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Las lágrimas que nadie vio

Por: Laura Ballesteros

Una niña bien

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Escuchar el grupo juvenil Menudo, con amigas, inscribirse para el protagónico de cada obra de teatro que al colegio se le ocurría, procurar tener un nivel de inglés impecable y encontrar la falda perfecta en una vitrina del centro comercial Unicentro era lo único que le importaba a Camila. Siendo muy sincera, qué más le debería importar a una niña de 16 años; exactamente nada más.

La vida de Camila entre semana se resumía en ir y venir del colegio; de pronto salir con sus amigas algún viernes o solo esperar una minite-k de algún colegio cercano. Camila tenía muy poca interacción con niños de su edad, porque sus padres, en medio de su estilo de vida conservador, habían optado por inscribir a Camila desde quinto de primaria en un colegio femenino y, como si fuera poco, muy aliado con la religión católica. Era normal que una monja les dictara física y otra monjita, como ella les llamaba, lenguaje; de hecho, el rector de la institución era un sacerdote extremadamente respetado en ese ámbito.

Pero incluso en medio de su cotidiana vida conservadora, Camila siempre encontraba el momento para dar a relucir su muy rebelde y alborotada personalidad. Pero esta nunca fue motivo para que ella no tuviera acceso a una excelente educación académica o religiosa. El avemaría al derecho y al revés, las fórmulas de memoria y el verbo to be clarísimos, pero jamás, ni por el mínimo error en esa respetada institución, se habló de educación sexual. Pensar en hablar de eso era casi un pecado, algo totalmente impuro ante los ojos del Señor y de la sociedad también. A duras penas, Camila reconoció que eran los ovarios y las trompas de falopio por aquella imagen en el libro Investiguemos de biología, pero hasta ahí nada más.

En su casa nada era muy diferente, su papá trabajaba todo el día, entonces tiempo para preguntas muy poco. Su mamá era un caso difícil, ella era ese tipo de persona que creía que hablar de educación sexual era prácticamente darle una llave a Camila para un mundo de la fornicación y pecado. De hecho, Camila todavía recuerda el color rojo vibrante de las mejillas de su mamá, cuando en una charla con unas amigas de su madre ella le preguntó qué era un preservativo y su mamá solo le dijo de forma rápida que ella ya sabía y que dejara de estarse metiendo en las conversaciones de adultos.

Sus últimos recursos eran su hermano mayor o sus amigas que realmente nunca fueron una buena opción. Lo más cercano que tuvo Camila con su hermano, con relación al tema, fue una vez desde la puerta entreabierta de su cuarto, veía como en el pasillo de su casa su papá le entregaba una caja de condones en la mano a él, diciéndole que los necesitaría. En cuanto a sus amigas, pues, que se podría esperar de unas niñas iguales a ella, simplemente frases como “sí lo hacen rápido no pasa nada” “háganlo en una piscina y relajados” “la primera vez que lo hice con mi novio no quede embarazada, fresca que eso la primera vez no pasa nada”.

Camila no se dio cuenta de esa burbuja de desinformación en la que estaba sumergida, simplemente ignoró que nunca le enseñaron los riesgos y consecuencias de iniciar su vida sexual o los métodos anticonceptivos y mucho menos se habló de lo importante que era entender su cuerpo y su placer. Pero qué más importaba si Camila era una estudiante excelente, algo rebelde, pero de casa. Una niña bien y eso era más que suficiente.

Clase alta, hippie y alterno

Aunque para los demás fuera así, Camila sabía que había algo que le faltaba y era poder tener interacción con niños. Ver a sus amigas estaba bien, pero tener un novio y que los demás lo supieran, era mejor. Por eso mismo, ella se encargó de hacerse amiga de sus vecinos para escaparse un rato de ese mundo del maquillaje y la menstruación. Estar con ellos era de lo mejor, salir a comer pizza en el local de la esquina, escucharlos, hablar de fútbol y jugar parques hasta las tres de la mañana no tenía precio.

