Por: Daniel Rojas Chía
El ganador del premio Oscar por la cinta que involucra a un hombre anfibio dentro de una historia de amor como The shape of water (La forma del agua – 2017), este año llega con su último trabajo cinematográfico Nightmare alley, o El callejón de las almas perdidas, como se le llamó en el mercado latino. El director mexicano Guillermo del Toro, nacido en Guadalajara hace gala de su versatilidad para el cine y su llamativa tendencia hacia los monstruos y sus configuraciones, tal y como lo mostró en la saga de Hellboy o la maravillosa cinta del 2006, El laberinto del fauno.
Esta nueva entrega nos muestra un mundo bien elaborado, que está tomado de la novela publicada en 1946 de nombre homónimo, y escrita por William Lindsay Gresham. Cabe resaltar que esta es la segunda versión cinematográfica de este libro, pues la primera se hizo conocer en 1947, haciendo de esta nueva, casi un remake. La cinta muestra a un ambicioso buscavidas con talento para engañar y manipular a la gente, que en complicidad con una mujer que incluso es más peligrosa que él.
Con un presupuesto de 60 millones de dólares y una duración de ciento cincuenta minutos, esta nueva entrega de Guillermo del Toro muestra un elenco de primera línea de Hollywood con nombres reconocidos como Bradley Cooper interpretando a Stan como un rebuscador que intenta ocultar un oscuro pasado. El elenco también cuenta con nombres tan importantes como el de la impactante Cate Blanchett en el papel de Lilith Ritter, Toni Collete, Willem Dafoe, Richard Jenkins, una traslúcida Rooney Mara, Ron Perlman, Mary Steenburgen y David Strathairm.
La puesta en escena sigue siendo un gran referente de este director, que se niega a implementar fondos verdes para recrear ambientes digitalmente, pues su apuesta es la construcción de escenas reales para que se perciban orgánicamente gracias a las elaboraciones concienzudas de todos los detalles que se muestran en pantalla.
Destaca de igual manera las imágenes asociadas con el cine noir, un género cinematográfico que narra sucesos relacionados con gánsteres y detectives poco corrientes que tratan de resolver crímenes. Estas situaciones se reflejan a menudo en los años 40’s y 50’s.
La historia narra en un inicio cómo se va formando un estafador que cada vez logra ser más elaborado, mientras que una serie de personajes circenses interesantes entran en la narración dentro de una estética de circo oscura, a la mejor manera de la inigualable película de 1932 Freaks.
Mientras la película gana en construcción visual y estética, con los impactantes manejos de luz artificial, con todos esos focos de luz que evocan los años 50’s y con un diseño de vestuario tan bien logrado para la ambientación de cada escena de la cinta, la historia va perdiendo ritmo y cada personaje se desconecta de lo que puede llegar hacer, incluso de dónde provino.
Una actriz tan completa como Rooney Mara que interpreta a un personaje llamado Molly al cual no le da el empuje adecuado, tanto que es poco convincente. Otros personajes parecen no reflejar el carácter suficiente para proyectar la historia e impulsar su próximo giro argumentativo.
No obstante personajes como el interpretado por David Strathairn propician recordación importante para el desarrollo final de la historia, que es impulsada principalmente por sus impactantes escenarios.
La película de Guillermo del Toro explora de nuevo cómo los seres humanos pueden ser el peor de los monstruos, y cómo sus limitaciones lo condicionan a cultivar su propia desgracia, que casi siempre podría evitar, pero en la cual se embarcan impulsados por la ambición y la avaricia que lo conducen a su propia perdición.
Una cinta nominada a la mejor película, que en mi opinión es maravillosa en todo aspecto técnico pero que muestra debilidades en lo actoral frente a la historia y eso le resta fuerza, tornándose por momentos plana e innecesariamente larga. Aun así, se trata de una maravillosa estética digna de verse y disfrutarse creada por el director mexicano, que sufre el mismo error que Peter Jackson con King Kong de 2005, donde lo espectacular primó por encima de todo lo demás.