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Relato de un Profesional

Por: Cristian Felipe Lesmes

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Una ligera brisa cubría la atmósfera en la guarnición Calimar del Batallón de Selva No. 19 Joaquín París de San José del Guaviare, eran pasadas las doce de la medianoche y Juan Sebastián Valenzuela se preparaba con su equipo de campaña para formar junto a sus compañeros y emprender la marcha hacia Miraflores, Meta, para patrullar una zona petrolera. En su mente pensaba que iba a ser un día como cualquier otro, se dispuso a coger su fusil sintiendo inmediatamente el metal helado que en cuestión de segundos le enfrió la mano y, como en un efecto dominó, todo el brazo hasta cubrir su cuerpo entero. Lo ignoró, se lo colgó en el cuello y se preparó para comenzar el patrullaje.

Pero antes de salir arribó el cabo primero Duarte al batallón, su visita dejó a todos intrigados y confusos, y como si les hubiese leído la mente informó que traía un comunicado de la Escuela de Soldados Profesionales en donde se requerían tropas de forma urgente para conformar la Brigada Móvil 34, le dijo al sargento primero Vladimir que al azar eligiera unos soldados para incorporarse, entre esos estuvo Juan Sebastián.

– ¡Gomelo! ¿Usted quiere irse con ellos?

– Pues yo no sé mi sargento, no sé cómo será la vuelta, además yo no tengo la plata para ir.

El sargento no tardó en responderle y casi interrumpiéndolo le dijo que el batallón le paga todo si pasa exitosamente todas las pruebas. Así que sin pensarlo y con una nueva idea de adentrarse en el mundo militar aceptó. Ahí mismo y junto a otros quince soldados los apartaron del pelotón para entregar la intendencia, luego subirse a un bus y ser trasladados a un batallón en Villavicencio. Llegaron en poco tiempo, él no estaba tan interesado, pero tampoco desanimado, simplemente estaba a la expectativa de lo que pudiera suceder, reunieron a todos los postulados y ese mismo día empezaron las pruebas.

Eran cerca de cincuenta exámenes, los pasó todos menos la prueba de vista, pese al agotamiento físico y mental decidió hablar con el comandante a cargo, – mi primero, ayúdeme, vea que pasé todo y no me quiero quedar solo por la vista. Colabórame, yo ya sé lo que es ser un soldado, ya he comido mucha mierda, también puedo con esto -, dudoso y con incredulidad el primero aceptó y lo aprobó en todas las pruebas sin excepción. Pasados los tres meses de pruebas los que pasaron fueron llevados a la ESPRO ubicada en Nilo, y allí fueron sometidos a otras pruebas mucho más duras. Fue de los primeros en ser aceptado y al final solo quedaron veinticinco.

Su curso formal como soldado profesional comenzó el 15 de diciembre del 2011, venían pruebas aún más complicadas y Juan Sebastián tenía la moral alta, había pasado las anteriores así que también podía pasar éstas, aunque le costó más de lo normal. Fueron cuatro meses de duros entrenamientos hasta que por fin llegó el día de la graduación como soldado profesional a mediados de marzo del 2012, se sintió bien, aliviado y orgulloso de haber pasado por todo lo que pasó, como él dice le sacaron la mierda y aun así llegó hasta el final. Antes de salir de permiso le dijeron que iba a conformar la Compañía Polo 6, y durante los diez días de descanso estuvo lleno de incertidumbre por saber a dónde lo iban a mandar esta vez, pues ya había vivido numerosos combates y sufrido varias bajas de compañeros, así que estaba intrigado de lo que le tocaría experimentar nuevamente.

Le habían pagado su primer sueldo, fue poco más de un millón y los aprovechó durante el permiso; sabía que pronto debía volver al batallón, esos días se le pasaron rápido y a las cinco de la mañana, finalizado el permiso, tuvo que estar en Tolemaida. Ahí a su compañía la unieron a la Móvil 34, sintió un extraño escalofrío que le inundó todo el cuerpo al darse cuenta de que se estaba creando la nueva brigada porque en la anterior, la Móvil 33, habían matado a casi todos sus miembros. El papel que cumplía en su pelotón era ser mortero, debía cargar el tipo Comando.

