Por: Danniela Rodríguez
José “Pepe” Mujica fue una de las figuras más singulares y admiradas de la política latinoamericana. Su vida que estuvo marcada por la lucha armada, la prisión, la presidencia y una filosofía de vida rigurosa, lo convirtió en un símbolo de coherencia y humanidad.
Nacido en Montevideo en 1935, Mujica se unió en los años 60 al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), una organización guerrillera que buscaba combatir la desigualdad y la represión en Uruguay. Durante la dictadura militar, fue capturado y pasó casi 15 años en prisión, donde sufrió torturas físicas y psicológicas. A pesar de ello, nunca buscó venganza contra sus carceleros, optando por una postura de reconciliación y mirando hacia el futuro.
Tras la restauración de la democracia en 1985, Mujica fue liberado y se integró al Movimiento de Participación Popular (MPP), dentro del Frente Amplio. Fue elegido diputado en 1994, senador en 1999, ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca en 2005 y en 2010 asumió la presidencia de Uruguay, cargo que ocupó hasta 2015.
Durante su mandato, Mujica impulsó reformas progresistas que transformaron a Uruguay en un referente regional, legalizando el matrimonio igualitario, la interrupción voluntaria del embarazo y la producción y venta de cannabis bajo control estatal. Estas medidas no solo ampliaron derechos, sino que también abordaron problemas sociales desde una perspectiva de salud pública y derechos humanos.

Mujica fue diagnosticado con cáncer de esófago, anunciando su enfermedad el pasado 29 de abril del 2024 y llevándolo a su fallecimiento el 13 de mayo de 2025, enfermedad que se agravó con el tiempo, la cual hizo metástasis en el hígado y debido a su edad avanzada y condiciones de salud preexistentes, como una enfermedad inmunológica que afecta sus riñones, había optado por no continuar con tratamientos agresivos.
A pesar de su delicado estado de salud, continuó participando en la vida política y compartiendo sus reflexiones sobre la existencia. En una entrevista con CNN, expresó su deseo de ser enterrado junto a su perra Manuela, símbolo de su amor por la vida sencilla y la naturaleza.
En sus últimos años, Mujica se convirtió en una voz de crítica del consumismo y la falta de valores en la política contemporánea, advirtió sobre los peligros del hiperconsumo y la pérdida de sentido en la vida moderna, instando a las nuevas generaciones a encontrar una pasión y vivir con propósito.
Pepe Mujica deja un legado de coherencia, humildad y compromiso con los más desfavorecidos. Su vida es testimonio de que es posible hacer política desde la ética y la empatía, y que los verdaderos líderes son aquellos que sirven al pueblo sin perder su humanidad.
En palabras del propio Mujica: “El odio es ciego como el amor, pero el amor es creador y el odio nos destruye”. Su mensaje de amor, solidaridad y justicia social seguirá inspirando a generaciones futuras en Uruguay y en toda América Latina.