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[Crítica] Horizonte: una narración onírica suspendida entre la tierra, el alma y la culpa de vivir

En Horizonte, César Augusto Acevedo no filma una historia: filma una herida, con la delicadeza de quien sabe que el dolor no se grita, se susurra. Esta película, que prolonga la poética iniciada en La tierra y la sombra, es un acto de fe en el poder del cine como ritual de duelo, como espacio donde lo íntimo y lo político se funden en una imagen.

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Acevedo nos entrega un mundo suspendido, donde el tiempo parece detenido tras una catástrofe invisible. La madre (Paulina García) y el hijo (Claudio Cataño), son fantasmas que caminan entre ruinas de un mundo de lamentos, violencia, rencor y culpa: no buscan respuestas, buscan presencia. El padre desaparecido no es solo un hombre, es la metáfora de un país que ha perdido su centro, su memoria, su voz. En ese sentido, Horizonte no es una película sobre la guerra, sino sobre lo que queda cuando la guerra ha pasado y el silencio se instala como única certeza.

La puesta en escena es austera, casi ascética. Los planos fijos, la luz cenicienta, los cuerpos que se mueven como si cargaran siglos de luto, componen una sinfonía visual que recuerda a Tarkovski y a Béla Tarr, pero con una sensibilidad profundamente reflejada en la historia violenta de Colombia y de Latinoamérica. Acevedo no imita, reinterpreta. Su cine es un acto de resistencia contra la velocidad, contra el olvido, contra la banalidad que se convierte en un acto de memoria onírica.

Lo que conmueve en Horizonte no es lo que se dice, sino lo que se calla, porque el silencio es el testigo presente en 2 horas y 5 minutos de metraje. Cada gesto, cada mirada, cada pausa están cargadas de una densidad emocional que desborda la pantalla. Es un cine que exige del espectador una entrega total, una disposición a habitar el vacío, a escuchar el eco de lo que ya no está y intentar habitar el espacio consciente del presente.

Como crítico, también como colombiano, me conmueve esta obra porque habla de lo que se grita y resulta difícil de escuchar. Horizonte no solo habla de los desaparecidos, habla de nosotros, de nuestra incapacidad para nombrar el dolor, de nuestra necesidad de encontrar belleza en medio del desastre. Es una película que no se ve, que se contempla, que se siente con un dolor intenso.

Acevedo ha creado un cine que es al tiempo tumba y altar de los acontecimientos que fueron y de los que nunca fueron, en un espacio sagrado que invita a mirar el horizonte no como promesa sino como pregunta. ¿Qué queda cuando todo se ha perdido? Tal vez, solo el arte. Tal vez, solo el amor. Tal vez, la realidad retumba de tal manera en la conciencia del tiempo de quien quiere ver y se rehúsa a olvidar, que obras como estas, además de un repositorio de memoria desde el arte, es una propuesta de resistencia frente al categórico intento de olvidar la historia dolorosa, pero necesaria para intentar construir un mejor mañana, Juzguen ustedes.  

| Nota del editor *

Si usted tiene algo para decir sobre esta publicación, escriba un correo a: jorge.perez@uniminuto.edu

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