Lo asignaron a San Vicente del Caguán, y de ahí en adelante esa fue su área de operaciones. Lo incorporaron nuevamente a la Brigada 56 del Batallón Cazadores. No pasaron ni cinco días de haber llegado, y en medio de un patrullaje un frente de la guerrilla los emboscó en Puerto Lito, al parecer porque los habían estado rastreando por cierto tiempo. Esperó a recibir las órdenes de sus superiores, y apenas les dieron luz verde apretó el gatillo en una lucha deliberada por defenderse y repeler el ataque. Fue más de una hora de combate desde las diez de la mañana, la balacera fue tan fuerte que un helicóptero los tuvo que abastecer en medio de la batalla. Finalizó el enfrentamiento y fueron a ver el lugar desde donde les habían estado disparando, gran parte del terreno estaba cubierto por un gran charco de sangre, el olor a cobre fresco arropaba el ambiente y pese a que no encontraron ningún cuerpo sabían que habían dado de baja a algún guerrillero.

Esa fue su iniciación como profesionales. No sintieron pánico ni temor, ya habían estado en combate muchas veces y para esta vez lograron superar al enemigo. A los pocos días del enfrentamiento Juan Sebastián terminaba su turno de centinela, fue a despertar al compañero que lo iba a reemplazar, se dirigió a su hamaca, se quitó las botas y apenas se echó para descansar un fuerte estruendo de ametralladoras invadió la calma y el silencio que había en el campamento; rápidamente todos cogieron sus fusiles y se pusieron en posición de repeler el ataque. No hubo bajas, no duró mucho y lograron ahuyentar a los guerrilleros.

Así transcurrían los días patrullando por Caquetá, combates constantes, interceptar columnas enemigas, adentrarse en la selva buscando bases o laboratorios de coca. Cumplió su tiempo allí y luego lo pasaron para el Cauca. Fue lo mismo, combates por todos lados todo el tiempo; la incertidumbre era grande al pensar si iba a volver o no a casa, su madre mantenía muy angustiada sin tener datos de él durante mucho tiempo o de pensar si habría muerto en algún combate. En Cauca conoció las famosas minas usadas por la guerrilla llamadas Telecomando. Su pelotón iba patrullando una trocha en medio del monte, hacía mucho calor y el equipo pesaba más de lo normal, Juan Sebastián se había quitado el casco, le hacía una fuerte presión en la cabeza ya que pesaba casi once kilos, gruesas gotas de sudor le bajaban por la cara hasta adentrarse en su espalda y empapar todo su camuflado; no pensaba en mucho, estaba centrado en su misión al igual que sus compañeros.

Caminaban a paso firme y él los veía a todos ya que siendo el mortero es el último de la escuadra. En un momento determinado ocurrió una gran explosión, la onda expansiva lo empujó hacia atrás tirándolo al piso, aunque rápidamente se reincorporó; un guerrillero había activado la mina Telecomando justo cuando el pelotón estaba pasando. Vio que los tres primeros que conformaban la escuadra yacían en el suelo inmóviles, pero su instinto fue rápidamente abrirse para un costado de la trocha y tirarse al suelo a responder con fuego al ataque de ametralladora que los subversivos comenzaron a pocos segundos de la explosión. 

Pasaron menos de cinco minutos y pidieron apoyo aéreo al helicóptero. Nunca llegó. Lograron contener la emboscada hasta que los atacantes se aburrieron y se adentraron de nuevo en la selva. Fueron a revisar a sus compañeros agonizantes, pero la mina había sido tan letal que al comandante, un teniente recién salido de la escuela de oficiales, la mina le impactó en la cara y le quitó los ojos, el enfermero al revisarlo y limpiarlo notó que literalmente tenía los huecos sin ojos, además había perdido la mano derecha y sufrido muchas otras heridas de gravedad; el segundo en la fila fue mutilado desde las piernas para abajo, nada más quedó la mitad del cuerpo y había muerto de forma instantánea y el último había sido impactado por un sinnúmero de esquirlas en todo su pecho, agonizando junto al comandante y esperando el momento para recibir la muerte. La detonación fue aproximadamente a las cinco de la tarde, a las siete de la noche se detuvo el enfrentamiento y hacia las seis de la mañana del día siguiente por fin llegó el helicóptero, hicieron la limpieza del lugar, recogieron los tres cuerpos sin vida y los embarcaron.

