El director noruego Joachim Rønning ofrece una tercera entrega de la saga Tron que, como un programa que se ejecuta sin depurar, funciona, pero no completamente; deslumbra, pero no emociona; promete profundidad, pero se queda en la superficie de su propio código. Aun así, entretiene con su característico estilo, revelado con su primera entrega, la vanguardista Tron de 1982.
Jared Leto (Ares), un programa digital que cruza el umbral hacia el mundo real. Su travesía, que podría haber sido una meditación sobre la conciencia artificial, la otredad y el deseo de permanencia, se diluye en una narrativa predecible, donde los dilemas éticos se enuncian, pero no se desarrollan. Ares, más que un personaje, es un contenedor de ideas no ejecutadas, un replicante sin monólogo final. Precisamente esos aspectos sin definir ni completar hacen que la actuación de Leto sea igual de plana.

Visualmente, la película es un deleite retro futurista. El diseño de producción logra un equilibrio entre la estética ochentera del original y una actualización estilizada que coquetea con el cyberpunk más pulido. Las secuencias de acción, en especial la carrera de motos en un entorno urbano real, recrean por completo la esencia de la marca, ya que son secuencias atractivas, que con la banda sonora de Nine Inch Nails funciona, añadiéndole una capa de densidad sonora, elevando la experiencia de la película.

Sin embargo, el guion, como una línea de código mal escrita, sabotea el sistema. La historia, que enfrenta a ENCOM y Dillinger Systems en una guerra por el control de la realidad, es predecible y lineal. Los personajes, desde la Eve Kim de Greta Lee hasta la Atenea de Jodie Turner-Smith, son personajes de un video juego en 3D, con una narrativa apenas impulsada por el dinamismo de sus imágenes

Hay ecos de Blade Runner (1982) inclusive de Pinocho (1940) o hasta de Her (2013), referencias que flotan ligeras en el aire, pero que están allí, películas referentes para muchas más. La película insinúa una reflexión sobre la IA y su lugar en el mundo humano, pero se retrae justo cuando debería zambullirse. En lugar de cuestionar, consuela; en vez de incomodar, entretiene.

Tron: Ares es, en última instancia, un producto de su tiempo: una secuela que justifica su existencia con nostalgia y efectos especiales, que no logra la profundidad suficiente para crear sensaciones épicas en el corazón del espectador, pues su encanto, más desde lo clásico, intenta presentarse a las audiencias modernas, impulsada por la nostalgia y los nuevos elementos de los efectos especiales contemporáneos.

Sin embargo, así la película no tenga prácticamente una historia y solo sea una narrativa lineal y básica, lo visual es muy potente y seduce con todas sus formas y sus colores, o tal vez también porque la sociedad actual quiere creer que lo digital ya tiene más relevancia que lo “real”, aunque solo duro 28 minutos, gracias a una referencia de la película, que va a entender cuando la vea en la sala de cine, pero ¿la sociedad actual dentro del mundo digital, esta perdiendo el encanto hacia la realidad? Juzguen ustedes.