En un mundo desigual, lleno de altibajos, donde el poder está concentrado en manos equivocadas, llenas de ideologías que sustentan su brutalidad, la voz valiente del director Jafar Panahí, de los más influyentes de la nueva ola del cine iraní, sigue cosechando triunfos gracias a su trabajo que ha recibido elogios de la crítica mundial y su película Fue solo fue un accidente, es una categórica demostración de cómo hacer cine con sentido y profundidad.
Luego de estar preso por el gobierno de su país por causar la supuesta reunión y colusión contra la seguridad nacional y propaganda contra el sistema de la República Islámica de Irán, Panahí ganó la máxima distinción en el Festival de cine de Cannes, La Palma dorada (Palme d’Or), donde le nuestra al mundo la crueldad de las ideologías radicales, un reflejo actual de su tierra natal que lucha continuamente en contra de gobiernos fundamentalistas, con el arte como vehículo, con un afilado Thriller, tan impactante como certero.

Fue solo un accidente condensa hábilmente una latente realidad llena de oscuros pasillos repletos de crueles historias de sobrevivientes, que ya no vieron su vida igual, con generaciones que la vivieron bajo vejámenes infundados por el miedo, el abuso y la constante censura.
Desde que inicia la cinta, Panahí capta con habilidad el perfil de cada personaje, con detalles que van armando sus arcos, alimentando una idea que se convierte en denuncia social, política y moral hacia lo que define a los seres humanos como sociedad, encontrando en lo cotidiano los argumentos de sobra, con el dolor de cada individuo involucrado, para construir un mensaje tan potente como conmovedor.

Eghbal (Ebrahim Azizi) aparece en pantalla desde el inicio con planos secuencia que describen continuamente el entorno para formar la tensión que Panahí desarrolla brillantemente con cada detalle revelado de sus personajes, como los perros que persiguen un automóvil o la música infantil que demuestra el cambio generacional para alguien que se niega a aceptarlo, hasta que cada personaje se acomoda sutilmente para alimentar una trama llena de aparente humor, que en realidad se convierte en testimonios dolorosos de la realidad actual en Irán.
Cada personaje, continuamente proporciona detalles para que el espectador vaya armando un rompecabezas que recuerda por pasajes Los sospechosos de siempre (1995) dirigida por Bryan Singer, que en este caso no pierde el norte ni su tono, haciendo que la entrada de cada personaje nutra la trama, como con Vahid (Vahid Mobasseri), que expresa tanto temor y rabia al tiempo, con un conmovedor punto de giro de su personaje, que se complementa con el muy buen guion del mismo Panahí, con la constante humanidad quebrada por la violencia de Shiva (Mariam Afshari), la rabia de Golrokh (Hadis Pakbaten) que refleja que esa violencia queda impregnada en la piel de todos, cuyas almas nunca regresan a lo que fueran, condenadas a vivir con lo que serán sus vidas.

Mientras se entiende lo que está en juego se le va dando forma al potente mensaje final, el director de fotografía, el iraní Amin Jafari, capta el vacío de cada uno, así estén uno al lado del otro, pero se ven quebrados y la carencia de algo que nunca tendrán, suma un tenso drama a la narrativa que crece pareja, gracias a la gran dirección, siempre buscando el sentido de humanidad con la esperanza de encontrarla hasta debajo de las piedras en cada uno de ellos. Estos personajes simbolizan la idea de seguir adelante, cada uno en sus formas y en el manejo personal de su dolor interno y los traumas causados por la tortura.
Debido a que la historia no solo es una denuncia, la narrativa causa que el espectador se encamine con sus personajes a una redención que encontraron por accidente, con una introspección construida con grandes actuaciones y líneas de diálogo certeras y directas, con el desierto de fondo y una fosa común que busca continuamente al culpable del dolor, una potente idea que permite estar presente entre los personajes, pues pocas veces se utilizó el recurso del primer plano o el plano subjetivo, sin acercarse demasiado a algún personaje, porque el protagonista no es un dolor en específico sino la violencia sistemática hacia las personas por querer ser, describiendo esa sensación con planos que le permiten al espectador estar entre las conversaciones o tener un lugar en la Van con ellos.

Fue solo fue un accidente es una película, y una invitación a la reflexión profunda con una película de ritmo impresionante con su trama, actuaciones, desarrollo de personajes, que mostró sus costumbres de manera amable, cotidiana y necesaria para una actualidad corroída por el odio y el radicalismo que se alimenta de mentes convencidas de que el dolor ajeno es el camino correcto. Panahí propone que el espectador tenga un espacio en el Thriller para que encuentre sus conclusiones e invitarlo a salir del círculo vicioso violento que la humanidad ha fortalecido desde el principio de los tiempos, con una de las películas del año. ¡Salud!