Los soldados de su pelotón y él quedaron impactados y desmoralizados, sin comandante ni un rumbo fijo. Fueron retirados y los mandaron a patrullar zonas menos peligrosas, hasta que llegó un nuevo comandante, un capitán, la nueva orden era que los comandantes de escuadra ya no fueran al inicio sino en la mitad para disminuir su riesgo de muerte. Ya habían pasado siete meses desde que llegó a Cauca y para entonces ya le habían matado muchos compañeros, pero en los entrenamientos le habían enseñado a no sentir dolor ni pena por ellos, simplemente debían continuar su misión y olvidar cada baja, a mantener su instinto de supervivencia.

Nuevamente fue trasladado y esta vez a una zona mucho más caliente que las anteriores. Pasó los últimos seis meses como profesional en Arauca, en una base llamada Naranjitos que le habían quitado a la guerrilla en Arauquita; esa base era constantemente hostigada por los grupos armados ilegales, principalmente para recapturarla, según cuenta mayormente por paramilitares. En ese tiempo que pasó allí fue mucho más difícil aún poder comunicarse, no sólo por la señal sino porque sus celulares estaban chuzados, no se sabe si por la guerrilla, paras o el mismo Ejército, así que prenderlo suponía ser rastreado y eso comprometía las operaciones. Para no tener problemas con esto, Juan Sebastián cogía una tapa de olla junto a unos audífonos que rompía para que quedara sólo el cobre, los pegaba a la tapa y la lanzaba a un árbol para coger señal y no ser chuzado, luego la parte restante de los audífonos la metía en el celular y así se comunicaba cuando podía. 

En el batallón les tenían mucho respeto y más cuando llegaban de un enfrentamiento, pero en las comunidades marginales la gente no los podía ayudar porque la guerrilla los amenazaba – si ustedes los ayudan a ellos venimos y los matamos -, les decían a los pobladores. En Arauca es donde más dieron resultados, las bajas enemigas iban en aumento y con eso la moral de los soldados, pese a que allí también habían matado a muchos compañeros. La mayor parte de enfrentamientos fue con paramilitares de las Autodefensas, siempre a una distancia muy corta, se veían cara a cara aproximadamente a cincuenta metros; él los veía y aparentaban ser mayores, fuertes e imponentes, como si tuvieran experiencia de toda la vida en el monte y en la guerra.

Por la cercanía incluso se escuchaba lo que decían –¡no suelte, no suelte a esa gonorrea, dele duro a ese hijueputa!- gritaban refiriéndose a los soldados, -¡los vamos a matar chulos hijueputas!-, recalcaban, y así una y otra vez. Por su parte el pelotón poco decía cosas, sólo hablaban entre ellos – mi cabo mire a esa gonorrea ahí -, comentaba un soldado, – ¡accione, accione esa mierda! -, reiteraba el cabo refiriéndose a las ametralladoras. El problema con los paramilitares, comenta, es que es una unidad conformada mayormente por ex integrantes del Ejército, por eso conocen la forma de operar y estrategias, aunque casi todos los combates se daban por tomas de territorios.

Sin embargo muchos compañeros le decían que les estaba llamando la atención unirse a las Autodefensas, varios desertaban del Ejército y se iban a esos grupos que estaban asentados principalmente en el Chocó, hacia Chigorodó, Apartadó y demás; incluso le llegaron a decir a Juan Sebastián que si se quería unir, que allí había mejores regalías, más oportunidades y que no lo dudara, pero él nunca traicionó sus valores ni principios, le llegaban pensamientos esporádicos de cómo será la vida con esos grupos, pero en ningún momento pensó desertar. Prefirió continuar como venía haciéndolo, pese a que de igual manera las condiciones del terreno eran muy hostiles.

Allí solían fumar mucha marihuana para despejar la mente, les ayudaba a aliviar la carga mental y no sentían tanto el peso del trabajo que hacían todos los días; pero debían hacerlo cuidadosamente, fumar en la selva podía ser un arma de doble filo. Por casi todos los lugares por donde patrullaban abundaban los árboles, altos y delgados, pero con la copa rebosante de hojas, por lo que la luz del sol no entraba, si acaso unos que otros rayos pero por fracciones de segundos muy breves; esta misma falta de luz y de oxigenación hacía que cuando fumaban el olor quedara en ese mismo lugar y no se fuera, lo que hacía muy fácil para el enemigo saber dónde estaban.

