Por Guillermo Sánchez M . Estudiante Comunicación Social
Estamos claros que, a quienes somos caleños por nacimiento o adopción, nos duele ver el caos al que hemos llevado a nuestra ciudad en su historia reciente, situación de la que – insistimos – somos responsables todos.
En esta oportunidad no vamos a detenernos en la porción que nos corresponde a los ciudadanos en este mal sueño del que pareciera no queremos despertar. Vamos a poner la atención sobre la iniciativa “Cali, volvamos a sonreír”, campaña gestada y lanzada con bombos y platillos por la gobernadora Clara Luz Roldán en el mes de mayo.
Si bien es muy loable y necesario generar acciones para superar la crisis de valores que tiene como trasfondo el lodazal en el que se encuentra Cali, lo es también el rigor, seriedad y responsabilidad que implican este tipo de apuestas, más si se trata de una institución pública como la Gobernación del Valle del Cauca. Es decir, debe haber una mirada profunda que permita ir a la causa de las conductas violentas, vandálicas y anárquicas con las que a diario nos topamos en el espacio público.
Aquello con lo que el raponazo, la invasión al carril del Mío, tirar la basura a la calle, entre otras, que minan la convivencia ciudadana, son la punta del iceberg de un problema mucho más complejo que no se resuelve con un guiño, una sonrisa y una palmadita a ciudadanos incautos.
Por tanto, se hace imperativo – y aquí hay que apelar a la moral y ética profesional de nuestros dirigentes- adelantar este tipo de empresas considerando los factores estructurales que la ciudad ha gritado hasta el cansancio desde hace décadas, y que han hecho que los males de Cali sean progresivos y peor aún, se hayan vuelto paisaje.
En este sentido, es bastante ingenuo y pretensioso, por no decir oportunista, que la gobernadora a través de una campaña muy pomposa a nivel mediático y de mercadeo social, nos venda la idea de que va a convidar al grueso de la ciudadanía para que recupere el “sano juicio” que viene perdiendo hace por lo menos 30 años.
El papel como lideresa de los vallecaucanos es convocar y conducir hacia un proceso de cultura ciudadana que sea resultado de un trabajo articulado, interinstitucional e intersectorial de largo aliento, en el que sí o sí debe estar la administración distrital – principal responsable y doliente – de la ciudad.
Si su distanciamiento del actual alcalde de Cali o de él hacia usted, como quiera que sea, así como el aparente autismo de la administración local, la llevaron a emprender esta estrategia, que sería legítima si se realizara con el concurso de las fuerzas vivas de la ciudad, y porque no, de la región. Por el contrario, hemos visto una estrategia unilateral de entidades del departamento que han desplegado actividades aisladas de embellecimiento y mercadeo social, donde el ciudadano es un convidado de piedra; actitud que no habla bien del espíritu democrático y participativo que deben orientar estas iniciativas que aluden a la ciudadanía.
Tampoco es serio que se pretenda mostrar la crisis actual como un fenómeno surgido a partir del denominado estallido social, que lo que sí logró fue mostrar las inmensas brechas sociales que aún pululan en la sociedad caleña y vallecaucana, en buena medida por gobiernos incompetentes que permitieron se enquistaran en ella, y que – a hoy – siguen generando grandes desigualdades e injusticias en esta capital. Mientras no se intervengan con severidad estas condiciones de inequidad y exclusión social, los ciudadanos no se sentirán parte de proyecto e iniciativa alguna que provenga de los gobiernos que, por lo anteriormente expuesto, tienden a percibirse como ilegítimos.
Nos duele Cali y por eso en su historia reciente, no ésta, sino varias administraciones, seguramente departamentales – mayoritariamente locales, han invertido cuantiosos recursos que se han propuesto recuperar y mantener dentro de la ciudadanía algunas prácticas del nostálgico y romántico civismo caleño, que no han calado en la comunidad caleña.
Una de las razones para estos fracasos es sin duda la insuficiencia de los gobiernos y del Estado para dar respuestas definitivas y reales a las profundas brechas sociales, que han dado lugar a la crisis que palpamos de muchas maneras en las calles, y no solo con el desacato a las normas del civismo cosmético.
Mientras seguramente se planificaba todo este activismo mediático para el final de la actual administración, la Fundación Samaritanos de la Calle, una de las organizaciones que se ha puesto en el hombro a los habitantes de la calle, no contaba con los recursos para atender a esta población – sujeta de derechos.
Para ese momento (mayo de 2023) este grupo poblacional, que según cifras oficiales bordea las 7 mil personas, llevaba por lo menos dos meses sin recibir la atención que hace posible su resocialización; proceso necesario e importante que debe ser continuo en la ciudad dado el impacto que tiene sobre la percepción de inseguridad y el aseo de las calles, por el que la gobernadora muestra tanta preocupación. Nos preguntamos si no hubiese sido mejor orientar buena parte de este esfuerzo de “Cali, volvamos a sonreír” y cooperar para que la población en situación de calle recibiera la atención que eventualmente beneficiaría a toda la ciudad.
En este orden, sería interesante, para futuros ejercicios de cultura ciudadana desde el departamento o el distrito de Cali, saber qué resultados, más allá del “like” y el registro mediático, está teniendo la iniciativa. Proponemos entonces que se nos comparta a los ciudadanos la manera en que se está midiendo la estrategia que, a través de acciones y no procesos, se viene implementando en barrios, comunas y centros comerciales de la capital vallecaucana. De paso sería interesante conocer los costos asociados a publicidad, mercadeo social y a los retos sobre los que se soporta la iniciativa.