El pacto, alcanzado en la ciudad egipcia de Sharm el-Sheij, fue mediado por Egipto, Catar y Turquía, con el respaldo diplomático y la intervención directa del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien asumió el liderazgo de las negociaciones finales. El documento, conocido como la Declaración de Sharm el-Sheij para la Paz y la Prosperidad, establece un cese al fuego inmediato, la liberación de prisioneros y la apertura de corredores humanitarios para la asistencia internacional en el territorio palestino.
El acuerdo contempla la liberación de 20 rehenes israelíes vivos que permanecían cautivos desde los ataques del 7 de octubre de 2023, así como el intercambio por cerca de 2.000 prisioneros palestinos retenidos en cárceles israelíes. Las cifras de víctimas del conflicto, aunque aún sujetas a verificación, superan los 60.000 muertos en Gaza, de acuerdo con organismos internacionales y fuentes médicas locales. La guerra había dejado además más de un millón de desplazados internos y una infraestructura civil devastada. El texto del acuerdo prioriza una fase humanitaria de seis meses en la que se canalizarán recursos para la reconstrucción y la recuperación de servicios básicos, bajo la supervisión de un comité internacional integrado por los países mediadores.
El rol de Egipto, Catar y Turquía fue determinante para alcanzar el consenso. Egipto, con su influencia histórica sobre Gaza y su control del paso de Rafah, actuó como garante de la seguridad y de la logística para las entregas humanitarias. Catar, que ha mantenido vínculos con líderes de Hamas durante años, facilitó las conversaciones indirectas y ofreció financiamiento inicial para la reconstrucción. Turquía, por su parte, aportó canales políticos y diplomáticos que permitieron mantener el diálogo abierto incluso en los momentos más críticos. La conjunción de estos tres mediadores regionales creó el espacio necesario para que las partes en conflicto aceptaran las condiciones de un cese de fuego verificable.
El liderazgo de Donald Trump resultó decisivo en la etapa final del proceso. El mandatario estadounidense viajó a la región a comienzos de octubre y sostuvo reuniones consecutivas con representantes israelíes, egipcios y cataríes, impulsando un marco que denominó “Paz Duradera y Prosperidad”. Según fuentes diplomáticas, fue la presión directa de Washington la que logró que las facciones palestinas aceptaran un mecanismo de supervisión internacional en la entrega de ayuda, mientras que Israel cedió en su exigencia de mantener operaciones militares limitadas en el sur de Gaza. Trump calificó la firma como “el inicio de una nueva era para el Medio Oriente”, destacando que “la paz solo es posible cuando los enemigos deciden hablar, y hoy el mundo ha sido testigo de ese diálogo”.
A pesar del optimismo expresado por los mediadores, el acuerdo enfrenta enormes desafíos. Las partes no han definido aún el futuro político de Gaza ni el papel que desempeñará la Autoridad Nacional Palestina en la administración del territorio. Tampoco se ha aclarado qué ocurrirá con las milicias que permanecen activas ni con la presencia militar israelí en zonas fronterizas. Organismos internacionales han advertido que sin un compromiso concreto hacia una solución de dos Estados, el proceso podría estancarse en una tregua temporal más que en una paz permanente. Además, el cumplimiento de las cláusulas humanitarias dependerá de la coordinación efectiva entre los países firmantes y las agencias de Naciones Unidas encargadas de la asistencia.
Aun con esas incertidumbres, la firma representa un hito diplomático tras décadas de fracaso en los intentos de pacificación. La colaboración simultánea de Egipto, Catar y Turquía —naciones con intereses distintos pero complementarios— demostró que la presión regional puede generar resultados cuando se acompaña de respaldo político global. El involucramiento de Estados Unidos bajo la administración Trump añadió un elemento de poder negociador que permitió convertir una serie de intercambios humanitarios en un acuerdo de alto alcance político.
La comunidad internacional observa ahora si este pacto, nacido de una convergencia poco común, podrá consolidarse como el inicio de un proceso real de paz o si quedará, como tantos anteriores, en una promesa incumplida en la historia del conflicto israelí-palestino.