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200 años después harán homenaje a Pedro Pascasio Martínez

El 23 de mayo de 1819, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco y el ejército patriota iniciaron un periplo que los llevó desde Arauca, Tame, Hato Corozal, Paz de Aroporo, Pore, Támara, Nunchía, en los Llanos Orientales. Luego trepó por las escarpadas montañas de Boyacá de Morcote, Paya, cruzó el temible páramo de Pisba, bajó a Pueblo Viejo, Quebradas, Socha, Tasco, Beteitivá, Corrales, Gámeza, Tópaga, Tutazá con un afán libertador.

Cuando llegó a Belén de Cerinza, un niño de 12 años se le unió a la Campaña Libertadora y su nombre quedaría esculpido en mármol y letras doradas para la historia nacional: Pedro Pascasio Martínez.

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El ejército nacional siguió su camino y Bolívar alcanzó a Santa Rosa de Viterbo encima de una mula, animal capaz de cruzar por esas empinadas montañas, pero que no era un alazán para mostrar. Allí le mandó a decir a la señora Cazilda Zafra que le regalara un caballo.

Simón Bolívar prosiguió su ruta. No podía descansar y cruzó por Busbanzá, Floresta, Sogamoso, Duitama, Bonza y en Paipa, más exactamente en el Pantano de Vargas, recibió el obsequio de doña Cazilda: era un hermoso caballo tordillo, radiante, espumoso y triunfal, al cual el Libertador lo llamó como Palomo y se convertiría en su compañero de campaña por diez años. Lujosamente enjaezado llegó a Santa Fe de Bogotá, luego a Caracas después de la batalla de Carabobo, a Quito como vencedor de Bomboná –y cuando desfilaba allí conoció a Manuelita Sáenz– y posteriormente a Lima, tras derrotar a los españoles en Junín.

Manuelita, cuando lo vio trepado en semejante ejemplar, le lanzó una corona de laurel, la cual le dio justo en el pecho al general, cuando pudieron hablar el hombre de un metro con 60 de altura le dijo a la coqueta mujer: “Si todos mis soldados tuvieran esa puntería yo habría ganado a muchos todas las batallas”.

Bolívar, al recibir al alazán en el Pantano de Vargas, le encargó su cuidado a Pedro Pascasio Martínez, quien le daba de comer, lo bañaba y lo pulía para todas las presentaciones. El animal se convirtió en un compañero inseparable del general, incluso, le respondía cuando lo chiflaba y él se alegraba cuando lo veía venir.

A partir de aquella fecha Bolívar tuvo varios caballos que le acompañaban en la Campaña como “El Momposo” –que le regalaron en Mompós–, el Fraile –obsequio de un monje—y El Guajiro, por ser un obsequio de esa región y que muriera en la batalla de Carabobo, con un agregado nostálgico más: después de muerto, lo pusieron como barrera de la defensa patriota.

El 7 de agosto de 1819 Bolívar se levantó temprano y desde el alto de san Lázaro en Tunja divisó a través de su telescopio el movimiento de las tropas españolas que marchaban en retroceso después de perder en Pantano de Vargas. Buscaban alcanzar lo más pronto posible a Santa Fe de Bogotá y así unir las fuerzas militares con las de Sámano y presentar resistencia.

Bolívar se dio cuenta del pensamiento español y de inmediato ordenó a sus generales llegar primero al famoso Puente de Boyacá, único que les daba paso sobre el río Teatinos porque el ejército español llevaba varios cañones.

El ejército realista no alcanzó a recibir el almuerzo porque fueron atacados. Fue un enfrentamiento entre 2850 combatientes republicanos, comandados por Bolívar, Francisco de Paula Santander, José Antonio Anzoátegui y Carlos Soublette, contra los españoles, al mando de José María Barreiro, que contaban con 2670 soldados, entre infantería, caballería y 20 artilleros que no pudieron disparar un solo cañonazo.

Las orillas del río Teatinos se convirtieron en el campo de batalla. Caballos van, soldados vienen, bayonetas y espadas se esgrimían por aquellos pastizales y charcos de agua cristalina. A las 4 de la tarde los españoles se dieron por vencidos. Fueron apresados más de 1.600, murieron más de 100 y unos 150 resultados heridos.

De los llamados patriotas murieron 13, entre ellos el capellán Fray Ignacio Díaz y 53 quedaron contusos.

Pedro Pascasio Martínez estaba con el negro José merodeando el lugar cuando debajo de unas piedras encontraron a José Barreiro y a un escolta, muerto por José. El comandante español, asustado, les ofreció unas monedas de oro a los muchachos. Pedro Pascasio se negó a recibirlas y más bien se lo llevó a punta de lanza a Anzoátegui. Fue una gran victoria.

Por ese acto heroico le prometieron 300 pesos, pero luego, sólo le dieron 100, aunque lo ascendieron a sargento. Durante la campaña libertadora acompañó al Libertador cuidando los caballos y en especial el Palomo, el que amaba su jefe. Cuando se acabaron los enfrentamientos Pedro Pascasio volvió a su pueblo donde lo contrataron como leñador. Pasaron 61 años y los políticos de turno le asignaron una pensión de 25 pesos, pero como en esos años Belén quedaba lejos, sólo se lo dieron un mes.

El 24 de marzo de 1885 se fue al cielo de los héroes. El Libertador se marchó también el 17 de diciembre de 1830 y 10 años después, exactamente en otro 17 de diciembre, Palomo, en Mulaló, Valle del Cauca, dejaba este mundo terrenal e ingrato.

| Nota del editor *

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