Pero si había algo que Camila amaba, eso era ir a bailar a minite-k con ellos. Era el momento perfecto, la música, el ambiente y las personas hacían que se olvidara de todo. Una de esas tardes, mientras bailaba y se sumergía en ese mundo, vio como en medio de todas las demás luces aparecía una luz blanca justo encima de Eduardo ¿Quién putas era él? ¿De dónde había salido? Sus amigos enseguida se dieron cuenta y actuaron como si rindieran algún tipo de pleitesía a aquel sujeto. Rápidamente le presentaron a Camila haciendo una apuesta para que se la rumbeara y que si lo lograba ganaría una cajetilla de cigarrillos; así fue como ella salió con un beso y él con una cajetilla de cigarrillos.

Desde ese momento, ese Pelado de 19 años alternativo y revolucionario cautivó la inocencia de Camila en sus garras. Es que era todo un Tony Curtis, este era el nombre del galán de las películas de la época de su papá, quien llamaba así a cualquier hombre medianamente atractivo. Pero la atracción hacia Eduardo no tenía que ver solo con su físico, sino con lo que él era, su rebeldía y forma de pensar; en comparación con los otros amigos de Camila, que tenían su misma edad, él era de otro mundo. Desde esa tarde que se conocieron empezó su primera ilusión, él la recogía en el carro de su papi o la esperaba en el paradero del bus del colegio, fumando un cigarrillo en frente de su portería. Todos sabían que esos dos tenían algo y preguntaron tanto que ambos no tuvieron más remedio que confirmarlo.

Camila por fin tenía novio y no era ni más ni menos que aquel niño rico con delirios de hippie alterno, todo era perfecto. Entre bailes, salidas, cine, pizzas y besos, todo avanzaba. Los papás de Camila sabían de la existencia de Eduardo, pero nada más, nunca se preguntaron si era buena idea que su tan inocente y tan inexperta niña estuviera con un tipo que ya era mayor de edad y estaba untado de mundo. Por otro lado, en la casa de Eduardo, sí existían preocupaciones, pero eran con relación a que él se escabullía con uno de los carros de su papá y que quizás esa niña no tenía la suficiente clase social para estar con su bebé, o así lo aseguraba la madre del alterno.

El siguiente paso en la relación

Pero qué importaba la opinión o prejuicios de los papás, si estaban juntos no importaba nada más. O eso era lo que veía Camila en los ojos cafés de Eduardo, su príncipe alternativo. Eduardo llevaba a Camila a cuanto evento social se le ocurriera o incluso a cualquier evento familiar. Salidas a la finca de su familia y fiestas de la empresa de su papá eran normales para Camila en ese punto. Todo esto fue avanzando, picos inocentes empezaron hacer besos apasionados, las salidas con amigos empezaron a ser citas en lugares a solas. Una cosa llevó a la otra y cuando Camila se dio cuenta había empezado su vida sexual; en una de esas idas a la finca. Todo fue a escondidas en el asiento trasero de ese carro Mazda rojo en compañía de aquel tipo que había conocido hacia 8 meses en una minite-k.

Sus amigas hablaban de todo lo que hacían con sus novios y vidas sexuales, pero Camila empezó a dudar si eso era verdad o no. Porque en ese momento tan íntimo y pasional que ellas describían, ella jamás llegó a sentir un placer real como las mismas lo expresaban. Pero lo importante es que ante sus amigos tenía novio y no cualquier novio, sino que el mejor de todos. Además, Eduardo le presentó y la integró al mundo de la clase alta bogotana, y eso estaba más que bien, o simplemente era algo que sus amigas no tenían. Pasaron dos meses en los que Camila no sabía si cada vez que se encontraban los dos solos en aquellos momentos íntimos lo que sentía era placer, dolor, amor, felicidad o un miedo de perder lo que había ganado teniendo un novio; que supuestamente la quería pero que si ella se negaba podía perder el amor de su vida o simplemente que alguien la quisiera.

La noticia

En uno de esos encuentros algo pasó, pero no tenía que ver con algo en específico del momento, sino por las horas y los días que vinieron después. Camila era muy irregular en su período, pero era cuestión de unos días antes o unos después para que su menstruación llegara. Pero ese mes no vino ni antes ni más tarde. Algo pasaba y Camila lo supo desde un principio y cuando llegaron esas náuseas y mareos, todo era aún más claro. Pero con quien podría hablar, con su mamá, ni de riesgo y con sus amigas, definitivamente no, no era opción que ese retraso se convirtiera en un chisme de pasillo.

