Estos hallazgos provienen de dos estudios complementarios presentados en un conversatorio organizado por UNIMINUTO en el marco de la FILBo 2025. Por un lado, el informe “Jóvenes en línea: Ciudadanía digital en niños, niñas y jóvenes de la generación Z en Colombia”, liderado por CIVIX Colombia en alianza con UNIMINUTO, encuestó a más de 6.000 estudiantes de 10 a 18 años en 111 colegios del país. Por otro, la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) realizó “Adolescentes, redes y desinformación”, un estudio enfocado en una muestra más localizada en siete municipios de Caquetá, Putumayo y Guaviare, territorios marcados por el conflicto armado y las desigualdades.
Ambos informes coinciden en que las nuevas generaciones están profundamente inmersas en el ecosistema digital. Sin embargo, esta inmersión coexiste con profundas brechas digitales, que van desde la falta de acceso a infraestructura básica como la energía eléctrica o conectividad confiable en zonas rurales, hasta brechas cognitivas o de “imaginarios”.
Los estudios pintan un retrato detallado de cómo se conectan y qué consumen. La principal vía de acceso a internet es el teléfono inteligente, usando el Wi-Fi de casa o datos móviles. Curiosamente, los jóvenes de zonas rurales o estratos socioeconómicos más bajos tienden a usar Facebook como fuente principal de información, no TikTok. Esto se debe, en parte, al impacto del “cero rating” o tarifa cero, donde las operadoras ofrecen acceso gratuito a Facebook en sus planes de celular, creando “otro tipo de comunidad” y conversación.
Mientras tanto, la tendencia general muestra que las plataformas de mensajería instantánea como WhatsApp y TikTok son las más usadas. De hecho, los jóvenes de hoy, al buscar información, suelen ir directamente a TikTok en lugar de Google, prefiriendo formatos audiovisuales como videos, memes y reels.
Aquí reside uno de los hallazgos más preocupantes: a pesar de que una gran mayoría de los jóvenes (alrededor del 80% o más, según los estudios y talleres) saben que es importante contrastar y verificar la información, solo cerca del 35% dice que lo hace con frecuencia. En el estudio de Civics/UNIMINUTO, el 90.3% de los encuestados no pudo distinguir información falsa de la confiable en un ejercicio práctico.
Los expertos señalan que, aunque reconocen la importancia de la verificación, sus criterios de confiabilidad suelen ser superficiales, como simplemente mirar la fuente o el influencer. Esta desconexión entre el conocimiento y la práctica es un “dilema digital” que deja a los jóvenes altamente vulnerables a la desinformación.
La vulnerabilidad se extiende a otros aspectos de la vida digital. La mayoría de los niños y jóvenes no saben qué es una huella digital o identidad en línea, esos rastros de información que dejamos al navegar y que nos hacen más o menos susceptibles a riesgos. Este desconocimiento es mayor entre los más pequeños (10 a 14 años).
La violencia en línea también es una realidad. Casi el 29% de los jóvenes encuestados por CIVIX/UNIMINUTO admitió haber realizado acciones que pueden considerarse violencia digital, como compartir fotos sin consentimiento o difundir rumores. Los jóvenes son conscientes de que están expuestos a múltiples riesgos (grooming, ciberacoso), pero esta conciencia no les impide seguir navegando.
Ante este panorama, los expertos convocados hicieron un llamado urgente a la acción colectiva. Sandra Acero de Civics y César Pedrez de la Flip, ambos comprometidos con la educación mediática, enfatizaron la necesidad de fomentar el pensamiento crítico.
Pedrez sugiere que una forma efectiva de enseñar a verificar es, paradójicamente, enseñar a producir información verificable, incluso el meme o la noticia falsa. Aprender cómo se construye la desinformación puede “vacunar” a las personas y fomentar la duda. Su primera lección, recordando a un profesor de periodismo: “Dudar”.
Acero complementa que la duda debe ser un “escepticismo saludable”, especialmente cuando una información genera una emoción fuerte. Propone la “lectura lateral”: no quedarse solo con la información que se ve, sino buscar en otros lados, contrastar.
Ambos subrayan la importancia de preparar no solo a los jóvenes, sino también a docentes y padres. La responsabilidad es colectiva; los adultos deben involucrarse en las conversaciones digitales de los jóvenes desde la curiosidad, no el juicio, y reconocer que la desinformación y la violencia en línea también les atañen y que pueden contribuir a su propagación. La polarización, que impide el diálogo, agrava el problema.
Los informes dejan claro que hay un vacío crucial en la formación para la ciudadanía digital que debe ser atendido con políticas públicas situadas y localizadas. La forma en que las nuevas generaciones interactúan con la información y los riesgos en línea es un reflejo de desafíos sociales más amplios que requieren una respuesta coordinada de la academia, la sociedad civil y el Estado. Como concluye César Pedrez, las grandes plataformas priorizan el “enganche” (engagement) por encima de la calidad de la información, generando adicción y trascendiendo fronteras nacionales, un “monstruo” que requiere una mirada más allá de los esfuerzos individuales o de organizaciones.