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[Crítica] Pecadores (Sinners): un salvaje y gótico sueño de música y libertad

Las atmósferas en Pecadores dan una muestra de cómo la narrativa va mutando estrechamente con la música y cómo es capaz de trascender en el relato y se queda en el tiempo frente a los ritos de paso del baile que estructuran la experiencia de la película.

En Pecadores, la música de Misisipi, Estado de los Estados Unidos, especialmente el blues del Delta, es un pilar fundamental para la narrativa y de la historia musical estadounidense, que ha influido en otros géneros como el Jazz, el Country, el Rock and Roll y el Gospel.

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Misisipi es considerada la cuna de la música americana, y por muchas décadas, fue de las zonas más racistas y con uno de los índices de mayor desigualdad en el sur de ese país.

En la historia muchas cosas se heredan: las ideas, las canciones, los odios y la música, entre otras, pero la expresión y las sensaciones de libertad frente a una población oprimida por siglos, impulsa la dirección del nacido en California Ryan Coogler, que tiene en su filmografía títulos tan conocidos como Pantera Negra (2018), Pantera Negra: Wakanda por siempre (2022), o la trilogía de Creed que inició con su primera entrega en 2015, entre otras.

Pecadores muestra que el cine de autor no está agonizando y que puede ser visto masivamente, cuando es elaborado, interesante y entretenido. Con un guion escrito por el director y apalancado con el universo de los vampiros, la cinta funciona más que bien con los simbolismos y las metáforas que necesitaba para ser potente y versada desde la historia de la música y su significado, con innegables influencias de Del crepúsculo al amanecer (1996) y las formas de John Carpenter con películas como Sobreviven (1998) o la misma The Thing (1982).

Coogler construye en la primera parte de la película sus personajes, sus motivaciones y sus claroscuros entre mitos y leyendas, entre el misticismo y la mayor religión de todas: el dinero. Involucra temas de gánsters, crítica social y racial, temas sobrenaturales y religiosos, en un solo paquete, sin lograr que ninguno tome protagonismo y haga parte de un todo, que alimente de a poco una idea más potente, que es activada frente a otros simbolismos que se muestran en detalles como la nacionalidad de Remmick (Jack O’Connell), un irlandés errante que sufrió el mismo destino racista de quien ahora persigue.

Cada detalle en Pecadores busca un fin y cada personaje desarrolla un activador frente a otro, mostrando un guion sólido y pensando para que tenga un hilo conductor sobrenatural, capaz de influir en todos por igual, pero sin captar una atención demasiado saturada como la música, que siempre está presente, que se acompaña de leyendas entre las encrucijadas del sur de EE. UU. como en Crossroads (1986), donde la música de la película está inspirada en la leyenda de Robert Johnson, músico conocido como: Rey del Delta Blues.

Pecadores muestra a un Michael B. Jordan haciendo dos personajes, una pareja de gemelos con personalidades distintas, marcadas con detalles como los colores, su manera de ver las sensaciones y las diferencias en cómo perciben el amor, uno de los muchos simbolismos claves de la narrativa.

Mary (Hailee Steinfeld) brilla con sus matices y transformación, envolviendo la película en una constante sensualidad que el director nunca mostró temor en desarrollar, que está presente, así como la música de Sammie Moore (Miles Caton) que logra trascender con su sonido hasta llegar a oídos un poco siniestros, que también interpreta intensamente como Delta Slim (Delroy Lindo) con una de las escenas, para mí, más emotivas y con mayor potencia de la película, cuando transforma toda la tristeza reprimida por años y con el tufo de la vida, en una representación de libertad que comparte con los sonidos de los otros presentes, haciendo que todos en ese momento compartan el mismo sentimiento y lo transformen en emoción. Simplemente espectacular.

Las atmósferas en Pecadores dan una muestra de cómo la narrativa va mutando estrechamente con la música y cómo es capaz de trascender en el relato y se queda en el tiempo frente a los ritos de paso del baile que estructuran la experiencia de la película, con secuencias atemporales y respirando el whisky de arroz de los campos de algodón, amplificando el poder de las imágenes y creando una simbiosis entre el ritmo, el sonido y lo que está pasando en pantalla, las actuaciones y el frenesí de encontrar un espacio de libertad en esa cantina, interpretando la historia y la lucha constante por la libertad de una historia racista y llena de desigualdad.

Todos estos detalles reafirman la capacidad de cómo Pecadores transita entre géneros cinematográficos y se adentra en profundas temáticas, visibilizando símbolos importantes como la cultura de un territorio desde la santería, el Delta y sus leyendas y la resistencia de una gente que compartió una vida con el odio de la supremacía blanca del Ku Klux Klan, teniendo como mayor vehículo de escape la música y su magia.

Ryan Coogler logra reconocer una parte de la dolorosa historia estadounidense, que es universal en todos sus procesos de ocupación y exterminio, enmarcada en la bella fotografía de Autumn Durald Arkapaw y el maravilloso montaje de Michael P. Shawver, con algo de la influencia estética del gran director Jordan Peele y la asesoría para grabar en cámaras IMAX de Christopher Nolan con el formato de Ultra Panavision 70mm, mostrando escenarios bellamente lúgubres en una Misisipi criada por miedo, pero musicalizada con libertad. Sin duda, de las mejores películas de 2025. ¡Salud!

| Nota del editor *

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