 Pasado un tiempo empezó a pensar en su retiro, sabía que ya había pasado por muchas cosas muy pesadas; había días en los que se embarcaba en las lanchas o helicópteros y a la par que ellos salían llegaban otros helicópteros de donde sacaban seis o siete bolsas negras donde echaban los soldados muertos, otros venían mutilados, sin brazos o piernas y otros ya en estado terminal debido a sus heridas. Era fuerte saber que los enviaban a ese mismo destino, en su Compañía hubo muchos casos así y eso fue uno de los mayores motivos por los que quiso retirarse.

La misma hostilidad del terreno hacía todo más difícil, durante el tiempo que estuvieron en Naranjitos era invierno y siempre llovía, se acostaban a dormir mojados, daba igual cambiarse el camuflado porque siempre se iba a mojar sí o sí, muchas veces incluso dormían en la propia tierra, recostados en el equipo de campaña y en medio de la intemperie, vulnerables a enfermedades, infecciones e incluso a la posibilidad de morir en cualquier día durante algún intento de toma de la base.

Su mamá se mantenía muy preocupada, ella solía ir a los entierros de los compañeros fallecidos en combates de Juan Sebastián y eso le parecía bastante duro, pensaba en cuándo le podía tocar a su hijo y eso es para nada sano. Le insistió que si se retiraba podía entrar a estudiar y no le faltaría nada. Él dudó, estuvo un mes pensándolo bien, tenía su mente dividida porque a la vez le había cogido amor a la profesión y gusto a las misiones, en cierta parte con cada combate no aumentaba su miedo sino el cuerpo se le llenaba de excitación y adrenalina, le gustaba mucho lo que hacía.

Pero a la vez muchos en la compañía, incluyéndolo, sentían demasiado agotamiento, no sólo mental sino físico, a cada rato se intentaban meter a tomarse la base y eran combates muy constantes, pasaba días sin dormir y sin comer, y cuando comían no podían hacerlo bien, un día estaba desayunando y le tocó botar la comida por ir a defender la base de los subversivos, además de estar con esa sensación de paranoia de cuándo será ese momento en el que vuelvan a venir y cuándo le tocará a él. A veces su única comida era yuca, la hacían de cualquier forma, pero no podían comer nada más porque los helicópteros, debido a las condiciones del terreno, no podían entrar a abastecer la base.

Adicional él se enfermó de paludismo, provocado por la picadura de un mosquito y combinado con el agotamiento que experimentaba lo llevó a padecer fiebre, escalofríos intensos, dolor de cabeza, descompensación, náuseas e incluso diarrea. Todas estas pésimas condiciones lo desmotivaron y lo llevaron a hablar con el comandante para pedir la baja, pero su respuesta siempre fue intentando disuadirlo; de tanto insistir el comandante le dijo que se tomara un aire y lo envió al Batallón de Ingenieros No. 17 de Arauca. Allí estuvo varios días, se encontró con más soldados que estaban en la misma situación que él, desmotivados, desanimados y cansados, muchos de ellos pidieron la baja, y Juan Sebastián se animó, decidió pedir la baja y en su mente sólo pensaba que cuando saliera de todo eso se iba a enfocar en estudiar.

Finalmente salió, sintió un respiro enorme y la tranquilidad de no tener que sobrevivir a como dé lugar en medio de la selva y viviendo el conflicto cara a cara. Empezó a estudiar psicología, le apasiona su carrera porque en sexto semestre que va, dice que le gusta mucho la idea de ayudar a las personas que tengan diferentes tipos de problemas. Pese a que él vivió situaciones muy tensas y traumáticas en el monte, ninguna le generó trastornos futuros ni estrés postraumático, más bien hoy en día recuerda esos sucesos entre risas como unas muy buenas experiencias; pero sabiendo que ya las vivió demasiado en carne propia es consciente que no estaría dispuesto a repetirlas. Hoy disfruta mucho más la vida, pasa el tiempo que puede con sus seres queridos porque si algo le enseñó el Ejército es que uno nunca sabe cuándo va a morir, por eso valora con todo lo que puede cada momento y cada vivencia.

| Nota del editor *

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