A la única persona que tenía para hablar de eso era Eduardo, se llenó de valor y hablo con él. La actitud de Eduardo fue realmente plana y su cara parecía un papel sin un gesto alguno o impresión, solo se quedó allí. Y solo le dijo como si se tratara de cualquier cosa al azar, que cuando saliera del colegio irían a un laboratorio para que se hiciera una prueba. Quizás fue el viernes más largo que Camila tuvo en su vida, ese día su cabeza no estaba para entender la energía cinética o la energía potencial y mucho menos para hacer todas las oraciones en religión. Finalmente, sonó la última campana anunciando que la jornada escolar había llegado a su fin.

Bajó de la ruta y él ya estaba allí junto con el carro de su papá como de costumbre, Camila se subió al carro aun con su jardinera a cuadros y su saco verde, el cual era el uniforme de tan respetada institución. El camino al laboratorio no estuvo acompañado de una caricia ni mucho menos de un “tranquila, todo va a estar bien”. Cuando se dio cuenta ya habían llegado, una enfermera muy amablemente la atendió y le pidió sus datos. Datos que en efecto Camila falsificó y la enfermera no cuestionó. Le dijeron que el examen era de orina, por lo cual tenía que llenar un tarrito de prueba y esperar el resultado en la sala de espera.

Anunciaron el nombre falso que Camila había dado y se dirigió al consultorio. La enfermera le informó que la prueba había salido positiva, esto como si se tratará del resultado de su examen de matemáticas del día anterior. A la enfermera le importó cinco si ella estaba sola o cuantos años tenía, simplemente siguió llamando pacientes. Camila se retiró y desde ahí entró en un trance donde sus respuestas eran totalmente monosílabas y no sentía nada más, solo un tipo de vacío existencial profundo, lleno de angustia que hasta después puedo catalogar como lo que era, puro y físico miedo.

La decisión

Salió del laboratorio y le dijo a Eduardo que tenía un mes de embarazo. Otra vez el rostro de papel y la actitud de pared se hizo presente, simplemente le dijo que lo que seguía era abortar y que él se encargaría de todo. Le aseguró que no tenía todo el dinero, pero lo conseguiría. Camila lo miró y solamente asintió, considerando que no tenía otra opción o que simplemente él no le había dado otra. Que su opinión no valía y que él ya había tomado la mejor decisión por ambos.

Ese fin de semana Camila no salió con nadie, a duras penas salió de su cuarto y el teléfono nunca sonó como era de costumbre en esa casa desde que Eduardo y Camila sé cuadraron. En un abrir y cerrar de ojos ya era lunes. Camila seguía en un limbo y moviéndose en automático, pero que más podría hacer ella, seguir como si nada hubiera pasado. Llegó al colegio y no se aguantó más ese nudo en la garganta, quiso hablar con sus amigas sobre eso. Estas eran las mismas que le habían dicho que se relajara, que eso no pasaba nada si lo hacían rápido.

Cuando Camila terminó de contarles, simplemente se quedaron calladas y una rompió el silencio sin algún filtro, asegurando que, si ella la cagaba así, sus papás las matarían. Después de eso Camila vio como cada una se iba con alguna excusa, una se fue a clase, otra tenía hambre y la última le prometió que en la salida se veían. Se quedó sola y no solo en ese momento, sino que los días que pasaron fueron sin amigas, sin novio y sin con quien hablar. Como les iba a contar a sus papás si ellos ni siquiera sabían que su princesa ya tenía una vida sexual activa.

El día se había acabado, por fin podía ir a mirar el techo de su cuarto en silencio, porque ni siquiera lágrimas para ese momento tenía. De repente sonó el teléfono, Camila salió corriendo de su cuarto y lo siguiente que escucho sin un hola de por medio fue la confirmación por parte de Eduardo con relación al dinero completo y el lugar. Camila sorprendida, pero aun en estando un hipnotismo de emociones, preguntó qué como carajos en menos de tres días ya tenía el dinero. Eduardo le respondió que su mamá ya sabía y se lo había dado. Como era posible que le hubiera contado a su mamá, que embarazó a una menor de edad y que sin más ella le hubiera dado el dinero para que le realizaran un aborto clandestino a aquella niña.  Pero a Camila no le salía ningún tipo de frase y simplemente dijo ¿Cuándo? Y él le respondió que el miércoles después de que fuera al colegio.

