fue mucho más que una construcción física: se convirtió en símbolo de la identidad del barrio. Los vecinos aún evocan cómo el padre García Herreros solía llamar a su querida creación el “Pueblito Blanco”, en alusión cariñosa a las casitas claras que florecían alrededor de la capilla. Bajo el techo de la iglesia se bautizaron niños, se celebraron matrimonios y se despidió a seres queridos; en sus muros resonaron cantos de alegría y oraciones en momentos difíciles. Para la comunidad, la iglesia del Minuto de Dios representaba un refugio espiritual y un espacio cultural, el lugar donde cada habitante encontraba consuelo, guía y un sentido de pertenencia. Así, desde su fundación, este templo original se consolidó como un punto de encuentro espiritual y comunitario, un legado de fe encarnado en ladrillo que marcó para siempre la historia del barrio.

| Nota del editor *

Si usted tiene algo para decir sobre esta publicación, escriba un correo a: jorge.perez@uniminuto.edu

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