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La violencia hecha carne: poder y resistencia en La Vorágine

La Vorágine es una obra vital de la literatura colombiana y latinoamericana que nos atraviesa a todos los colombianos al denunciar el abuso y la violencia sufrida por los obreros dedicados a la explotación del caucho en la Amazonía.

Por: Sofia Penagos

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Partiendo de que La Vorágine es una obra vital de la literatura colombiana y latinoamericana que nos atraviesa a todos los colombianos al denunciar, por un lado, el abuso y la violencia sufrida por los obreros dedicados a la explotación del caucho en la Amazonía, y, por el otro, al exponer la brutalidad de la selva y la deshumanización promovida por la ambición desmedida, determinamos que la representación de estas obras en la actualidad nos recuerdan no solo la historia de nuestro país, sino que nos sugieren una reflexión profunda sobre las cosmovisiones ancestrales e indígenas de nuestras selvas, haciendo uso de elementos simbólicos y narrativos que se vuelven enriquecedores, mejorando la experiencia teatral y produciendo un mayor impacto en la audiencia.

La adaptación de La Vorágine por el grupo de Teatro Tierra no solo rinde homenaje a la obra de José Eustasio Rivera, sino que nos ofrece una perspectiva contemporánea que enfatiza la presencia de los temas tratados en la novela, como lo es la explotación de los recursos naturales y las constantes luchas por la justicia social. Una de las herramientas elementales para lograr esto fue el cuerpo, priorizando la expresividad corporal como medio de comunicación. Los actores y actrices lograron implementar movimientos coreografiados y gestos faciales simbólicos (como cuando gritaban) para lograr evocarnos y sumergirnos en la indomable selva de esa época y las tensiones entre los personajes.

La corporalidad en este punto se transforma en un lenguaje que sustituye a las palabras, específicamente en los momentos donde hubo silencios que nos dan una sensación de vacío y desolación de los protagonistas. El uso del cuerpo también reafirma la lucha permanente entre el ser humano y su entorno, donde un claro ejemplo son las escenas de explotación, trabajo forzado y violencia, los movimientos tensos, los cuerpos llevados al límite y las posturas que reflejan agotamiento, comunican el sufrimiento de los caucheros. Al mismo tiempo, el dinamismo corporal manifiesta la brutalidad de un sistema que despoja a los personajes de su humanidad y los minimiza a herramientas para producir.


Teniendo en cuenta el contexto histórico que la obra aborda, la corporalidad va más allá de solo significar una entidad física, convirtiéndose en una muestra de cómo se ha señalado territorio de control y explotación. El poder se ve interpretado en la opresión que padecían los trabajadores y las mujeres en ese período; en ese orden de ideas, los caucheros son dramatizados como personas vulnerables, despojados de su propia autonomía, mientras que, por otra parte, las mujeres encarnan el doble de peso de la opresión: la economía y la sexualización. Esta perspectiva enfatiza cómo el poder atraviesa no solo con las acciones, sino también en sus cuerpos, marcándolos con las cicatrices que deja la violencia.

Este aspecto lo podemos aclarar mejor desde el planteamiento de la escritora Hannah Arendt, quien nos ofrece una visión en donde el sistema violento y extractivo, como el que domina en La Vorágine, manifiesta un ejercicio de poder totalitario que anula la capacidad de los sujetos para actuar como individuos autónomos. Esta práctica retumba con la idea de Arendt sobre la “banalidad del mal”, en la que las estructuras de poder despersonalizan las relaciones humanas, trasformando la violencia en algo sistemático y cotidiano. En la obra La Vorágine, la constante explotación de caucho no es solo una catástrofe individual, sino la consecuencia de un orden político y económico que legitima la deshumanización, obligándonos a cuestionarnos cómo estas prácticas persisten hoy en otras maneras de explotación laboral y ambiental.

Por otra parte, las palabras de Michel Foucault nos hacen reflexionar aún más a fondo, puesto que su postulado nos provee de herramientas para entender cómo el poder no solo se ejerce a nivel institucional, sino así mismo directamente sobre los cuerpos. En La Vorágine, la corporalidad de los trabajadores y las mujeres se convierten en espacios de sometimiento, control y resistencia.

Por último, desde mi sentir, La Vorágine deja una marca en la sociedad como un legado cultural que va más allá de una denuncia política, pero que también hurga en la memoria, no solo la desigualdad, sino que revela que la explotación laboral y la destrucción ambiental son problemas estructurales en Colombia, y que se evidencian en industrias como el narcotráfico, la minería y la agricultura.

| Nota del editor *

Si usted tiene algo para decir sobre esta publicación, escriba un correo a: jorge.perez@uniminuto.edu

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