Hablando de colegio, el martes sería otro día en el que Camila se tendría que enfrentar a salir de su casa y sin siquiera saber la conversación que iba a tener con Paula. Paula era esa niña de la que todas las demás niñas hablaban, esa niña que ya tenía un mundo por delante y que se le media a todo. Camila iba caminando como un zombi para entrar a su salón cuando de repente Paula la detuvo y le dijo fresca vieja que yo ya lo hice y por falta de una vez, dos y eso no pasa nada. Por un momento, Camila la miró sin saber de qué hablaba, no fue hasta después que entendió que alguien ya había contado algo, se quedó sin palabras y sin nada que opinar, no tuvo más remedio que seguir caminado.

El día se acabó y no tenía la menor idea si había o no habían dejado tareas o si ese martes era el día que tenía la reunión de la próxima obra de teatro. Simplemente, llegó a su casa a mirar el techo corrugado y color crema de su habitación. Esa quizás fue la noche más larga de todas. Pero amaneció de repente, se puso su uniforme y salió al colegio. El tiempo no pasaba, pero tampoco se quedaba quieto ese reloj azul que el salón tenía. La última hora se acabó y todas salieron corriendo a sus rutas y casas, Camila salió, subió a la ruta y cuando bajó no vio el carro rojo si no había un taxi parqueado, enseguida vio como Eduardo le hacía señas para que se subiera y así lo hizo, como todo lo que él le decía que hiciera.

Eduardo le dijo al taxista que los llevara a una dirección que jamás había escuchado, lo único que la ayudó a ubicar un poco fue que pasaron la calle 39 donde queda Profamilia. Llegaron a la dirección y Eduardo se bajó y preguntó algo en una puerta y le dieron un papelito con otra dirección, se volvió a subir al taxi y le dijo al taxista que los llevara a la localidad de Teusaquillo, que al llegar él le daba el resto de las instrucciones. Camila sentía que todo el mundo la miraba y que los carros de atrás de ellos llevaban horas siguiéndolos, se sentía como la peor criminal. Mientras ella pensaba todo eso llegaron al lugar, está por fuera era una casa vieja, ese tipo de casas que hay en Teusaquillo.

El momento

Esa imagen de casa vieja quedó atrás desde el momento en el que Camila entro al sitio, era toda una clínica, con pisos de madera, había muchos consultorios y enfermeras por todas partes. Camila temblaba, pero no por lo que iba a suceder, sino por miedo a que alguien la reconociera. Una enfermera le paso una tabla con un formulario para llenar. No habían pasado ni ocho días y Camila ya estaba entregando datos falsos otra vez, nadie preguntó por su edad real y ni siquiera nadie la determinó como la niña que era. La enfermera le dijo que cuando el consultorio estuviera listo la llamaría, el tiempo estaba pasando muy rápido esta vez.

Camila sintió que solo le bastó con terminarse de sentar para que la enfermera la llamara al consultorio, ese al fondo del pasillo. Le dieron una bata azul y le dijeron que la abertura para adelante. Ya allí que se acomodara boca arriba en la camilla, que pusiera sus pies en cada uno de los estribos que había a lado y lado, así mismo abriera y relajara sus piernas. La enfermera se fue sin decirle nada más, sin canalizarla, sin informarle como iba a ser el procedimiento o sin darle una pastilla para el dolor que muy posiblemente sentiría después. Pasaron unos cuantos minutos y llegó el doctor, este saludo por educación, pero no le dirigió la palabra nunca más, a excepción de cuando salió de allí.

Ese doctor era un hombre costeño, aproximadamente de 40 años y tenía gafas. Algo que Camila recuerda con precisión es la camisa de rayas que este tenía ese día y su muy elegante loción. Camila describe el momento como lo que sintió mucho tiempo después en una citología, una molestia, pero no un dolor exagerado, algo muy suave en comparación a los latidos de su corazón en ese momento. Camila descubrió el errado argumento que daban los provida en ese entonces, el cual tenía que ver con esa aspiradora que succionaba él bebe, todo se resumió a como el doctor introdujo en su vagina una manguera cuyo diámetro no era mayor a tres centímetros. El doctor solo observaba el procedimiento sin asegurar u opinar nada, pasaron alrededor de veinte o cuarenta y cinco minutos. Minutos que Camila nunca sintió ni supo en realidad cuantos fueron, pero parecían eternos. Pasado ese tiempo, el doctor se paró y miró a Camila, seguido eso le advirtió que se quedara ahí porque podría marearse, que eso era todo, que tuviera una buena tarde. Esas palabras despertaron a Camila de su trance y sus primeras lágrimas relacionadas con el momento se deslizaron por sus mejillas, mientras eso, otra enfermera entraba con un agua aromática desabrida y unas galletas saltinas, para que comiera algo.

