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[Reseña] La vida, más allá de escribir el mejor libro del mundo

A través de cuatro apartados, Vilas profundiza en las experiencias que lo han marcado, entrelazando poesía, filosofía y un sutil humor que dota a su relato de frescura y equilibrio.

Por: Karen Suárez Niño

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El escritor español Manuel Vilas presenta en su nueva obra, El mejor libro del mundo, publicada el 25 de septiembre de 2024, un viaje de introspección y catarsis ligado a la vejez, el paso del tiempo y los imaginarios que se instauran al cumplir cierta edad, particularmente en su labor como escritor. En un escenario que oscila entre lo autobiográfico y lo ficticio, el autor explora grandes temas relacionados con la existencia como el amor, la memoria y la literatura, con su característico estilo introspectivo y poético

En esta nueva entrega, Vilas se sumerge en un viaje profundamente personal, donde la literatura se convierte en un refugio y en un testimonio del paso del tiempo. La premisa inicial del libro gira en torno a las reflexiones que habitan en el autor tras seis décadas de vivencias. Con una prosa cargada de lirismo y una voz subjetiva que permite una lectura fluida e inmersiva, el escritor español atraviesa un recorrido donde lo real y lo ficticio se mezclan en una búsqueda incesante de sentido.

A través de cuatro apartados, Vilas profundiza en las experiencias que lo han marcado, entrelazando poesía, filosofía y un sutil humor que dota a su relato de frescura y equilibrio. Estas vivencias, que atraviesan su obra con intensidad, lo conducen a una conclusión reveladora, su anhelo de escribir el mejor libro del mundo no es solo un desafío literario, sino una exploración de su propio sentido de la existencia. Por medio de una narración fragmentaria, cargada de evocaciones y reflexiones íntimas, el autor construye un testimonio donde la literatura se convierte en un espejo de su vida y de sus obsesiones más profundas.

Obsesiones que se manifiestan en personajes como el Mendigo Enamorado o Carmelita Descalzo, a través de quienes explora un hambre incesante, tanto física como emocional, un hambre que define su presente y que lo conecta con su ascendencia y su historia familiar, una herencia ineludible que lo atraviesa. “Soy el hambre de todos cuantos estuvieron en mi árbol genealógico, solo soy hambre dando vueltas por el mundo”, escribe, revelando la profundidad de esta necesidad que trasciende lo material y se instala en la nostalgia.

En el segundo apartado, Vilas les da voz a personajes fallecidos para que se expresen a través de su pluma. Bajo la premisa de que puede comunicarse con los muertos y con aquellos que aún no han nacido, entabla con ellos un diálogo constante. Estos personajes, que han trascendido los límites de la vida, comparten con él sus dolores y cuestionamientos, interlocutores que desdibujan la frontera entre lo real y lo imaginado, entre la memoria y la ficción, y le brindan la oportunidad al mismo Vilas de problematizar su vida más allá de las líneas imaginarias de la vida.

La tercera sección, la más breve de las cuatro, revela un relato cargado de melancolía y desolación, donde Vilas cuestiona la soledad y el amor. En los apartados Amor y Roma, un juego de palabras que refuerza el carácter poético y cíclico de sus escritos ligados a sus recuerdos, la nostalgia lo envuelve al evocar a sus padres, sus matrimonios, su paternidad y hasta a los bisabuelos que nunca existieron. A través de estas reflexiones, el autor se enfrenta a la fugacidad de la vida y a la naturaleza efímera del amor, un sentimiento que, en sus propias palabras, “aún no ha llegado a la tierra”.

En la última sección del libro, Vilas construye una especie de diario en los meses y días previos a su cumpleaños sesenta, una edad que, según él, marca el punto cuando su existencia pierde significado. Para contrarrestar esa sensación de caducidad, se sumerge en múltiples viajes por Roma, Estados Unidos y otros rincones del mundo, en busca de un último gran movimiento antes de enfrentar el peso del tiempo. En esta parte de la obra la línea entre lo real y lo imaginado se difumina. Habita tiempos que ya no le pertenecen y en los que él nunca existirá, como se lee en los apartados 10 de enero de 2666 y 15 de enero de 2050, donde su voz se proyecta hacia un futuro en el que él mismo se ha vuelto un espectro. En ese espacio de incertidumbre, reflexiona en su lenguaje poético y deja ver cómo su melancolía transforma la percepción del tiempo: “Creo que mi fantástica depresión ha roto el tiempo, la cadena del tiempo, la cronología, el sentido del pasado, del presente, del futuro”.

En definitiva, El mejor libro del mundo es una obra que profundiza en lo que es la vida, desde una mirada cotidiana y ficticia al mismo tiempo. Vilas le brinda al lector la oportunidad de conmoverse, pero también de incomodarse y cuestionarse. A pesar de su extensión, la lectura se mantiene fluida, y tras 580 páginas que giran en torno a la inevitabilidad de la muerte, el cierre contundente “La vida es el mejor libro del mundo”, dota de sentido a toda la narración.

Quizás el título sea una ironía o tal vez una provocación, pero lo cierto es que la literatura, en su mejor expresión, aspira a ser un espejo en el que podamos reconocernos.

| Nota del editor *

Si usted tiene algo para decir sobre esta publicación, escriba un correo a: jorge.perez@uniminuto.edu

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