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Cuesta arriba y cuesta abajo: La lucha de don José que a sus 83 años continúa en pie

Por: Fredy Moreno

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Don José vive en arriendo en el barrio La Resurrección al sur de Bogotá, en la localidad de Rafael Uribe Uribe, junto con su hija Marcela y su nieto desde hace más de 20 años. Él trabaja como vendedor ambulante, y su hija se encarga de las labores del hogar. Su nieto, Felipe, es un niño de cuatro años que está al cuidado de Marcela. La familia vive del trabajo de Don José, un trabajo que no es deshonroso, pero si esclavizante, pues ganarse la vida en las calles es una actividad con riesgos como el clima variable, el trato de la gente, el tráfico, y otros que con el tiempo impactan la salud como quemaduras en la piel, reumatismo y agotamiento físico.


En el caso de Don José estas dificultades resultan más complejas, ya que a sus ochenta y tres años de vida debe trabajar de ocho de la mañana a siete de la noche. En su bicicleta, su herramienta de trabajo y medio de transporte, tiene adaptadas unas cajas de madera donde guarda su mercancía compuesta por dulces, cigarrillos y galletas. Su bicicleta pesa cerca de cuarenta kilos, lo que supone que don José libra cada día una batalla estoica, pues baja desde la zona montañosa donde está ubicada su casa hasta el sector de Venecia, desplazamiento que no es tarea fácil. El retorno hacia su hogar le supone redoblar su esfuerzo físico, pues además del cansancio de su jornada, se regresa caminando con la bicicleta a su lado, y cuando termina de pasar por la calle comercial del barrio San Jorge comienza una subida que, aunque afortunadamente es pavimentada, no es muy fácil de trepar.

Fotografía: Fredy Moreno


Entonces comienza su lucha por mantener la bicicleta en equilibrio con el manubrio firme para evitar caerse, lo que a su edad es toda una osadía, y aunque se siente orgulloso de subir con su bicicleta con los abriles que lleva a cuestas, no puede esconder el cansancio que se nota en el constante jadeo, en el sudor de su frente, en sus manos arrugadas y quemadas por el sol que tiemblan. Por fin logra girar a la izquierda, momento cuando termina su viacrucis diario.


A veces su hija realiza labores domésticas para ayudar con la economía de la casa, dicen algunos vecinos, pero esta actividad no es constante y por lo tanto no resulta suficiente como para que don José pueda renunciar a su negocio. Antes de que se dedicara a trabajar en su bicicleta como vendedor ambulante, ya había desempeñado otras labores. Cuando llegó a Bogotá trabajó como ayudante de panadería, actividad en la que era feliz, porque, aunque le significaba un alto nivel de exigencia, no era tan esclavizante. Luego se le presentó la oportunidad de trabajar como ayudante de construcción, oficio del que decían que se ganaba bien, y que si lo aprendía rápido podría hacerse a dinero extra, aunque el esfuerzo físico que demandaba era de gran impacto, además había que estar muy temprano en los lugares de las obras.


El oficio de la construcción era desgastante, pero por esa época don José tendría alrededor de treinta años y contaba con juventud y la fuerza para trabajar, razón por la cual estuvo bastante tiempo como ayudante de obra. Luego se desempeñó como estructurero, después pasó a ser mampostero donde realizó labores de pintura y de enchape. Nunca llegó a ser maestro de obra, y apenas sintió que el trabajo comenzó a escasear, decidió lanzarse como independiente para contratar pequeñas obras en los alrededores donde vivía. Allí comenzaría una nueva etapa que le permitió autonomía en el manejo de su tiempo. En ese andar como independiente conoció a Carmen, también de origen humilde. Don José conformó una familia con ella, y luego de que la mujer quedara embarazada, comenzaron a trabajar para sacar adelante a su hija, él en la ejecución de sus obras y ella como ayudante de panadería. Vivieron en arriendo en muchas zonas de la ciudad, particularmente en el sur, primero en el barrio México de Ciudad Bolívar, luego en barrios de la localidad de Antonio Nariño, y después se ubicaron en el barrio Santa Lucía donde permanecieron en arriendo por más de quince años.


Formar familia no fue fácil para don José, un hombre que llegó desde Boyacá a muy temprana edad a la capital sobre los años cincuenta en busca de una mejor vida. Se encontró con una ciudad de costumbres diferentes, pues mientras en el campo se trabajaba por la tierra, y no había otros lugares que el campo y el pueblo, la urbe le mostró gran variedad de cosas que invitaban al entretenimiento, a la bebida, a las conquistas fáciles y a los amigos, lo que en el entorno familiar le traería problemas. Vivió con Carmen hasta que las calamidades de salud se la llevaron, y don José quedó solo con su hija Marcela que para entonces tendría catorce años.

Para un hombre de sus convicciones era muy difícil seguir con los deberes familiares: ¿Quién iba a encargarse de las cosas de la casa? ¿Cómo podría continuar criando a su hija de catorce años que entraba en su etapa adolescente? Gracias a algunos vecinos la sacó adelante, pero ya no trabajaba en construcción, pues por su edad no lo contrataban y como independiente era poco competitivo: ya no tenía la fuerza de antes, así que decidió poner un puesto ambulante para vender dulces, y posteriormente adaptaría su negocio a su bicicleta de manera improvisada con unas bolsas que luego se convertirían en canastas plásticas, pero por su poca durabilidad prefirió diseñar unos cajones de madera.


Por la época se fueron a vivir al barrio La Resurrección, y aunque al comienzo a don José no le era difícil movilizarse, pues la bicicleta le ofrecía versatilidad, pronto tuvieron que irse a vivir más arriba, y allí las cosas eran más complejas, sumado al hecho que por el paso de los años las cosas fueron cambiando con el tiempo, y a que la economía se puso difícil. Su hija terminó el bachillerato y comenzó a trabajar en una empresa: ayudaba a su padre, pero luego se conoció con un joven con el que se fue a vivir y dejó a don José solo, quien ya bordeaba los setenta y cinco años.


Don José prosiguió su existencia sin la compañía de su hija, y apenas se enteró de que había quedado embarazada fue a buscarla para pedirle que retornara, pero ella no aceptó su ofrecimiento, aunque después sería ella quien volvería a buscarlo por cuenta de los muchos problemas con su pareja, esta vez con Felipe, el nuevo integrante de la familia, su nieto.


Estas tres personas subsisten gracias al esfuerzo de don José que se desempeña en un trabajo que no tiene garantías y que le implica asumir enormes riesgos. Por un lado, don José es una muestra de resiliencia y de un aguante que está obligado a mantener, y por otro lado es la evidencia de un estado de precariedad que demuestra las brechas de nuestra sociedad, donde hay personas que trabajan mucho y ganan poco, y otras que ganan bastante tal vez con poco esfuerzo

| Nota del editor *

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