Al ver los ojos de Camila, la enfermera le tocó el hombro y le dijo que estuviera tranquila. Seguido a esto se sacó un sobre de azúcar del bolsillo y le sugirió que se lo agregara a la aromática para qué se tranquilizará. La enfermera se fue y ya cuando Camila estaba vestida, le informó que no era necesario que volviera a menos que tuviera fiebre extremadamente alta o mucho sangrado; si no sufría de ninguno de estos dos síntomas que se tomara esas tabletas de antibiótico durante ocho días. En pocas palabras que se olvidara de aquel lugar y esos rostros. Camila ya había reaccionado para ese punto, toda la tristeza que ignoró esos siete días apareció de inmediato.

Al salir del lugar, Camila vio que Eduardo ya no estaba en el taxi, sino que, recostado en un poste, tan pronto la vio le dijo que el señor no había esperado más y le había cobrado mucho. Por lo mismo se había quedado sin plata para pedir otro taxi, y no tenían más remedio que coger un bus. Así fue la primera vez en bus de Camila o bueno, no la primera de su vida, pero si la primera con Eduardo. El mismo día que se había hecho un aborto clandestino por elección única y exclusiva de él también. Eduardo nunca más, dijo nada con relación eso y ese día simplemente dejó a Camila en una esquina cerca a su casa. Camila en ese momento empezaba a sentir un dolor en la parte baja de su espalda y su abdomen. Su mamá le abrió la puerta, subió y se acostó; asegurando que por fin le había llegado el período y que tenía unos cólicos horribles.

Un baúl sin llave

Esa noche, ya fuera por el cansancio de no dormir o los efectos del antibiótico, logró conciliar el sueño. Amaneció y no fue al colegio, ya que normalmente eso era lo que hacía al día siguiente que empezaba su menstruación. Pasaron los días y con ellos las diferentes formas que Camila encontraba en el techo de su cuarto, debido a las largas horas que lo había mirado. Nunca dijo nada más sobre el tema y mucho menos pensó en buscar ayuda u orientación psicología con relación a su experiencia. Eduardo fue tomando distancia con el paso de los días, hasta que finalmente Camila considero que lo mejor era dejar todo hasta ahí. Ya que él siguió como si nada hubiera pasado y como si no le importará pedirle a Camila que tuviera nuevamente relaciones.

Camila se tomó su antibiótico durante esa semana y nunca vio consecuencias físicas en su cuerpo, tampoco nadie más lo notó o lo sospechó. A excepción de su mamá, quien una vez mientras lavaba ropa encontró en los bolsillos de los Jeans favoritos de Camila la tableta del antibiótico desocupada. Se giró hacia donde estaba Camila lavando la loza y le pregunto que, si acaso ella había abortado, Camila la miro fijamente y le preguntó qué ¿Cómo se le ocurría eso? Que obviamente no. Sin saber que ella tenía ese empaque en sus manos, su mamá no dijo nada más y hasta ahí se habló del tema. Los siguientes días para Camila fueron extraños, se sentía vacía y sola, pero al mismo tiempo no quería hablar con nadie.

No le interesaba contarle a alguien como habían sido sus noches, el momento, el tipo de trance en el que estuvo o la falta de empatía y manipulación de Eduardo. Para que, si eso no iba a remediar o enmendar nada, eso le tocaba vivirlo a ella sola y evitar que alguien más viera sus lágrimas. No tenía la necesidad de alborotar el avispero con su experiencia y sentir. Eso pa’ que, se repitió varias veces. Simplemente, se guardó aquel momento, o como dice ella, lo guardo en un baúl del cual la llave que lo abre solo la tiene ella. Solo es ella quien se permite recordar todo lo que tuvo que vivir siendo solo una inocente niña de 16 años.

| Nota del editor *

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