Cuando una cinta es una meditación sobre la fragilidad masculina, la redención y el cuerpo como campo de batalla emocional, se condensan varios elementos que traen este tipo de temáticas en el cine como la subvalorada The Iron Claw (2023) dirigida por Sean Durkin, una gran película de este estilo. Pero La Máquina abordatantos temas emotivos, que, por desgracia, no desarrolla ninguno con profundidad.
Ben Safdie, en su debut como director, entrega una obra que se aleja del efectismo para sumergirse en el cuerpo de Mark Kerr, leyenda de la UFC, interpretado, en un principio, con una intensidad inesperada por Dwayne Johnson, que después se diluye en una sospechosa mirada hacia sí mismo. El título, que evoca fuerza bruta, es una máscara para mostrar lo que hay detrás: un hombre que se desmorona entre los aplausos, la presión y los silencios de su intimidad.

La película se abre con fuegos artificiales, como un ritual de masculinidad exacerbada. Pero Safdie, con un buen estilo por momentos, desmonta esa pirotecnia para revelar un cuerpo que golpea, que sangra, que se agota, que se anestesia. Johnson, lejos de sus roles habituales, se propone enfrentar un personaje que, si se mira de fondo, no está tan alejado de sí mismo, pues Kerr, con un físico fornido busca el espectáculo, la victoria y centrarse en un mundo para sí mismo.
Vale la pena resaltar que por momentos su interpretación muestra vulnerabilidad: cada gesto, cada mirada y ciertas pausas parecen contener años de dolor acumulado, que no llega a un nivel Zac Efron o Jeremy Allen White en la citada The Iron Claw.

Emily Blunt (Dawn Staples), no es solo la esposa del luchador: es el contrapunto espiritual, la voz que interroga, que sostiene y que se quiebra. Su presencia equilibra la brutalidad del ring con la ternura del hogar, aunque el guion a veces le niega la profundidad que su personaje merece, aun así, le entrega un impacto dramático e impresionante a la película, reafirmando su nivel actoral. Para mí, sin su trabajo, la película decaería.
Lo más fascinante de La máquina es su negativa a glorificar. No hay épica en la caída de Kerr, solo una crónica de un hombre que se creyó invencible y terminó como rehén de sus demonios. Safdie evita el melodrama fácil, pero en ese esfuerzo por no caer en la pornografía emocional, también sacrifica momentos que pedían más visceralidad.

La cinta dialoga con clásicos como El luchador (2008) o Toro Salvaje (1980), pero lo hace desde una óptica contemporánea: aquí la masculinidad no se celebra, se interroga. El cuerpo de Kerr es un archivo de traumas, un mapa de cicatrices que hablan de gloria y de pérdida. Y Johnson, lo encarna con una honestidad que se siente sincera, trabajada, pero que no consolida.
La máquina no es perfecta, y en ocasiones se excede toda esa camara tipo reality que solo logra hacer con maestria todas las temporadas de la serie Succession (2018) pero es una buena oportunidad para cuestionarse cómo en estos tiempos, donde el espectáculo lo devora todo, esta película recuerda que detrás de cada golpe hay una historia, y detrás de cada historia, una herida que aún no ha cicatrizado y con ella, una historia que contar. Juzguen ustedes.