Por: Hanna Peralta, Juan Pablo Torres, Nataly Galeano, integrantes del Semillero Laboratorio SoundTerra
Enrique Bunbury, uno de los artistas más versátiles y enigmáticos de la música hispanoamericana, se presentó en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo) 2025, no para cantar, sino para hablar de su más reciente incursión en la literatura: La carta. Su conversación con Jaime Andrés Monsalve nos ofreció una visión renovada de un creador que, lejos de buscar la perfección, abraza la imperfección como motor de su arte.
Durante la charla, Bunbury profundizó en su filosofía de vida y creación. En un mundo obsesionado con la perfección, donde los algoritmos dictan tendencias y la imagen es retocada hasta perder toda humanidad, Bunbury se posiciona en el lado opuesto. “Dios nos libre de la perfección”, dijo, citando ejemplos de artistas como Bob Dylan y Tom Waits, cuyas voces y trayectorias están marcadas por aquello que muchos considerarían defectos. Para Bunbury, son precisamente esas grietas las que permiten que la luz entre.
Esta declaración, aunque sencilla, tiene un eco profundo. Nos invita a reflexionar sobre la autenticidad en tiempos donde la farsa y la apariencia parecen dominarlo todo. La imperfección, lejos de ser un obstáculo, es un atributo esencial para conectar genuinamente con los demás. ¿Cuántas voces hemos desechado por no sonar como dicta el canon? ¿Cuántas historias se pierden por no encajar en los moldes impuestos?
En La carta, Bunbury nos abre una ventana íntima a su mundo interior. El libro, compuesto de correspondencias con sus seguidores, trasciende del simple intercambio de palabras para convertirse en un espejo de su proceso de retiro y reencuentro consigo mismo. Escribir cartas en pleno siglo XXI, donde los mensajes instantáneos y los “likes” imperan, es un acto casi revolucionario. Implica tomarse el tiempo, reflexionar y construir pensamientos completos en lugar de frases fugaces.
Esta necesidad de comunicación pausada, honesta y reflexiva se siente como una bocanada de aire fresco en una era de inmediatez. Bunbury, siempre contracorriente, nos recuerda que el arte verdadero exige tiempo, vulnerabilidad y, sobre todo, valentía para mostrar nuestras cicatrices.
Durante la charla también habló de su proceso creativo actual. Cada jornada de composición o escritura, dijo, le trae una pequeña alegría. Este enfoque, lejos de los grandilocuentes discursos sobre la inspiración divina, humaniza el acto de crear. Nos muestra a un Bunbury que trabaja día a día, que duda, que se equivoca y que, sin embargo, sigue adelante. En canciones como “Loco” y “Como una sombra”, el artista experimenta con nuevos registros y temáticas, demostrando que su búsqueda de autenticidad es constante.
Otro punto que no pasó desapercibido fue su relación con Colombia, en particular con Bogotá. Bunbury no escatimó en palabras de afecto hacia la ciudad, calificándola como uno de sus lugares favoritos. Su regreso programado para junio con el “Huracán Ambulante Tour” ya cuenta con localidades agotadas, lo que evidencia el lazo profundo que mantiene con el público colombiano.
Este amor mutuo se comprende cuando observamos la trayectoria de Bunbury. Desde sus días en Héroes del Silencio hasta su carrera como solista, siempre ha cultivado una relación especial con Latinoamérica. No es casualidad que haya elegido a Bogotá como escenario para presentar su faceta de escritor. Hay una complicidad cálida que trasciende las fronteras del idioma y de la música.
En definitiva, la presencia de Enrique Bunbury en la FILBo 2025 no fue solo la de un músico que escribe, sino la de un artista integral que sigue cuestionándose a sí mismo y al mundo que lo rodea. Su defensa de la imperfección, su apuesta por la autenticidad y su valentía para explorar nuevos territorios creativos son una lección vigente y necesaria.
En tiempos donde las redes sociales venden ilusiones de perfección inalcanzable, donde la autenticidad es una moneda escasa, la voz de Bunbury resuena como un llamado a recuperar nuestra humanidad perdida. Nos recuerda que no somos algoritmos, ni perfiles de Instagram, sino seres vulnerables, contradictorios y únicos. Que nuestra verdadera belleza reside en esas pequeñas imperfecciones que nos hacen irrepetibles.
Quedémonos, entonces, con esa imagen de Enrique Bunbury: el artista que escribe cartas en un mundo de tuits, que canta con una voz imperfecta pero inconfundible, que abraza sus dudas en lugar de esconderlas. Un artista que, en su búsqueda constante, nos invita también a nosotros a emprender nuestro propio viaje hacia la autenticidad.
Porque, como bien dijo él mismo, “Dios nos libre de la perfección”.
Bunbury, con su figura desafiante y su obra en constante metamorfosis, también nos recuerda el valor de la resistencia cultural. En tiempos de homogeneización global, donde el arte corre el riesgo de convertirse en mero producto de consumo rápido, su voz emerge como una defensa de la identidad artística única. Cada proyecto suyo, ya sea musical o literario, se plantea como una reafirmación de que el arte debe incomodar, provocar y, sobre todo, ser un espacio para la reflexión.
En un mundo cada vez más ruidoso y superficial, apostar por la profundidad es un acto de valentía. Enrique Bunbury sigue siendo ese raro ejemplar de creador que no busca complacer al mercado, sino dialogar consigo mismo y con su audiencia más allá de las modas pasajeras. Su paso por la FILBo 2025 nos deja una enseñanza: hay que atreverse a construir caminos propios, aun cuando esos caminos estén llenos de incertidumbre.
Así, en cada carta, en cada verso imperfecto y en cada canción arriesgada, Bunbury nos ofrece algo más que entretenimiento: nos ofrece un espejo donde mirar nuestras propias búsquedas, miedos y esperanzas. Y ese regalo, en los tiempos que corren, resulta simplemente invaluable.